¡Ay! -oí gritar de repente, despertándome.
¿Qué pasa? -pregunté sacando la daga de plata que siempre ocultaba bajo la almohada.
El maldito sol… está amaneciendo y has dejado las ventanas abiertas -se quejó Rebeca cubriéndose con las sábanas para protegerse de los leves rayos que empezaban a inundar la cama en la que estábamos acostados.
Me levanté a cerrar la ventana estirándome por el camino.
No seas tan dramática, está amaneciendo, los rayos apenas pueden hacerte daño.
Me molestan, y pronto sí serán perjudiciales. ¿De qué sirve que los cristales filtren los rayos ultravioletas si dejas la ventana abierta?
¿He de recordarte que todavía ése no es mi problema?
Continuó quejándose, y yo sonreí con algunos de sus comentarios mientras hacía mis ejercicios matutinos. Nuestra relación se había vuelto muy cordial desde que dejé de visualizarla como la mujer de mis sueños, o mejor dijéramos, desde que dejé de creer que eso existía. Tras ponerme un chándal bajé a desayunar algo. Abrir el frigorífico me deprimió. No había ni leche, ni huevos, ni embutido, ni nada por el estilo. En las estanterías tampoco encontré nada para desayunar, y eso que yo era el único que comía ese tipo de cosas. Solo quedaban naranjas. Lanzando un largo suspiro comencé a prepararme un zumo, cuando en ese preciso instante llamaron a la puerta.
Alerta otra vez, observé de nuevo los rayos vacilantes que entraban por la ventana; un vampiro no podía ser. Volvieron a llamar, pero de manera más vacilante. Me dirigí a la puerta para averiguar quién era, llevándome conmigo el cuchillo con el que estaba cortando las naranjas. Nunca se sabía quién podía venir de visita. Lo que jamás me hubiera imaginado era que lo hiciera la rubia de la bicicleta. Vi alivio en su bonito rostro, sus ojos azules brillaron al verme y una pequeña sonrisa asomó de entre sus labios. Mi cuerpo despertó por completo en un instante.
Hola. ¿Qué haces tú aquí? -pregunté confuso.
Perdona, ¿no te he despertado, verdad? -negué con la cabeza mirando significativamente mi chándal-. Ya, eh, menos mal. Yo, bueno, es que…- farfulló nerviosa, y terminó bajando la mirada antes de continuar-. Quería darte las gracias por lo de la otra noche -alzó de nuevo la mirada para añadir-, gracias a ti aún conservamos todos nuestros dientes -finalizó con una sonrisa.
Sus labios tenían un tono rosa natural muy atrayente y eso logró que tardara en poder responder.
Me alegra haber contribuido a que unos cuantos dentistas no se enriquezcan a vuestra costa -respondí con voz seria y pausada; la chica rió con suavidad-. ¿Quieres pasar?
Eh... -titubeó paseando la mirada al interior como si hubiera algún fantasma ahí dentro-. Sí, claro.
Vestida con una camisa blanca y rosa, vaqueros claros y zapatos blancos, la chica entró con aire vacilante.
Estaba a punto de tomarme un zumo de naranja, ¿quieres uno? -ofrecí guiándola hacia la cocina, sin mirarla.
Vale, gracias –aceptó, aunque noté nerviosismo en su voz.
Entramos en la cocina. Le ofrecí asiento mientras continué con mi labor de exprimir naranjas. Evitaba observarla, hacerlo me quitaba la concentración.
Tienes una casa preciosa -alabó al sentarse, sin quitarme el ojo de encima-. ¿De quién es exactamente?
¿Exactamente? Hum… -pensé la respuesta mientras cortaba otra naranja-. Supongo que de mi padre.
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Las Sombras de la Tríada (libro 1 de la saga La Orden del Sol)
FantasyUna antigua Orden Secreta… Un fuerte deseo de venganza… Un glorioso futuro de poder absoluto… Una hermosa muchacha… Criado en un mundo lleno de peligros, con enemigos acechando a cada paso, ha tenido que desarrollar grandes habilidades para sobrevi...