Capítulo 1

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"Un inicio alentador"

¿Han sentido la soledad? Yo he vivido con ella toda mi vida.

Todo comenzó en un pueblo rodeado de bosques, muy frío, muy nublado y muy lluvioso. “Ónix”, lo llamaban.  

Puedo contar con los dedos de una mano las veces que vi salir el sol ahí...
¿Muy dramático? Bien, bien, pero en serio... fueron muy pocas las veces que el sol salió en Ónix.

Las casas estaban tan alejadas las unas de las otras que para llegar hasta tu vecino más cercano tenías que caminar mínimo 10 o 15 minutos, y no te estoy exagerado.

Y ahí estaba yo… aquél 18 de septiembre. Delante de la casa de mis tíos, apunto de tocar la puerta y de dejar toda mi vida atrás…

En mi anterior pueblo solo tenía un amigo, Noah.  
El único y mejor amigo que había tenido. El único que lo sabía todo de mí, el único que me apoyaba y el único que estaba conmigo en todo momento. Bueno o malo. Él juró que nada cambiaría, que siempre seríamos mejores amigos.  

Y eso era lo único que me reconfortaba.

Mis padres habían muerto semanas antes. Ellos se la pasaban viajando de un lado a otro hasta que en uno de sus viajes murieron en un accidente automovilístico. No hice ningún drama al respecto, ni siquiera me afectó su muerte. No llore con la noticia, no llore con la autopsia, no llore con la cremación, no llore con el funeral, nada…

Ni una sola lagrima.

Las miradas de lastima y palabras de apoyo de la gente solo me daban coraje…  

Hipócritas.

Deposité un beso en el ataúd de cada uno y me largué de la funeraria cuando dije que iba al baño.

Mi vida había cambiado de la noche a la mañana y no estaba lista para ello.

—Suerte...—dijo Noah y me devolvió a la realidad, sacándome de mis pensamientos.

—Necesitaré más que suerte —aseguré a modo de broma, tratando de calmar mis nervios.  

Ahora tenía que mudarme a casa de mis tíos.  

No conocía nada de esa gente, ni siquiera sabía cuántos eran exactamente.

No conocía del todo a mi tío, mucho menos a su esposa. Si bien sabía que se llamaba John, y que era un primo lejano de mi madre, ni siquiera compartíamos apellido.  

Sabía que eran “familia”, pero nunca los había tratado. Siempre habíamos sido Noah y yo. Mis padres nunca estaban en casa.

Noah soltó una risa un tanto incómoda, depositó un beso en mi frente y me envolvió en un abrazo al cual rápidamente yo correspondí, pues Noah siempre había sido lo único que había tenido.  

Y yo me negaba a dejarlo ir.

—Te quiero.

—Yo más.

Sonreí con tristeza. Creo que él lo notó.  

—Recuerda, no es un adiós, sino un hasta pronto, pequeña —me llamaba así por mi baja estatura. Solía odiar el apodo pero después de despedirme fue de las cosas que más extrañé de él.  

—Gracias por estar siempre para mí —mis palabras iban cargadas de melancolía y sinceridad, siempre estaría agradecida con Noah por ver estado para mi cuando ni siquiera mis padres lo estaban.

—Sabes —me miró pensativo—, A veces pienso que nací para eso —y reí.  

Fue inevitable no hacerlo.

Los chicos Newell Donde viven las historias. Descúbrelo ahora