Capítulo 1

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El cielo gris, pesado, amenazaba con descargar furioso todo su potencial eléctrico de un momento a otro. Emma encendió las luces del coche y se estremeció al ver un rayo cruzar el horizonte seguido, segundos más tarde, por el trueno. Casi podía oler la humedad de la lluvia inminente. Segundos después comenzó a diluviar. Grandes gotas cayeron sobre el parabrisas haciendo más difícil la circulación. Perfecto, justo a la hora punta. Como si no llegara ya lo suficientemente tarde. Regina estaría encantada. Como por un conjuro, sonó el móvil.

—¿Dónde demonios estás? —exigió saber una voz femenina, de suave acento español.

—Tu preocupación resulta de lo más enternecedora —respondió ella irónica.

—Contesta a mi pregunta.

—En medio de un atasco.

La lluvia seguía cayendo, reduciendo la visibilidad hasta el punto de hacerla creer que estaba sola. Hubo unos segundos de silencio. Emma se figuró que Regina estaría mirando el reloj.

—¿Pero dónde, exactamente?

—¿Qué importa? Ni tú podrías sacarme de aquí —añadió ella burlona.

Regina Mills era una potentada con el suficiente dinero y poder como para manejar a quien quisiera a su antojo. Andaluz de nacimiento, había sido educada en París, pero había vivido varios años en Nueva York al mando de la sección norteamericana del imperio financiero de su padre.

—Podrías haber cerrado hoy la boutique un poco antes. Habrías evitado las aglomeraciones y estarías ya en casa —respondió Regina secamente, comenzando a enfadarla.

La boutique era el negocio de Emma. Había estudiado arte y diseño y trabajado en casas de moda de París y Roma. Hacía sólo tres años que había escapado de un desafortunado romance para volver a casa, y en cuestión de meses había fundado la tienda, la había llenado de ropa de diseño exclusiva y, a sus veintisiete años, se había hecho con una clientela importante.

—Dudo que a ninguna de mis clientas le hubiera gustado que la echara —replicó ella con cinismo.

—¿Por qué pensaría yo que ibas a ser una esposa dócil? —preguntó Regina de broma.

—Jamás te prometí obediencia —aseguró ella respirando hondo y soltando lentamente el aire.

—Sí, recuerdo perfectamente tu insistencia en borrar esa palabra de nuestros votos y promesas. —Hicimos un trato —le recordó ella, refiriéndose a las condiciones de su matrimonio.

Dos fortunas familiares igualmente prominentes se habían unido para formar una corporación internacional. ¿Qué mejor modo de cimentarla y asegurarse de que habría un heredero que casando a los hijos de ambas familias? Aquella maniobra había requerido manipulaciones estratégicas por parte de la familia, gracias a las cuales Regina había trasladado su residencia de Nueva York a Melbourne. Ambas familias se habían asegurado de que tanto Regina como ella asistieran con frecuencia a los mismos actos sociales. El plan familiar había implicado además ciertas notas de prensa, cuyas especulaciones, involuntariamente, habían contribuido a la unión haciendo finalmente innecesaria su labor. Emma, cansada de lidiar con solteros de oro deseosos de incrementar su fortuna, o con solteras menos deslumbrantes, no mostró oposición alguna a la idea siempre y cuando pudiera mantener su independencia. El amor no era lo principal, era más sensato elegir una esposa o un marido con la cabeza que con el corazón. A pesar de las relaciones de ambos imperios financieros, entre Regina y Emma había una diferencia de diez años de edad. Eso, unido a sus educaciones en internados distintos, tanto en Australia como en ultramar, había hecho imposible un contacto regular entre ellas. Emma tenía sólo once años cuando Regina se trasladó a Nueva York a vivir.

¿Conveniencia o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora