—¡Corre Horacio! —Gustabo gritó a la par que huía de la banda de mafiosos quiénes disparaban a sus pies.
Respiraba de manera desesperada. Sentía como el aire le quemaba la faringe, terminando por hundir sus pulmones en oxígeno helado.
Hace tan solo unas horas atrás, Horacio y Gustabo conversaban animadamente con uno de los miembros de una mafia. La actitud de ese tío era hilarante e inquebrantable.
Intentaron por un largo rato convencerlo de bajar el precio, aunque sea un 5%. Pero no hubo caso, no cedió ante nada, ni por las ofertas un tanto indebidas de Horacio.
—Hombre, ya me estáis tocando los cojones de una manera... Escuchad, no puedo bajaros el precio, ¡así no funciona este mercado! —Objetó con los nervios bien arriba.
—¿Estás seguro de que no te interesa mi propuesta, Claudio?
—¡Por supuesto que no! ¡Ni cagando acepto esa mierda! No quiero ni saber de dónde has sacado ese dildo. Guárdatelo para tí, gilipollas. —Apartó con una mano desdeñosa el juguete de su rostro.
—¡Pero Horacio! Es que tu cresta canta como una almeja, la gente se asusta de tí con la cara que me llevas. —Reclamó Gustabo, casi haciendo un puchero en su rostro—. Estoy seguro de que hubiera aceptado si no utilizaras métodos tan poco... Ortodoxos.
El hombre moreno bufó irritado. —A ver, pesaos del nabo —cogió la pistola para enseñarla al dúo—. ¿Compráis la puta pipa de una buena vez o no? Son solo doce mil euros, no me jodáis.
Gustabo sabía de sobra que pudo haber gastado mucho menos dinero, si tan solo Horacio hubiera mantenido la boca cerrada y el dildo metido en donde debe estar. Terminó murmurando a regañadientes. —Ten tus doce mil euros, cabrón.
Al hacer el intercambio, el de cresta aprovechó y le arrebató el arma rápidamente.
La inspeccionó con suma atención, intentando encontrar alguna falla. Sin enterarse de que estaba apuntando al susodicho Claudio en el pecho. —Imagino que el casquillo no sufre ningún tipo de traba, ¿verdad?
—¡Hey! Eh... No me apuntes con eso que está cargada cabronazo. No te miento, no está trucada. —Retrocedió torpemente.
—Ah... ¿Sí? ¿Cómo puedes asegurarnos eso? —cuestionó con una idea en mente—. ¡Ya sé! ¿Qué pasaría si la pruebo primero? —acarició el gatillo con el dedo índice, vacilando en si apretarlo o no—. Si nos has estafado, el arma no disparará y vivirás.
Gustabo se metió en la conversación para agregar cizaña al asunto. —No por mucho tiempo, pero lo harás.
—Pues... No creo que sea lo mejor. Podrías haberla probado antes de comprarla, tragasables. —Lo último lo susurró, pero Horacio alcanzó a oírle.
Ignoró el comentario del tipo, por supuesto que tal falta de respeto debía ser amonestada. A lo mejor, luego de asesinarle, le tiraría a un río.
Así, sin dudarlo ni un segundo más, apuntó a la cabeza de Claudio. Afianzó el agarre del arma y apretó el gatillo con firmeza.
Claramente encasquillaría. La mafia en la que ese tipo está metido es una basura. Es obvio que sus pistolitas de plástico son trucadas.
O eso quiso pensar hasta que el arma funcionó perfectamente.
—¡Hora...! —Antes de que Gustabo alcanzara a objetar contra la situación, el aturdimiento del disparo a tan corta distancia le hizo perder el equilibrio y cayó de boca al suelo.
Al estabilizar su visión, alcanzó a mirar por el rabillo del ojo el desastre que había.
El suelo se convirtió en una gran mata de sesos y carne rojiza. En el cadáver de quién alguna vez fue Claudio, la sangre corría a chorros de su cabeza.
Cuando se recuperó lo suficiente de las palpitaciones en sus oídos, pudo reconocer las fuertes pisadas de al menos tres personas corriendo a toda velocidad hacia ellos.
Gustabo no se demoró un segundo más en apreciar y repugnarse ante tanta suciedad manchando su chaqueta roja. Levantó el culo del suelo y maldijo a su amigo a los cuatro vientos.
—La puta madre que te parió. ¡SAL CAGANDO HOSTIAS! —Llamó a Horacio, quién estaba arrodillado junto al cuerpo.
No podían demorarse mucho tiempo allí, la policía podía llegar en cualquier momento. Si les atrapaban con las manos en la masa, los oficiales les arrestarían por homicidio y compra de armas ilegales. Y segundo, pero no menos importante ¡LOS MAFIOSOS!
Justamente al tío a quién compraban una pipa de mierda tenía unos contactos de la hostia rodeando todo el lugar.
No les queda más que huir, el lugar se llenaría de polis más temprano que tarde y ellos terminarían con plomo hasta en las cejas. Y Gustabo no apreciaba la idea de que su adorado cuerpo sea agujereado sin su consentimiento previo.
Un día más, un día menos en aquella caótica ciudad. Tan solo habían estado dos días allí, y el dúo perdía la cordura poco a poco.
¿Qué les deparará el futuro?
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PROTECTION
FanfictionLuego del asesinato a un hombre no muy agraciado, Gustabo y Horacio se encuentran entre la espada y la pared. Ambos toman una decisión y encuentran muchos más problemas que antes.