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Niebla, así se siente, así se ve. Frío, rígido, gris y oscuro, estremecedor, agotador, escalofriante, borroso, incierto. Te dije que estoy cansada, que me harté, te dije que ya no quiero, te digo que no lo voy a intentar más, refugio emocional, desechado sin líos y sin dramas. Me duele el corazón, dolor físico, emocional, el cabello, las uñas, me duele la risa, las pestañas, las cartas, la cama, pesa, me pesa el sentimiento, la mentira, los besos, los abrazos.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Trece, te hablo de tiempo y calidad, felicidad pura y palpable, me animé a destapar un secreto y a vivir con él y para él, le puse nombre, le di una cara, y lo coloqué junto a la ventana para que todos lo pudieran ver. Porque me sentí libre, el secreto ya no tenía por qué ser secreto, o yo no quería que lo fuera. Nadie en su sano juicio va a esconder esa cara del mundo. Como estar al borde del acantilado y lanzarte a este, confiado, hay terreno sólido abajo, te van a sujetar, el acantilado quiere lo que tú quieres, que lo sujeten, que lo toquen, que no le teman, que lo miren y lo besen, sentirse vivo.

No tuviste en cuenta que el borde del acantilado es por lógica un abismo, profundo, oscuro, no sabes que se esconde allí, pero te lanzas y debes esperar en lo que caes, pero el sentimiento de libertad y adrenalina sigue intacto y esperar un poco para conocer el fondo del abismo no es nada en comparación con el remolino de sentimientos que tú eres. ¿Pero qué pasa cuando no es terreno sólido?, ¿qué pasa cuando la caída duele más de lo esperado?, ¿qué pasa si lo que hay ahí no es nada de lo que esperabas?, te acabas de joder la vida, idealizaste el fondo del abismo.

Así funciona el amor, como los acantilados y los abismos, inciertos e impredecibles, obstinado y rebelde, nadie sabe que hay allá abajo, a menos que hayas trabajado en eso que vas a ir a buscar cuando te lances. Hay amores que se quedan en la fase acantilado, hay otros que son directamente abismo, pero hay unos que van más allá, RESURGIR, son cielo, lo que está por encima del acantilado y del abismo, son aquellos donde llueve, pero se trabajan y cesa la lluvia, esos donde a pesar de un montón de nubes sabes que estás en la cima. Y luego estás tú, acantilado, abismo, cielo y lava, uno, dos tres, cuatro, cinco... Trece, días contados donde el fondo y la cima fueron nuestros, días mágicos y miserables, donde se ganó y perdió mucho. Los amantes no dicen sus nombres, las cartas anónimas contienen destinatarios anónimos que reconocen que una carta es suya cuando la sienten en el corazón. Fugaz, es tu término, desánimo es el mío. No es tu culpa por ser acantilado, ni la mía por confiar en los abismos, las señales de peligro estuvieron ahí, pero nos fascina la adrenalina y por un momento el acantilado quería lo mismo que yo, que no le teman, que lo abracen, que lo besen, reconocer. El reconocimiento es el acto de amor más grande, incluso si después de eso no hay amor. Te reconocí en el mes once, muy ocupada en mis asuntos como para lanzarme a tu abismo. Eres diferente, no importa tiempo aquí, eres diferente porque di pasos importantes para llegar a ti, destape mentiras y me llené de orgullo para llamarte de mí propiedad, por eso eres diferente. Pero no hablamos el mismo idioma y ya no queremos lo mismo, ya no estamos buscando seguir el mismo camino y no se vive solo de amor por el arte, hay que dedicarse de lleno al arte, amarla no basta para crearla y hacerla brillar. Te quedas conmigo, en lo más profundo, siendo fugaz y fuerte, permanente, pasas a ser secreto que algún día contaré.

•Into you•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora