CAPITULO 11

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Por mi mente nunca paso la idea de estar en este restaurante junto a esta persona, mucho menos en uno de los mejores restaurantes que hay en el bulevar Saint-Lauren, en verdad que la vida te da sorpresas cuando menos te lo imaginas, cuanto tiempo paso desde la última vez que lo vi, la verdad no lo recuerdo, pero creo que esa última charla me abrió los ojos a la realidad, la cual yo estaba evadiendo. Ahora después de ese tiempo creo que ambos hemos madurado lo suficiente para poder tener una charla seria, una charla de caballeros.
- ¡Así que tú eras el asunto importante! – afirme mientras daba un sorbo a la taza de café, que bien se siente que algo caliente entre a mi cuerpo con semejante frío.

- ¡Ja, ja, ja! – él se rio de mi como en aquellos tiempos – bueno en parte – me guiño el ojo.

- ¿En parte? – enarque una ceja interrogante, ese gesto es parte mi personalidad.

- Terry, ¿en que estaba pensando cuando esta locura paso por tu mente? – el hombre frente a mí, me cuestiono con suma curiosidad,

- La verdad – respondí – ni yo mismo lo sé – lance un suspiro largo – solo sé que, al ver a Candy tan vulnerable, como nunca imagine, tenía que estar a su lado de alguna manera y sin que ella sospechara quien era yo – me encogí de hombros.

- ¡Y me sorprende que ella aun no te haya descubierto! – Albert tomo su copa de vino, la ondeo con elegancia, luego le dio un sorbo – tu voz es más madura, tal vez por eso – dijo como si hablara consigo mismo.

- He cometido algunas tonterías que casi me delatan – sonreí nostálgico – la verdad es que hay momentos en los que estoy muy inestable – pase mis manos por mi cabello con cierta desesperación.

- Lo sé – afirmó con su habitual seriedad y madurez – más con la llegada de Andrew, ¿cierto? – levante la vista y clave mis ojos en los suyos. Albert me conocía como a la palma de su mano, mi alma era un libro abierto ante él, no podía ocultarle nada, con echarme un solo vistazo adivinaría cualquier secreto mío y eso en ocasiones me molestaba, como ahora, por ejemplo – tranquilo Terry, dejo la copa sobre la mesa – creo que no tienes nada por qué preocuparte – cruzo la pierna, recargo los codos sobre el respaldo de la silla y unió sus manos, ¡dios, que imponente imagine la de mi amigo, ¿Cuándo ese vagabundo se convirtió en alguien así?, desvié la mirada, no quería que siguiera adivinando mis pensamientos.

- ¡Nunca te imaginas que aparecerá un tercero! – mordí mi labio inferior – a veces los hombres somos tan estúpidos que creemos que ellas no voltearan a ver a alguien más – dije como recriminándome mis decisiones pasadas.

- Pecamos de orgullos y soberbios – se encogió de hombros – volamos alto y luego viene la caída, con su dedo índice señalo hacia arriba y luego hacia abajo mientras hacía un suave sonido, como si fuera un juego artificial que se elevaba para después caer y explotar, ¿porque es tan grafico en ocasiones?, sonreí un poco al verlo puesto que me pareció gracioso lo que hizo – en esta vida nada es seguro – me miro serio – mucho menos en los terrenos del amor – me aseguro.

- ¿Cómo te enteraste lo que paso con Candy? – cambie el giro de la conversación, el semblante de Albert se transformó por completo, como si le doliera hablar de ello.

- Bueno... - apretó los labios – tú la conoces, no hay poder humano que la haga cambiar sus decisiones – dijo al tiempo que su rostro dibujaba una leve sonrisa melancólica – yo apoye su decisión de irse, aunque no estaba de acuerdo – parecía que esa decisión ahora le pesaba y era obvio, tal vez se sentía culpable de la ceguera de Candy, yo no decía nada solo quería saber con la mayor certeza, como es que pasaron las cosas.

- No tenías porqué sentirte culpable – respondí para tratar de animar a Albert.

- ¿Eh? – Albert me miro interrogante... no, su mirada era inquisitiva – yo nunca dije que en primera instancia yo fuera el culpable – su respuesta me tomo por sorpresa – a la primera persona que culpe fue a ti – aseguro, supongo que la expresión de mi rostro delato la consternación, eso pensaba Albert de mí – ya quita esa cara – me pidió al tiempo que me daba una palmada en el hombro como para sacarme de mi trance.

- Tienes razón – no pude más que admitir – todo lo que paso fue culpa mía – acepte al final, puesto que así me sentí desde que me entere de que ella estaba ciega, si en aquel tiempo yo hubiese tenido el valor para afrontar las cosas como debía, tal vez nada de esto hubiese pasado, ella nunca habría perdido la luz de sus ojos. Lleve mi mano al pecho, revelando el dolor que aun causaba en mí... el pasado.

- Cuando llegue a Southampton por ella – Albert comenzó a hablar con esa serenidad que hace que todo a su alrededor se torne tranquilo – y vi su estado, la rabia me invadió y te culpe a ti y al final me culpe a mí – me confesó – pero me di cuenta de que no ganaba nada con sentirse culpable – lanzó un suspiro nostálgico – la solución no era esa, la lleve con los mejores especialistas, pero nadie pudo ayudarla así que le escribí a Annie y le dije que las mandaría a la mansión en thousand islands, lo que no contaba era que estarías en el puesto con Annie – añadió y yo clave mis ojos en él – cuando el barco atraco, te visualice desde la cubierta, quise salir corriendo del barco para echarte y decirte que no tenías ningún derecho de estar ahí, pero cuando te vi en el puerto y descubriste la ceguera de Candy, sentí el gran dolor que había en ti.

- ¡Albert! – las lágrimas comenzaron a salir de mi rostro, creo que después de Candy, Albert es la única persona que me ha visto llorar, limpie mis lágrimas con el dorso de mi mano – ¿no sé si estoy haciendo bien? – me cuestione mis acciones.

- Cuando Annie me conto sobre lo que sucedió con Candy en el hotel y lo que habías dicho tú, me pareció un completa locura – extendió su mano y me entrego el pañuelo que llevaba en el bolso frontal del saco, en ese momento me sentí como una doncella rescatada de las garras de un verdugo, aun así, tomé el pañuelo y limpie mis ojos – al principio me pareció una completa locura – se río un poco – pero que puedo esperar de un demente como tú – se burló su comentario me hizo reír y borrar la tristeza de mi rostro – y por lo que me ha contado Annie en sus cartas, estoy seguro que no fue un error el que estés con ella – sus palabras aliviaron un poco el peso que estaba sintiendo en este momento – al verla desde el ferry pude darme cuenta que es más independiente y eso me da gusto, estoy seguro que se debe a ti – expreso con una amplia sonrisa, y yo debo de confesar que me sentí orgulloso tal cual pavo real – solo que la última carta de Annie me dejo un poco preocupado por ti – mi sonrisa se tornó tensa, ¿acaso Annie era una informante infiltrada? – me conto de tu inestabilidad emocional de las últimas semanas – dijo como recriminándome, y bueno debo de admitir que, sí, estaba un poco fuera de mí después de que Bellamy me leyera la carta del tal Andrew, ¡Dios!, se me revuelve el estómago de solo pensar en que él está aprovechando mi ausencia para estar con Candy – es por eso que decidí que salieras a dar un respiro – hizo un ademán como mostrándome el lugar donde estábamos, para que lo disfrutara.

- Bellamy me dijo que venía por un encargo para Candy – recordé las ordenes que me había dado – ¿acaso solo mintió para hacerme salir de la isla? – cuestione, Albert movió la cabeza en señal de negativa.

- Candy mando pedir algo y tú tienes que entregarlo – dijo al tiempo que movió su dedo índice como llamando a alguien, un hombre maduro y elegante, se acercó a el – George entrégame las cartas – ordenó, el hombre saco de un portafolios varias cartas amarradas con un listo azul, se las entregó a Albert y luego se retiró en silencio, para dejarnos solos – toma – Albert deslizo el paquete de cartas sobre la mesa hacia donde estaba yo – entrégaselas en cuanto llegues a la isla – me ordeno.

- ¿Qué es esto? – estaba curioso, así que tome el paquete entre mis manos, quise revisarlo, pero no sería tan atrevido, mucho menos enfrente de Albert – le hare llegar esto – asegure tratando de disimular mi curiosidad.

- Gracias – Albert dio el último sorbo a su copa de vino – confió en ti – sonrió, sentí como si me estuviera poniendo a prueba, pero esta vez no le iba a fallar, fuese lo que contuviesen esas cartas, no me inmiscuiría en ese asunto – ¡Terry! – dijo mi nombre en un tono que capto de inmediato mi atención, por un instante Albert se quedó callado, pensativo, como si quisiera decirme algo importante.

- ¡Dime, Albert! – me quede esperando su respuesta.

- Disfruta de tu estadía en Montreal – se puso de pie y puso su mano sobre mi hombro.

- ¡Albert! – me levante de mi asiento y lo detuve antes de que se marchara, sus ojos me miraron interrogantes, esperando que yo hablara – existirá la posibilidad de poder regresar mañana a la isla – dije en tono suplicante, la verdad es que yo quería preguntarle sobre Andrew Billard, estaba seguro de que Albert sabía mucho de él, pero no quería mostrarle mi lado paranoico, que tal que ya no me dejaba regresar a la isla, pensé y me aterre de solo imaginarlo.

- ¡Claro! – respondió a secas – ordenare tu retorno para mañana temprano – sentí un gran alivio al escuchar esas palabras. Acto seguido Albert se marchó y yo no sabía cuándo volvería a verlo, me senté de nuevo y me pedí otro café antes de marcharme al hotel a prepararme para mi viaje por el rio San Lorenzo. En mis manos estaba el paquete de cartas que eran para Candy, espere algunos minutos, necesitaba sentir que Albert y su acompañante se habían marchado por completo, mire para ambos lados, cerciorándome de que nadie me observara, fue entonces que mi curiosidad salió a flote, había dejado el paquete sobre la mesa, por unos minutos jugué con él, lo pasaba de una mano a otra hasta que finalmente no pude resistir más y deshice el amarre del listón, las cartas se esparcieron como si fuesen cartas de póker, los sobres estaban amarillentos y maltratados, tome uno y le di vuelta para ver el remitente. Sentí con claridad como mis parpados se fueron abriendo al igual que mis labios, al tiempo que leía el remitente.

- ¡Candy! – sentí como el ritmo de mi corazón se aceleró de manera estrepitosa, puede escuchar claramente el ¡bom, bom!, que salía de mi pecho - ¡pecosa mía! – mis ojos se aguaron al revisar cada una de las cartas y darme cuenta de que todas eran para el mismo destinatario – Para mi amor secreto – varios sentimientos me invadieron de golpe, que por primera vez no me importo en absoluto que los paseantes me miraran como bicho raro, ¿acaso nunca han visto a un hombre llorar?, me pregunte fugazmente, luego toda mi atención se volvió a las cartas las cuales tome entre mis manos y las lleve a mi pecho, queriendo saber que decía cada una de ellas, esas cartas que me daban la esperanza de poder recuperar a la mujer que amo.

CONTINUARA...


DESPUÉS DE LA GUERRA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora