Eternidad

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Los primeros días luego de esa llamada telefónica desde el hospital, luego de que le dijeran que Natasha había fallecido durante la noche, mientras dormía, ni siquiera se sentía vivo.
Sentía que alguien más controlaba su cuerpo, sus palabras y acciones.
Realizó todos los trámites funerarios en piloto automático. Firmó miles de documentos, hizo llamadas, viajes y ni siquiera estaba allí.
Parte de él se había ido con ella.
Sólo reaccionaba de a ratos, cuando su hija estaba con él o cuando lo llamaba por teléfono.
Permanecía como una estatua, apenas respirando. Sentado, de pie, caminando pero sin estar presente.
Se había disociado. Sentía que en el momento que conectara el cuerpo con la mente se rompería en mil pedazos. Contenía y contenía todo.

El funeral fue horrible. Ni siquiera quería estar ahí, ver a su hija llorar de esa manera, mantenerla abrazada a él y sentir su dolor. No tener una maldita palabra de consuelo para ella.
Sentir las miradas tristes de los presentes, escuchar las mismas condolencias una y otra vez.
Si hubiera tenido a Natasha junto a él en ese momento, habrían comentado lo incómoda que era la situación. Sólo ella pensaba igual que él, sólo con ella podía hablar de todo, abrirse completamente sin sentir miedo o inseguridad. Ella era su lugar seguro, su hogar, su inicio y final, su vida, su todo. Y ahora yacía en una caja de madera que lentamente decendía a un agujero en la tierra.
No. Natasha no merecía esa oscuridad, ella era luz, era todo menos toda esa tristeza y dolor.

Cuando todos se habían retirado del cementerio sólo quedaban Rebecca y él. El esposo de su hija la esperaba en el auto. Le había dicho que se tomara el tiempo necesario, él la esperaría.
Finalmente sintió su mano tomar la suya. La apretó en señal de apoyo. Y no se dijeron nada. Momentos después se escuchó a si mismo murmurarle un "Cuidate" cuando ella se aferró a él en un abrazo. Ella lo besó en la mejilla, y cuando miró a sus ojos, tan azules como los suyos, estaban enrojecidos y tristes. Tan tristes que dolía. Dolía no poder evitarle ese dolor.

Pasaron horas. Solo se quedó sentado en el césped del cementerio. No queriendo estar allí y tampoco queriendo volver a casa.
Cuando se hizo tarde subió al auto y condujo de regreso. Estacionó frente a su casa y solo se quedó ahí. No quería entrar. Sentía que nada había cambiado y que Natasha estaría dentro, preparando la cena, leyendo un libro, bebiendo café. Las personas pasaban junto al auto, todos seguían con su vida. Y sin embargo él estaba completamente en pausa.
Se obligó a no pensar. Encendió la radio y sólo se quedó ahí sintiendo que se ahogaba.
Sentía que venía. La crisis de pánico se acercaba a pasos agigantados y no podía evitarlo. Comenzó a temblar y sintió el corazón acelerarse. Siempre que tenía esas crisis, Natasha lo rodeaba con sus brazos y apretaba. Apretaba hasta casi dejarlo sin aire hasta que pasaba.
Pero ahora no estaba. Ahora estaba solo. Cerró los ojos y respiró profundo.
No funcionaba.
Bajó del auto furioso. Entró rápidamente a la casa y subió la escalera rumbo a su habitación. Sin siquiera mirar a su alrededor abrió una de las puertas del ropero. Buscó entre los colgadores y tomó una de las blusas de Natasha. La llevó a su rostro e inhaló profundamente una y otra vez.
Finalmente luego de unos minutos la crisis cedió. Abrió los ojos y se encontró en la oscuridad de su habitación, solo.
Caminó hacia la cama y se sentó, aún con la blusa en la mano.
Su celular vibró.

- Hola.

- Hola, papá. Llegaste bien?

- Si, cariño.

- Intenta descansar. Come algo. Mañana te llamaré.

- No te preocupes. Estaré bien.

- De acuerdo. Buenas noches.

- Buenas noches.

Luego de terminar la llamada dio una mirada a su alrededor. Definitivamente no iba a estar nada bien.

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