𝚐 𝚊 𝚗 𝚍 𝚒 𝚊.

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Cesar Gandía.

Cesar Gandía

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Palermo nos dijo a Helsinki y a mi que Nairobi y Tokio habían tenido problemas a la hora de hacerse con el gobernador, así que fuimos los tres corriendo para ayudarles.

Encontramos a las chicas en medio del hall, pero todos los escoltas del gobernador les estaban apuntando y rodeando. Cada uno nos pusimos en una terraza y apuntamos a los escoltas.

-Será posible...- Dije en un susurro al ver a Gandía. -¡Tirar las armas al suelo, ahora!- Grité ganándome la mirada de todos.

Mis compañeros y yo nos quitamos las máscaras de Dalí. Gandía, al verme, me regaló una sonrisa picarona, pero yo enseguida aparté la mirada de él.

-Mi nombre es Palermo, y soy el atracador al mando. Soy el blanco más valioso, así que apunten a mi pecho.

-¡A ellas!- Respondió Gandía, refiriéndose a Nairobi y a Tokio.

Mientras Palermo decía su discurso de los camaleones, el cuál tenía más que estudiado, me paré a pensar en todos los momentos vividos con Gandía, pero no iba dejar que los sentimientos se interpusieran en el atraco.

-Todo esto te lo digo especialmente a vos, Gandía, que llevás toda tu vida esperando este instante y lo vas a pagar con dos pobres chicas. Yo te recomiendo que pienses mucho en Marisa, y en tu hijo Juanito. Bajá el arma muy lentamente, hijo de puta.

Gandía me miró en ese momento, pero yo intenté ocultar mi sorpresa. No me podía creer que siguiera con Marisa, y encima que hayan tenido un hijo juntos.

-Está bien, está bien.

Gandía les hizo señales a los demás escoltas y poco a poco bajaron las armas, pero cuando nos quisimos dar cuenta, había disparado hacia Palermo.

Tokio fue escaleras arriba para ayudar a Palermo, al igual que Helsinki.

-Buenos Aires, ayuda a Nairobi.

Hice lo que me pidió el serbio y fui hacia mi compañera.

-Tía, vamos. Tenemos que atarles.

-De acuerdo.- Respondí a Nairobi.

Ella se puso a atar a uno de los escoltas, y yo me puse a atar a Gandía.

-Hombre, Ariana, cuánto tiempo sin verte.

-Callate la boca, pelotudo. Llamame Buenos Aires.

Gandía soltó una risa y empecé a colocarle las esposas.

-¿Buenos Aires? Pues cuando trabajabas aquí y follábamos en los baños no te llamaba así.

Me puse de cuclillas para estar a su altura y le miré fijamente.

La Casa de Papel || One Shots.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora