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Cuando abrió los ojos esa mañana, el único sonido que estaba presente era el canto de los pájaros. Se quedó mirando el techo durante varios minutos, sin intención alguna de salir de la cama. Esa cama era cálida, cómoda y olía a ella.
En un acto reflejo llevó su mano izquierda hacia el lugar vacío junto a él. Estaba frío. Cerró los ojos y suspiró recordando sus últimas palabras hacia él, esa noche en el hospital.

- Si me voy esta noche...te estaré esperando.

Abrió los ojos y miró hacia la ventana. Había empezado a nevar.
Ya había pasado un año desde ese día.
Se levantó pesadamente de la cama y fue al baño. El dolor en su rodilla derecha había empeorado pero sólo lo hacía cojear casi imperceptiblemente.
Se dio una ducha caliente tomándose todo el tiempo necesario. Cuando salió de la tina tuvo que sujetarse para mantener el equilibrio. Su fuerza ya no era la misma.
Luego de vestirse volvió al baño, y cuando miró su reflejo se dio cuenta de lo mucho que había cambiado.
Su cabello corto ahora estaba casi completamente cubierto de canas, su piel evidenciaba todas las experiencias vividas, buenas y malas. Su barba crecida también estaba casi completamente blanca.
Sonrió al recordar su reacción al ver de cerca a Steve como un anciano. Donde fuera que estuviese se debía estar burlando de él ahora que estaba pasando por lo mismo.

Cuando terminó de vestirse, bajó las escaleras hacia la cocina. Las malditas escaleras que eran una tortura para su rodilla. Su mano derecha nunca se despegó de la baranda, recolectando la fina capa de polvo que la cubría. Sacudió su mano cuando llegó al primer piso.

Miró hacia ambos lados, a la izquierda la sala de estar, a la derecha la cocina. Era una casa bastante grande. Mucho más grande de lo que alguna vez pensó que tendría.
Al pasar por la entrada, su mirada se posó en una de las fotografías en la pared. Sonrió al verla y siguió su camino hacia la cocina.
La cafetera automática tenía listo el café, cuyo aroma ya había sentido desde la escalera.
Se sirvió una taza y lo bebió mientras miraba caer la nieve a través de la ventana. El césped estaba completamente blanco. Los columpios y la casita de madera poco a poco se habían cubierto de una pequeña capa de nieve.
Su teléfono sonó al recibir un mensaje.

"Conduce con cuidado, está nevando"

Tomó las llaves del auto y salió de la casa.

Casi una hora después estacionó el auto. Esperó unos cuantos minutos y una camioneta gris se estacionó tras él.
Apagó el motor y al bajar nuevamente sintió el dolor en la rodilla.
Una mujer de un poco más de 30 años bajó del vehículo de atrás y abrochando su abrigo corrió hacia él. Le dio un breve abrazo y comenzaron a caminar. No hubo palabras, sólo caminaban mientras la nieve seguía cayendo.
Cada uno llevaba un ramo de flores. Ella notó que él cojeaba y se aferró a su brazo izquierdo para darle un poco de soporte. La marcha era lenta.

Cuando llegaron al lugar al que ambos se dirigían. Ella se agachó y recogió las flores y hojas secas, reemplazándolas por las nuevas que ambos habían traído. Cuando se puso de pié nuevamente, se quitó el gorro de lana que llevaba para sacudirlo. Él volteó hacia ella, y su mirada se paseó por su largo cabello castaño. Ella sintió su mirada y volteó hacia él. Los ojos azules de ella eran tan azules como los de él. Le dio una pequeña sonrisa mientras secaba sus lágrimas y volvió a ponerse el gorro de lana. Miró hacia la inscripción en aquella fría piedra y volvió a mirarlo.

- La extraño mucho, papá.

- Yo también, cariño - pasó su brazo derecho sobre los hombros de ella, estrechándola y besando su cabeza.

~°~

Cuando conducía de vuelta a casa, James se arrepintió de no haber aceptado la invitación de Rebecca y almorzar juntos. Volvió a una casa vacía y fría, llena de recuerdos que le consumían el corazón cada día un poco más.
Calentó la comida del día anterior sólo para darse cuenta que no tenía apetito.
Encendió la chimenea y se sentó en el sofá.
Ese sofá había sido testigo de un sinnúmero de eventos. Peleas, reconciliaciones, buenas y malas noticias, pesadillas, llanto, risas, enfermedades. Toda una vida estaba escrita en ese sofá. Natasha le había dicho que estaba segura que habían concebido a Rebecca en ese sofá. Él discrepaba, convencido de que había sido en la cama. Nunca llegaron a un acuerdo. Ambas situaciones sólo estaban separadas por escasas horas.
En ese sofá Natasha le comentó lo que le había dicho Shuri sobre la nueva tecnología que podría devolverle la fertilidad. En ese sofá esperaron el resultado del test de embarazo, bajaron fiebres, curaron heridas, peinaron cabellos, hicieron tareas escolares, organizaron navidades, fiestas de cumpleaños y en ese mismo lugar estuvieron durante horas tratando de asimilar el diagnóstico de esa maldita enfermedad.
Tensó la mandíbula sin apartar la mirada del fuego. En su regazo tenía la fotografía de la entrada. En ella aparecía Natasha, sentada en el césped. Estaba tomando sol, la cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados, el cabello de fuego ondeando con la brisa y bajo un vestido verde lucía su embarazo de casi 8 meses. Él había tomado esa fotografía sin decirle y sólo la había enmarcado y colgado en ese lugar.
Luego que Rebecca naciera la vida pasó demasiado rápido. Y sólo volvió a pausarse cuando Natasha enfermó.

A su mente nuevamente volvió esa noche en el hospital.
Natasha acostada en la camilla, el cabello blanqueado por los años en una trenza que caía hacia un costado. Una manguera de oxígeno en su nariz, suero en su brazo izquierdo.

- Estoy cansada, James - dijo con los ojos cerrados. Él estrechó su mano.

- Lo sé.

- Es un cansancio que no desaparece. Sólo quiero...- respiró con dificultad.

- Intenta dormir. Mañana estarás mejor - se acercó a ella y le dio un suave beso en los labios y luego otro en la frente.

- Te amo.

- Te amo.

- Si me voy esta noche...te estaré esperando.

Una lágrima resbaló por su mejilla escondiéndose rápidamente entre su barba. Se levantó del sofá sintiendo una pesadez en su espalda. Llevó consigo la fotografía y subió lentamente la escalera. No se dio cuenta cuando se había hecho de noche. No cerró las cortinas, no se puso el pijama, sólo se dejó caer en la cama, con la fotografía en el pecho. Le dio una mirada antes de apagar la luz. Metió la mano izquierda bajo la almohada sacando una camiseta que aunque era suya, la usaba Natasha para dormir. Se la llevó a la nariz cerrando los ojos. Fuera de la casa seguía nevando.

Instinto 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora