Cap. 2

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Inhalaron y exhalaron al mismo tiempo. Ambos completamente exhaustos y con el corazón en la boca luego de una espantosa huída.

Lograron escapar de los mafiosos y la policía por los pelos. Si no fuera por el de chaqueta roja siendo tan escurridizo, y el de cresta corriendo como un correcaminos, Horacio y Gustabo serían historia.

Ahora descansaban contra un muro. Les temblaban las piernas en debilidad y nerviosismo.

Por lo que decían los noticieros en las televisiones detrás de una vidriera, al parecer, el almacen dónde hicieron el intercambio fue sometido a una inspección para luego ser clausurado temporalmente.

Con la carne al rojo vivo, piel erizada y un brillante reflejo en los ojos del dúo caótico, sonrieron. Lentamente transformaron esa mueca a una risa llena de energía, excitación y confusión.

—¿Qué hemos hecho, Gustabo? —Nunca falta la complicidad en las palabras de Horacio.
Porque las travesuras de uno, terminan siendo las de ambos.

Soltó una carcajada temblorosa mientras sostenía su cien. —No tengo la menor idea. ¿Qué haremos ahora?

—Le robé los doce mil que le habías entregado. También todo lo que llevaba encima. —Comentó de sobrado, la diversión sin abandonar sus facciones—. ¿Quieres ir de compras, Gustabín?

—Horacio... Eres un cabrón. Te quiero.

✰ ☽ ✰

Para el resto de la tarde, se dedicaron a revisar cada tienda abierta del centro, comprando nuevos estilos de ropa y extravagantes cortes de cabello.

No les sobró mucho dinero, pero aprovecharon el resto para alquilar un pequeño departamento no muy lejos del hospital.

Se detuvieron unos minutos para relajar las piernas en un banco. Las personas les miraban de arriba abajo en suma extrañeza. Especialmente a Horacio, quién presumía con mucho orgullo su nuevo tinte de cabello.

Gustabo se sentía irritado. Aborrece ese peinado tan estrambótico.

"¿Quién en su sano juicio tendría los testículos lo suficientemente llenos como para relucir algo así en frente de la peña?".
Razonar en su cabeza solo le enfadó aún más, así que no tardó en quejarse.

—Joder... ¡Pero qué cara más fea tienes! Menos mal que la cresta la mejoraste un poco. Te sienta bien el rojo. —Miró con desprecio y una pizca de admiración al cabello de su compañero. Aunque le doliera admitirlo, el color rojizo en verdad le favorecía.

En cambio, él si consiguió algo decente. Es un lindo traje a medida gris y blanco, junto a un sombrero que le hacía parecer calvo, según el de cresta.

Puras falacias y sandeces. Tranquilamente podría conquistar el corazón de una piedra con tanta formalidad y etiqueta. Ni hablemos del pico de oro que lleva puesto cada día.

Horacio notó la mirada del más bajo. Largó un suspiro un tanto exasperado y respondió. —Gusnabo, no tienes sentido de la moda.

El sombrero se queda.

Al tocar la noche, llegaron a casa muertos en hastío. Horacio todavía siente la tensión en los dedos por la fuerza del disparo. La pólvora aún ensuciaba el esmalte de sus uñas.

Gustabo se regocija de gusto al no encontrarse con los mafiosos en todo el resto de la tarde. Ahora le tocaba descansar su fatigado cuerpo y entregarse a los brazos de Morfeo.

No pudo ni cerrar los párpados unos segundos que un zumbido proveniente de su bolsillo trasero le alejó del sueño. Intentó ignorarlo, pero su trasero le molestaba con tantas vibraciones.

Echó un vistazo rápido a la barra de notificaciones, no sin antes cegarse por tener el brillo al máximo.

"Estáis muertos. Tú, y tu novio el crestas."

Abrió tanto los ojos que llegaron a arderle. Se levantó de un salto y corrió en busca de Horacio.

Otro zumbido le detuvo.

"Os habéis metido con la peor familia que pudistéis encontraros."

Mierda...

Corrió por el departamento hasta encontrar al de cabello rojizo. Quién estaba desparramado en el sofá roncando levemente. Se acercó a él y comenzó a moverle para despertarle.—¡Horacio! ¡HORACIO!

—¿Q-Qué cojones? ¡Para, para! Estoy despierto. —Dijo sobándose su nuca por la incómoda posición en la que durmió.

—¡Escucha, escucha! ¡Que nos han amenazado por Twitter! —Chilló escandalizado y furioso.

Horacio terminó por despertarse al completo. La cabeza se le hizo un lío al imaginar lo peor acerca de los tweets, y sobre quién los envió. —¡JODER! ¡¿No será la mafia esa de los huevos de hoy o no?!

—¡No lo sé! Creo que sí.

Angustiado, encerró su rostro entre ambas manos, masajeando sus sienes.—Gustabo... ¿Sabes lo que tenemos que hacer?

—La verdad es que no.

Horacio suspiró en una estremecedora exhalación y continuó diciendo—. Tenemos que ir a comisaría.

—¡¿Pero qué coño dices?! ¡Acabamos de librarnos de ellos de milagro hace un rato! —Gustabo se cruzó de brazos, dándole la espalda a su amigo—. Me niego.

Levantó del sofá y caminó hacia él. —Escúchame... ¿Qué prefieres? Ir allí, preguntar y averiguar si pueden ayudarnos —colocó una mano en su hombro en señal de súplica—, ó, morir apenas cruzar la calle por culpa de estos chalados de la cabeza.

Gustabo vaciló en responder, recibiendo un firme apretón de su amigo.

Sabe que es mala idea, ambos lo hacen. Pero en un momento así, de desesperación y sin salida, a veces es mejor arriesgarse.

Aún con un mal presentimiento comiéndole la espalda, decidió resignado. —Bien, maldito puerco. Iremos ahora. No quiero despertarme y tener un tiro en todo el pecho.

Horacio le miró unos segundos, para luego reír levemente y regalarle una sonrisa brillante.
En una voz baja y suave, finalizó diciendo. —Tranquilo, no voy a dejar que te pase eso.

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