Preludio - Soledad

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Cuanto cumplí veinticinco años, ya estaba completamente solo. Bueno, probablemente lo estuviera antes, pero fue el día que cumplí veinticinco años cuando me di cuenta.

Lo descubrí en una mañana de noviembre. Sentado en mi habitación, tenía las persianas abiertas y el cristal cerrado para poder disfrutar de las primeras lluvias del invierno. El tiempo transcurría de forma diferente en los días de lluvia. En mi equipo de música sonaba John Coltrane, tocando su maravilloso Jazz. Las gotas cristalinas caían sobre las hojas del árbol que crecía delante de mi ventana, como si algunas quisieran aferrarse a las ramas y salvar la vida en lugar de suicidarse contra el suelo. Cuando el viento hacía acto de presencia, pequeñas balas de hidrógeno y oxígeno intentaban atravesar el cristal.

A veces, bebía una cerveza bien fría mientras contemplaba esta situación. Luego, pensaba que a alguien le gustaría y lo comentaba en twitter, o en Facebook, o quizás se lo contaba a una amiga por WhatsApp. Porque eso era lo que había que hacer.

Ese día me di cuenta de que no tenía ganas de contárselo a nadie. Así que dejé la mañana transcurrir, no abrí el navegador del ordenador ni quité el estado de “silencio” de mi teléfono móvil. Sólo disfruté de ese momento en soledad.

Cuando la magia quiso desaparecer (bien fuera porque el disco de John Coltrane ya hubiera hecho todo su recorrido o porque las nubes hubieran emigrado a otro lado), me planteé seriamente si tenía ganas de hablar con alguien.

No, no tenía ganas de hablar con nadie. Abrí el móvil, ignoré los mensajes nuevos y le eché un vistazo a todas las conversaciones. El patrón se repetía: “Qué descanses; buenas noches; dulces sueños; hasta mañana; mañana me cuentas; mañana hablamos…” No con ello me quiero quejar de que la gente sea educada o dulce despidiéndose, si no de que hablaba con todo el mundo y de todo el mundo me despedía. Con si todos hubieran formado parte de mi día, sin embargo, no podría decir que hubiera pasado el día con ellos.

Indagué en las conversaciones. Habían tres que destacaban por encima de las demás: Dos eran de dos personas que había conocido recientemente, aún éramos desconocidos y tenía mucho que contarles. Podría haberles dicho, “échale un vistazo a mi Facebook o a mi twitter y ahí tienes más o menos toda mi vida en la cronología oportuna”. Pero como tenía ganas de hablar, decidí no darles ni mi Facebook ni mi twitter y explayarme en lo que es mi vida, olvidándome de muchos detalles y recordando cosas a destiempo. Como yo recordaba mi vida, vaya.

La tercera, era de un amigo que había desaparecido hace tiempo. Bueno, no desapareció, simplemente un día dejamos de hablar y punto. Seguimos caminos diferentes. Había pasado un año desde que habíamos hablado por última vez. Yo le tenía bastante aprecio, pero sinceramente, nunca le eché del todo de menos. Tenía otras personas con las que hablar que suplían su presencia. Y si no, siempre podía buscar gente nueva a golpe de ratón en las redes sociales. Esas conversaciones habían estado llenas de vida, realmente había algo que contar detrás.

Luego miré detenidamente los mensajes nuevos y las conversaciones que venían con ellos. No había una transmisión implícita de sentimientos, eran conversaciones mecánicas con leves impulsos. Les faltaba vida y ganas. Cuando quise darme cuenta, sentí un abrazo gélido. Una brisa de aire tan frío como el que circulaba al otro lado de mi ventana. Una devastadora sensación de soledad. Ese día decidí aislarme del mundo. Me eché a leer y solo paré la lectura para almorzar y cenar. Me pasé todo el día en la cama con el navegador cerrado y el móvil en silencio. Luego me di cuenta, de que a pesar de ello, no tenía nada que contar. Igualmente, pensé que simplemente me estaba comiendo la cabeza con una tontería y que durmiendo, mis males serían expulsados por el frescor paradisíaco que nos brindan los sueños.

Fue la primera vez en mucho tiempo que me fui a dormir sin darle a nadie las buenas noches.

Me desperté a las tres de la mañana, con una sensación de opresión en el pecho. Sudaba, pero mi piel no tenía para nada la temperatura normal de un día fresco, estaba congelado. Me quedé tumbado en la cama, intentando no ponerme nervioso. Respiré poco a poco. Encendí la luz con la mano diestra mientras mi mano hábil intentaba masajearme el corazón. Podía sentir un frío metálico en mis yemas. No quise asumirlo, pero por mi mente, pasó la idea de que la soledad se había instalado en mí y no se iba a ir.

Esa misma noche, desaparecí de las redes sociales. Lo que significa, que para mucha gente yo dejé de existir esa noche.

Kind of BluesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora