6 Los Futuros Conversos

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Los gritos de un sinfín de niñatos llenaron mis oídos a los pocos segundos de sonar el timbre que anunciaba el recreo. Nunca me había gustado el instituto, y me alegraba mucho no tener que volver a ninguno como alumno. Busqué con la mirada la razón por la que me hallaba allí, no tardé en verla junto con su grupito de amigos. Por fortuna, se alejó de ellos, por desgracia, Yamilé iba a su lado. Se dirigían a la cantina y fui tras ellas en la distancia; la suerte me sonrió cuando, por algún motivo, Yamilé se fue de repente. Aproveché la oportunidad para acercarme a la mesa donde Diana estaba sola comiendo una pizza.

        Que aproveche -le dije en cuanto me acerqué-. ¿Te molesta que me siente a tu lado?-pregunté mientras me sentaba.

Diana no respondió en el acto, más bien pareció quedarse un poco aturdida al verme. Llevaba el cabello recogido en una coleta de caballo, dejando su rostro completamente despejado; lo observé con detenimiento para ver sus reacciones.

        Sí, o sea, no, no me importa –farfulló-. ¿Qué haces tú aquí?

        Recordar mis años de instituto –dije con un falso aire soñador; sus cejas se alzaron incrédulas-. En realidad quería saber qué tal estabas, te fuiste con mucha prisa de la Mansión.

Mi interés pareció sorprenderla, pero, aparte de eso, no dio ninguna muestra de saber algo de mí que no debiera.

        Oh, pues estoy bien, me mareé y ya no tenía ganas de estar allí. Eso fue todo -no me miró cuando dio su vaga explicación; era evidente que mentía.

        ¿Eso fue todo?-insistí buscando una respuesta sincera-. Me pareció que estabas demasiado alterada para un simple mareo, ¿seguro que no ocurrió nada?

        No, ¿qué otra cosa podría ocurrir?

        Eso es justo lo que pretendía saber.

La observé con más detenimiento, y ella también a mí; parecía que ambos tratábamos de averiguar qué ocultaba el otro. Sin embargo, no vi miedo en su mirada, solo curiosidad y cierta prudencia. Si supiera la verdad, estaría asustada, y ella era demasiado expresiva como para ocultar eso, su rostro era muy abierto.

        No fue nada importante, ya ves –agregó desviando la mirada-. Pero gracias por preocuparte.

        No me gusta que la gente salga mal de mi local. ¿Volverás para llevarte una mejor impresión?

        Eh…

Dudó, y en esa duda sí pude ver aprensión ante la idea; no quería ir. No sabía lo que había en la Mansión, pero lo intuía. Cuando parecía que se iba a decidir a hablar, la vi mirar con alivio algo detrás de mí; al girarme descubrí a Yamilé.

        Hola -saludó con brevedad a Diana, posando una envenenada mirada en mí-. Qué coincidencia verte justo en esta mesa, ¿no?-su tono me sacó de quicio.

        No lo es, he venido aquí para saludar a Diana, espero que eso no sea ningún delito… -repuse observándola con despreocupación y burla.

        ¿Os conocéis?-preguntó Diana.

        De vista -contesté con rapidez, para que no se me adelantara la otra-. Aunque hay personas con las que no se puede tropezar más de una vez sin que te acusen de acosador.

        Solo las personas que se cruzan en tu camino en varias ocasiones, en muy distintos lugares y en distintas ciudades -soltó a la defensiva.

        Me estoy perdiendo.

        Da igual, Diana, no hay nada que entender a menos que seas una paranoica -repliqué.

Las Sombras de la Tríada (libro 1 de la saga La Orden del Sol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora