Mi primer relato estuvo lleno de altibajos. Al pasar una semana, decidí que si lo tocaba un poco más, sería completamente ilegible. Así que lo guardé. Esta vez tardé algo más en leer a Teru Miyamoto, y mucho menos en leer a Murakami.
Antes de que pasara mi segundo mes en absoluta soledad, sonó el teléfono móvil. Era una mañana de enero y yo ni me había dado cuenta de la llegada del fin de año. Sólo había aprovechado esos días para leer más y escribir más. Pensé en que debería llamar a mi familia al terminar de hablar.
Aunque en la pantalla del teléfono salía el nombre del contacto, esa sucesión de caracteres me pareció ajena. No recordaba a ningún personaje de ninguna novela que tuviera ese nombre. Luego, una voz enérgica y fuerte me asaltó al otro lado del auricular:
-¿Dónde te has metido? ¿Te ha tragado la tierra? ¿Sabes que existo?
Pensé en responderle que no estaba seguro de si esto era un mensaje pregrabado, pero creo que no estaba para bromas.
-Hola Marta. Pues no he estado en ningún sitio en especial. Simplemente viviendo, sí sé que existes, pero no sé qué es lo que haces con tu vida. Hace mucho que no hablamos.
Ella carraspeó.
-¿Y cómo quieres que hablemos? Un día desapareciste de las redes sociales. Cuando me percaté de que no te había visto poner ningún tweet, busqué tu usuario y no estaba. Tampoco en Facebook. ¿No tienes dinero para pagar internet? ¿Te va tan mal? Yo te puedo prestar dinero si quieres…
Me hizo bastante gracia, asumía que la causa de que yo no estuviera en la red, era porque no podía permitírmelo, como si estar online fuese un privilegio.
-No, ni mucho menos. No hago nada el domingo, ¿tienes algo que hacer el domingo?
Meditó un segundo.
-No, nada.
-Conozco una cafetería que pone cervezas internacionales los domingos, tú te tomas un café de señorita y yo una cerveza japonesa.
-¿Ahora bebes cerveza?
-Ahora hago muchas cosas. Hablamos el domingo, ¿a las 5 en el centro te parece bien?
-Sí.
-Hasta el domingo Marta.
Colgué sin esperar a que se despidiera.
Acordarme de Marta, me hizo sentirme solo. La echaba de menos, antes no me acordaba mucho de ella. Pero ahora la echaba de menos. Y tenía la sensación de que tras vernos el domingo, la echaría de menos para siempre.
Llamé a mis padres para felicitarle las navidades, les dije que todo iba bien, pero que tenía que trabajar mucho más que antes y no tenía mucho tiempo para mí. Me elogiaron por ser tan independiente y adaptarme tan rápido a las vicisitudes de la vida. Me desearon un feliz año.
Ese domingo no llovió. Ni una sola gota en todo el día. Sin embargo las nubes, permanecieron en tonos de grises, como si se hubieran escapado de la pantalla de un televisor viejo.
La encontré más radiante que nunca. Marta tenía por costumbre llevar un sombrero. Era la primera chica que veía con sombrero (y no sombrero de ala ancha, ni pamela, sino un sombrero), pero le quedaba serenamente bien. Creo que para mí, el sombrero era parte de su identidad. Me saludó con entusiasmo y dos besos. Recordé como habíamos dejado de quedar paulatinamente. Cada vez mirábamos más el móvil y hablábamos menos. Y un día pasamos a ser extremos de la red social.
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Kind of Blues
RomanceEste texto podría ser muchas cosas. Pero de todas las cosas que podría ser, es una por encima de todo, es mi primer relato largo. Es la primera vez que sobrepaso la barrera de las cinco páginas, es para mí, un hito. Un sueño. Espero que os guste.