Capítulo 7

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—Mierda —exclamé apenas se me cayó uno de los pocos platos que había en el estante.

El escenario del crimen estaba envuelto en tallarines recalentados de hace tres días, ahora mi almuerzo yacía en el suelo, muerto. Me había quemado al sacarlo del microondas por lo que no atiné a más que dejarlo caer como acto reflejo. Inmediatamente comencé a recoger los pedazos e intentar encubrir el error que había cometido.

—Perdón, lo lamento —me disculpaba sin saber muy bien a quién lo decía.

Era más por la costumbre. Escuché pasos cercanos y aceleré el ritmo de la limpieza además de acurrucarme entre mis piernas en forma de ovillo protector para terminar lo antes posible. Seguía disculpándome en voz alta casi como un mantra cuando una mano se posó sobre mi hombro sacándome de cualquier estado de trance. Mi piel se erizo y mi corazón acelerado ya se preparaba para sentir el golpe.

—Zara, tranquila.

Pero yo seguía intentando recoger los pedazos con manotazos torpes debido al miedo. Hasta que me corte con uno y ahí fue cuando Julia me obligó a detenerme.

—Ya no estamos en ese infierno. Nadie te golpeará —dijo arrodillándose a mi altura.

Aún seguía absorta en la otra realidad, cuando la sumisión era mi salvación.

Recién ahí reaccioné. Julia me puso un vendaje y limpio el lugar mientras yo ponía otra porción de tallarines en el microondas. Llevábamos días comiendo lo mismo, pero no había mucho presupuesto. Las paredes del departamento eran tan delgadas que podía escuchar la discusión subida de tono del matrimonio que vivía en el apartamento de al costado, también podía escuchar la tele al máximo volumen del vecino del frente. Un fanático del fútbol italiano.

Un país tan pobre que gritaba más fuerte un gol que una injusticia.

Aún no le había dicho a Julia el lío en el que me había metido para salvar mi culo. Marco ya me había texteado al menos 5 veces desde que desperté y mañana nos veríamos en la escuela por lo tanto no podía huir más de lo inevitable.

—Julia —ella se giro para mirarme, estaba preparando el desayuno— Besé a Marco.

—¡¿Qué?! —la escoba cayó al suelo haciendo un gran estruendo.

—Lo siento es que fue una tapadera después que casi descubre que le había robado una foto.

—Espera —dijo fugazmente mientras recogía la escoba— ¡Es una grandiosa idea!

—¿Qué cosa?

—¿Crees que este interesado en ti? —la mire fulminante— Vamos, eres guapa y se que sabes como dejar a un hombre deseando más. ¿Te ha escrito?

—¿Estas sugiriendo que para acelerar el plan salga con Marco? —le pregunté atónita a lo que ella asintió satisfecha— ¡Es como prostituirme a cambio de información!

—¿Y acaso no lo vale? Mira no tendrías que hacer nada que no quisieras, hemos analizado a Marco. Sería distinto si estuviéramos hablando de su hermano. Pero Marco es inocente, el eslabón más débil.

—Sigue siendo prostitución.

No juzgaba a las mujeres que deseaban vivir en libertad su sexualidad, al contrario, las admiraba. No es fácil seguir un camino de plenitud dejando lo prejuicios, y un trabajo que te paguen por causar placer es igual de respetable que todos los demás. Pero sabía la realidad que había detrás de ese mundo, en el orfanato era común que las chicas terminaran convirtiéndose en prostitutas si no encontraban una mejor paga. Ellas no lo hacían para sentirse poderosas frente a los hombres, sino por necesidad. Muchas veces la prostitución solamente encubría la trata de mujeres, una violación sistemática ya que las personas dispuestos a pagar por sexo la mayoría del tiempo estaban perturbadas.

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