Capítulo 3

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Emma se despertó tarde, comprobó el reloj y corrió a la ducha. Se vistió, maquilló y bajó las escaleras. Regina estaba terminando el café cuando entró en la cocina. Solo con mirarla la sangre le hervía. Era como si aún pudiera sentir sus caricias, el calor femenino de su posesión, la pasión... Resultaba seductor pensar en lo que habían hecho la noche anterior.

Regina la observó y contempló cómo temblaban sus labios. ¿Se daba cuenta Emma de lo preciosa que era? Era algo más que belleza física, se trataba de la profundidad de su alma. Y en aquel momento resultaba especialmente trasparente. Era conmovedor y excitante. Regina la observó servirse zumo de naranja, sacar una tostada del tostador y extender mermelada.

—¿Por qué no me has despertado? —preguntó Emma.

—Puse el despertador para que sonara más tarde —contestó Regina mirando el reloj—. Tengo que irme. ¿Por qué no te sientas?

—No tengo tiempo.

Emma terminó la tostada, acabó el café y sacó un plátano y una manzana del frutero. Luego recogió las llaves de su coche y siguió a Regina al garaje. Regina abrió la puerta y se la quedó mirando.

—Ha sido una noche movidita. Además, apenas has desayunado, y eso te lo llevas para poder comer a toda prisa. No es forma de comenzar el día.

—Bueno, ya iré al café —contestó ella encogiéndose de hombros.

—Procura que sea así —añadió la morena entrando en el coche.

—Sí, señora.

Regina la miró y arrancó. Emma la observó marcharse, no tenía tiempo que perder.

Segundos más tarde salía ella también en dirección a Toorak Road. Soportó el tráfico en la hora punta con paciencia, reflexiva. Habría sido agradable despertar en brazos de Regina, sentir sus caricias y hacer el amor a primera hora de la mañana. Echaba de menos la sensualidad de su calor, su sed insaciable, seguida siempre de momentos de juego y relax. Era entonces cuando más dialogaban, antes de darse una ducha.

De pronto su mente se vio invadida por un intruso vagamente amenazador: el rostro de Rubí. Emma trató de olvidarla y de concentrarse en el día de trabajo que tenía por delante. Aquella mañana el servicio de correos debía entregarle mercancía nueva. Emma imaginó cómo desplegarla en el escaparate. Cuando llegó a la boutique y abrió, Rubí había dejado de existir. Temporalmente.

Durante las dos primeras horas de trabajo Emma acarició el auricular del teléfono esperando la llamada de Regina. Necesitaba oír su voz. Tenían por costumbre charlar y contarse sus asuntos del día. La llamaría y le pediría que quedaran para comer. Lily podía hacerse cargo de la tienda durante una hora. Más tiempo incluso, si era necesario. Emma marcó el número del móvil de la morena sin vacilar, pero fue el contestador quien contestó. Dejó el nombre y una invitación a comer, y volvió a la rutina.

Lily, una buena amiga entendida en moda, a quien le encantaba tener un trabajo a media jornada mientras su hija estaba en el colegio, llegó hacia las diez. E inmediatamente después, llegó la entrega del servicio de correos. Desembalar, comprobar la mercancía y prepararla para exponerla en el escaparate llevó su tiempo. Además entraron varias clientas, algunas serias, dispuestas a comprar, y otras solo a mirar. Aparte de eso estaban las llamadas telefónicas. Regina, sin embargo, no llamó hasta las once y media, cuando Emma ya lo daba por imposible.

—Es ella —señaló Lily tendiéndole el auricular.

—Pensé que podríamos comer juntas —dijo Emma poniéndose al teléfono y suspirando—. Puedo salir ahora mismo, tengo tiempo hasta las dos.

¿Conveniencia o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora