Cap. 4

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—¿Dónde coño está Torrente cuando quiero mi puto café? —Golpeó la mesa en una rabieta ruidosa, provocando que algunos documentos se dispersaran.

Las incesantes seis horas de encierro en su despacho le habían arrebatado la poca paciencia que los años le dejó.

¿Acaso nadie tomaba en cuenta lo estresante que es estar trabajando por tanto tiempo?

Apoyó la cabeza entre una de sus manos y dejó escapar un gruñido molesto.
Estuvo gran parte de la tarde y madrugada clasificando informes que sus agentes enviaron, ¡apenas iba por la mitad!

La cantidad de ellos era absurda e innecesariamente exorbitante. Con tan solo pensar en leer el resto de toda esa basura le palpitaba la sien y su vista dolía.

Cuando iba a descansar, una realización le golpeó de manera repentina. Hace unas tres horas atrás tenía una cena con Volkov.
Además de soportar la peor parte de su trabajo como superintendente, más tarde debía lidiar con el enojo del comisario.

Terminó por recostarse en su silla, colocando ambas manos por detrás de su nuca y miró al techo.

Daría lo que fuera porque algún loco esté corriendo por la ciudad apuñalando abuelas.
Acudiría al instante solo para dejar de corregir la horrible ortografía de Leónidas. —Joder.

—¡SUPERINTENDETE, SEÑOR! —Conway apenas pudo cerrar los párpados cuando uno de sus agentes entró casi derribando la puerta de un portazo.

Enderezó su postura al segundo y el fastidio rugió en su voz. —¡¿Qué coño quieres para entrar así?! —Sacó la porra y amenazó al pobre hombre que temblaba como un Chihuahua.

—¡S-Señor! La banda enemiga que hemos estado localizando hace tres meses, ha decidido atracar al banco del centro de la ciudad.

¿Un robo a las tres de la mañana? De puta madre.

Conway cogió las llaves de su vehículo patrulla, sonriendo de manera descarada y la emoción corriendo por sus venas. —¿Qué cojones esperas para sacar el patrulla, gilipollas?

El oficial asintió y se dirigió al garaje. En el trayecto logró oír cómo se tropezaba, y por poco caía por las escaleras.

—Son unos incompetentes. —Suspiró mientras encendía un cigarrillo y se lo llevaba a la boca—. Volkov. ¿Me copias? Necesito que envíes 10-32 a la zona central. Ah, por cierto, ten listo mi café. —Cortó la transmisión y se puso en marcha.

Un simple robo no es lo que esperaba exactamente. Es una mierda. Tan solo un paseo de niños y unos cuantos tropezones en el camino. Pero podía contentarse con ello sí le permitía distraerse unas horas.

Últimamente estaba muy estresado, más de lo habitual.
Tal vez era por los nuevos reclutas... Eran unos toca huevos de primera. También ha estado aplazando la cena con Volkov por dos semanas seguidas.

No tiene idea, pero por ahora quería concentrarse en llegar al atraco en curso y empapelar a todos esos capullos.

Exhaló el humo caliente por la nariz mientras subía a su preciado patrulla. Hoy no ha sido su mejor día.

Necesitaba emoción. No mafias de mierda asaltando un banco a las tres de la madrugada.

Encendió el coche y las luces, arrancando el motor. Aún así, no tenía más opción. Debía contentarse con lo poco que le ofrecía su trabajo y no exigirse de más.
Nada muy fuerte para su debilitado corazón.

Pura basura.

Los médicos no tenían idea alguna sobre su pasado, y quién es Jack Conway.

Él no estuvo en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos por nada.
Es un soldado y general de alto rango, especializado en el combate cuerpo a cuerpo y en armas.

Un corazón débil por el paso del tiempo no le quebrantaría tan fácilmente.

—A todas las unidades de zona O. Solicito 10-38 y 10-34 en mi 10-20. Hombre no identificado con una bala atravesando el cráneo. Acudir inmediatamente. —La radio habló, interrumpiendo el ruido de su cabeza al instante. Enfocó su mirada en el camino y se mantuvo en silencio.

El viaje se le hizo eterno. Le dolía el culo por estar sentando tantas horas sin parar a estirar las piernas un rato. Se sentía entumecido, pero no era nada que pudiera frenarle y no dejarle trabajar.

Según el radar, le quedan menos de cien metros para arribar. Podía distinguir las sirenas a la distancia, su llegada es inminente y el hormigueo que cosquillea en sus dedos es de pura anticipación.

—Os vais a cagar.

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