Prefacio

772 62 0
                                    

-¿Seguro que no necesitas que les acompañemos? Tu aún sigues herido.-

-He sobrevivido a peores.- Ubbe se me miró con el gesto relajado y algo agotado, su herida no era profunda y por suerte ya había dejado de sangrar, pero eso no evitaba el hecho de que haya exigido su cuerpo por tantas horas, Eris sin duda le había hecho sudar hasta la última gota.- No se preocupen.-

-Pues bien, nos veremos en un par de días.- Mi hermana mayor le palmeó el hombro, luego de haber convivido por las primeras tres horas la tensión entre nosotros se había reducido agraciadamente.- Hasta entonces, descansa y recupérate.-

Ubbe nos dió una última mirada y se volteo para dirigirse hacia el resto de sus hermanos quienes se encontraban esperándolo junto con sus pertenencias.

Inconscientemente mis ojos volvieron a viajar hacia aquellos fríos azulinos, no fué de ningún extrañar que él también me estuviera observando.

Durante estas últimas horas nos habíamos mantenido con increible cercanía, no habíamos intercambiado demasiadas palabras y las que surgían siempre remitían al entrenamiento. Pero de alguna manera la proximidad entre nuestros cuerpos había surgido algo entre ambos.

Y por más descabellada que sonara estaba muy segura de aquello, aunque aún no encontraba un cómo o un porqué . Pero sin dudas algo allí florecía.

Cuando su piel tocaba la mía surgía algo eléctrico, intenso, algo que hacía que mi interior se revolucionara y temblara, como cuando el viento acaricia las olas del mar profundo haciéndolas danzar en selváticas oscilaciones.

Era consciente de que nada de esto era normal, ningún otro hombre me había provocado aquellos sentimientos, y eso mismo le comenzaba a volver un peligro para mí.

Pero luego nacía el otro lado, una pulsión contradictoria que me inclinaba a permanecer con el. Algo que hacía que el hecho de que sea un completo desconocido para mí sea meramente insignificante. Que un calor acogedor me resguarde cuando sus manos cubren las mías.

Era un completo caos. Pero al menos notaba que no era sólo yo la que sufría aquello.

El parecía percibirlo igual, o incluso de peor manera. Aunque haga el mayor de sus esfuerzos por ignorarlo u ocultarlo, nuestras pieles se delataban a sí mismas.

Mantuvo su mirada en mí hasta que la torción de su cuello se lo impidió. Los hermanos se retiraron con fuertes pisadas hasta perderse entre los árboles.

Luego de tomarnos unos breves minutos para descansar, comenzamos a organizar nuestros bienes para transportarlos hacia nuestra cabaña. A pesar de ser una zona completamete deshabitada, no podíamos fiarnos de nada.

Nuestra estancia no se encontraba muy lejos de nuestra posición, se disponía en una ubicación casi a las afueras del puerto, lo que nos permitía mantener cierta privacidad, gracias a la petición de Eris. El pueblo aún no conocía del todo nuestra presencia por lo que mientra más discreción tengamos será mas afable.

-Aster y yo llevaremos el resto.- Eris sostuvo el gran bolsón sobre su hombro y recogió un par de armas con su brazo libre.

-Esta bien, iré a buscar alguna de las flechas perdidas, Sigurd es un asco con la puntería.- Puso sus ojos en blanco.- Laira, ¿me acompañas?.-

-Claro.- Sonreí. Disfrutaba mucho hacer caminatas con Dhalia.

-Bien, las veremos para la cena.- Alegó la mayor dirigiéndose en sentido contrario al que desaparecieron los hermanos Lodbrok.

Tomé mi habitual capa y me cubrí con ella, su resguardo reconfortaba con calidez a mis hombros de la fresca.

Nuestros pies se desplazaban con cierta rapidez, un par de botillas de cuero y piel les cubría. Las miré con cariño, nuestra madre nos las había regalado por nuestra desimo sexta vida de estación. Sus mullidas plantillas ahogaban el sonido de nuestros pasos, logrando que seamos casi inmutables.

Laira (ivar the boneless)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora