7. Vampiros Neoyorquinos

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Shouto lo recuerda con una claridad tan nítida que haría al cristal de su vaso a medio vaciar sonrojar. Gotas de un frío derretido se deslizan por la piel translúcida del objeto, y Shouto tiembla, tiembla porque las memorias son crueles y traicioneras.

Tiembla porque rememora la forma idéntica en que el sudor de Denki Kaminari resbalaba por su cuello mientras el rubio...

—¡Hey! —dos manos se posan sobre la mesa, y es que Denki es especialista en invadir espacios, en imponer su voluntad como un trueno hace lo mismo cuando baja a la tierra y destruye todo lo que toca. La mesa se queda en silencio y los ojos virulentos de Katsuki taladran al recién llegado con intenciones potencialmente homicidas. Shouto traga saliva.

Aquel día que viene a sus recuerdos, Momo estaba fuera. Se había ido a uno de sus cursos de moda. Katsuki, por otro lado, había tenido que salir de emergencia para ayudar con algo a sus viejos. Así que Shouto estaba solo en casa.

Denki llegó.

Traía un paquete de cervezas y una botella de vodka de una marca sospechosa. Como quien se siente bienvenido en todas partes, después de que Shouto le abrió la puerta, el rubio había procedido a encaminarse hacia la cocina para guardar las cervezas y ver si había algún jugo con el cual combinar el vodka. Le ofreció a Shouto una de las botellitas de Stella y éste la recibió sin rechistar. Se sentaron en la sala. ¿Qué cosas empezó Denki a contarle entonces? Esa es la única parte de todo el acontecimiento que a su cerebro le pareció aceptable desechar. No tiene la menor idea.

Las puertas del balcón estaban abiertas para permitir que entrara el aire. Era verano. Hacía calor. Denki se quejaba de ello y, antes de que Shouto supiera lo que estaba pasando, ya se estaba pasando la camisa por los brazos y la cabeza. La tiró a un lado y volvió a echarse sobre el mueble, vestido ahora tan sólo con unos pantaloncillos cortos. Denki no es particularmente musculoso, pero su cuerpo tiene una forma bonita. Los músculos alcanzan a distinguirse bajo la piel. Los huesos, también. Clavículas y pelvis. Omóplatos. Tiene una forma natural, una que no grita brío y salvajismo sexual, pero sí alcanza a deletrear unos cuantos poemas cautivantes y seductores. Su lengua pasaba sobre sus labios y los mojaba cada tanto, no había un motivo claro para ello, de la misma forma en que no había motivo para que Shouto sintiera que la cerveza en vez de refrescarle le estaba calentando.

Denki le sugirió que se retirara también la camisa.

Él obedeció.

Denki puso música, los Bailes Eléctricos, por supuesto, y comenzó a danzar como lunático por la sala. Shouto no le quitaba los ojos de encima. Denki trajo después vodka puro en vasos con hielo, ya que no encontró ningún jugo con qué combinarlo.

—¿Cuál es la forma más rara que te sabes de brindar, eh, Shouto?

Denki olía a vainilla. El calor le estaba calando y resbalaban gotitas de sudor por su cuello. Shouto propuso encender el aire acondicionado. Denki desechó la idea.

—Uh, creo que recuerdo la de Budapest... ¿eguishiguere?

—¡Egueshegera! —con su mala repetición, Denki se vació medio vaso de vodka de un jalón. Luego, cerró los ojos con fuerza y lanzó un gritito. Cuando volvió a separar los párpados, sus orbes de oro se depositaron atentamente sobre Shouto. Tenían el color de las joyas y de un sol macabro, y la intensidad de un gato que te persigue por la noche. Shouto supo que estaba indefenso ante sus zarpas. Denki sonrió después—. No has bebido.

—Ah, me olvidé.

—¿Te digo cómo se brinda en Estonia?

—¿Qué tiene de especial?

La Ciudad de los Libros [Hiatus temporal]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora