Margarita

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Parece que las mayores tormentas arrancan los arboles más arraigados, momento en el que hasta el más valiente de los seres vivos busca cobijo y protección. Cuánto caos, ruido y desorden, los truenos retumban en mi mente y la luz del relámpago ciega mi juicio, no puedo serenarme.

Toda tormenta acaba, incluso las que más inundan. Ahora veo salir con timidez al sol, cómo los pájaros abren sus alas con rapidez para mojarse en el agua clara que en los charcos refleja el azul intenso del cielo despejado. Siento extrañeza, pero me gusta respirar este aire, es aire de naturaleza, de reencuentro, con uno y con todo. Acaricio la hierba que me roza las piernas y recuerdo lo bonito que es el camino incluso después del vendaval.

No escucho nada, solo mis pasos resonando en la tierra mojada y con la vista al alza siento nostalgia. El abrazo del mundo, y me encuentro conmigo, el abrazo con uno. Veo un ciervo a lo lejos, me observa sereno y le devuelvo la mirada recogiendo así lo que parece el cariño de aquel que comprende al otro, pero se ve diferente. Nunca lo olvidaré, su piel era la nieve que forman los inviernos más fríos, y sus cuernos realzaban su pose a la belleza que desprende la profundidad de los bosques.

Realmente no sé hacia dónde estoy caminando, solo siento que tengo la paz de ver las nubes oscuras a lo lejos y la seguridad de mantener la quietud en cualquier momento para comprender que a pesar de todo se sigue manteniendo el verde. Me fijo con curiosidad en las grietas que veo bajo mis pies y cómo hasta en ellas aparecen germinales pequeñas flores que pretenden nacer en un mundo dónde quizás sean arrancadas o pisadas involuntariamente, les da igual, sé que quieren florecer.

Cierro con fuerza mis ojos y me concentro en lo que oigo ahora: esos pájaros han volado, se posan y crujen las ramas, la melodía de su cantar envuelve mi cuerpo acariciando el interior provocando que no sea dueño de mis músculos, salgo de mí. El viento susurra y me roza como la seda que acaricia con suavidad hasta la más áspera de las pieles. Parece que mi vello no puede contenerse y se eriza al dejarse desplegar por cada momento de este infinito placer.

Llegarán más tormentas, lo sé, pero dejaré que empapen mi cuerpo y aprender de cada gota que caiga en mi frente y recorra mi rostro. Aun así, no olvidaré lo que ahora encuentro, ahora lo entiendo: a lo lejos veo florecer la margarita.

Líquido poéticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora