Capítulo XII

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Mina

Llegamos al centro comercial y Caleb da un par de vueltas antes de aparcar la moto. Me doy cuenta de que tengo que soltarle cuando gira la cabeza para verme. Suelto mi agarre de su cintura con reticencia y me bajo de la moto con cuidado.

Caleb se quita el casco y lo guarda mientras que yo sigo peleándome con el enganche del mío. El casco que llevaba en la moto de Alberto era distinto a este y no consigo desatarlo. Caleb me observa divertido apoyado en su moto y levanto la visera.

—¿Qué te parece tan gracioso?— le pregunto con enfado.

—Tú— me responde en una risa y ruedo los ojos —A ver, déjame— se acerca hacia mí y los nervios se agarran en mi estómago.

Está tan cerca que, aprovechándome de su concentración, estudio su rostro.

Veo ese atisbo de brillo verde en sus ojos, como cuando éramos pequeños y empiezo a nadar en los recuerdos de nuestra infancia. No me doy cuenta de que ha soltado el casco y sigo mirándole, con la diferencia de que el también me observa, me quita él casco pero no se aleja de mí.

—¿Qué miras?— susurra intentando sonar divertido, pero queda en un intento, sonando serio.

Mi corazón va a tal velocidad que me da la sensación de que puede escucharlo.

—Tus ojos— me mira frunciendo levemente el ceño —Son azules— después de unos segundos de incómodo silencio da un paso hacia atrás para guardar el casco tragando saliva.

—¿Vamos?— pegunta ligeramente incómodo rascándose la nuca.

Presiono mis labios dejándolos en una línea, deshago el moño suelto, me agito un poco el pelo y meto las manos en los bolsillos de su chaqueta.

Esta mañana hace fresco para ser verano.

Vamos andando por el parking en silencio y me maldigo internamente por tener que joderlo todo con mis comentarios tontos y sin pensar. Lo miro de reojo y veo su ceño fruncido mientras mira hacia el vacío. Salimos del parking, entramos y se gira mirándome con las manos en los bolsillos.

—¿Quieres un helado?— me sonríe como cuando éramos pequeños y comíamos helado a escondidas con Manu y Eri.

—Claro— sonrío aliviada de que ya haya pasado la tensión de hace unos minutos y vamos a por un helado.

—Una tarrina con una bola de fresa y oreo, y otra de chocolate negro— lo miro y mis mejillas se sonrojan.

Después de todo este tiempo aún se acuerda del helado que me gusta. Me quedo embobada hasta que pone el helado delante de mí, saco las manos de las enormes mangas y lo cojo.

—¿Has pagado ya?— pregunto viendo cómo se aleja.

Prueba su helado y me responde.

—Mientras tú estabas empanada— llego a su lado y me río —Te pasas la mitad del día en Babia— dice como observación y me encojo de hombros.

—Puede ser— sonrío y empiezo a comerme mi helado mientras lo observo.

—¿Qué?— me dice Cal extrañado de que lo mire.

—Que te has acordado— frunce el ceño mientras mastica —Del helado— sonríe y mira al frente.

—Llevas casi toda tu vida obligándome a comprarte ese helado, ¿y pensabas que se me iba a olvidar?— lo miro sorprendida.

—¡Serás mentiroso!— se ríe y dedico unos segundos a escucharlo —Tú siempre intentabas librarte de mí diciéndome que después me ibas a llevar a comer helado— me mira indignado.

CALEBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora