Capítulo 7

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Emma estaba desayunando cuando sonó el teléfono.

—Buenos días —saludó Regina—. ¿Has dormido bien?

—Gracias —respondió ella.

—Esa no es una respuesta —alegó Regina.

¿Le serviría de algo a Emma saber que ella había pasado la noche en vela hasta el amanecer?

—Es todo lo que puedo decir.

—Enfádate cuanto quieras, no te servirá de nada.

—Supongo que tendrás algún motivo para llamar.

Regina no supo si echarse a reír o darle un puñetazo, pero eso era imposible. Finalmente, optó por decir:

—Recuérdame que te de un puñetazo cuando nos veamos.

—Ponme la mano encima y verás...

—¿Qué, no sabes con qué amenazarme?

—Se me ocurren demasiadas cosas —insistió Emma.

Corría el riesgo de que Emma le colgara de nuevo el teléfono pero, a pesar de todo, Regina comenzó a contarle cómo era el hombre al que había contratado de guardaespaldas.

—August Booth tiene treinta y dos años. Es ex policía, alto, musculoso, de pelo oscuro y ojos azules. Llegará en un sedán azul, último modelo —informó Regina dándole incluso el número de la matrícula—. Debe estar al caer.

—Solo falta que sea experto en artes marciales.

—Cuando llegue se presentará, pero luego se mantendrá en la sombra. Ni siquiera te darás cuenta de su presencia. Ni tú ni nadie —explicó la morena.

—Esto comienza a parecerse a una novela mala de misterio.

—Pues espero que me concedas el indulto al final.

—¿Cuánto va a durar?

—Mientras sea necesario.

—¿Debo hacerle compañía durante el desayuno y la cena? —preguntó Emma con cinismo.

—Solo lo verás de día, querida —rió Regina—. Yo cuidaré de ti por las noches.

—Eres mi ángel de la guarda.

—Podrías darme las gracias.

—Prefiero darte un bofetón —soltó Emma.

—¿Tienes algún plan para esta noche?

—Voy a salir a cenar con mis padres.

—¿Por qué no te quedas con ellos a pasar la noche?

Aquello era demasiado. Regina estaba exagerando.

—Ya soy mayorcita, no necesito niñera. ¿No crees que estás llevando este asunto demasiado lejos?

—No —negó Regina inflexible—. Haz lo que te digo. Por favor.

—Lo pensaré.

Regina hubiera deseado estar a su lado para zarandearla. Su obstinación e independencia eran excesivas. Y, sin embargo, era por esas mismas cualidades por las que la admiraba.

—No quiero que nadie te haga daño, ¿comprendes? —aseguró con voz profunda.

—Está bien, tu postura ha quedado clara —contestó Emma.

—Gracias.

Entonces entró Sofía en el comedor, acompañada del guardaespaldas. Emma bajó la voz.

¿Conveniencia o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora