Maratón ⅔
Cuando mi mamá se casó y me dijo que se iría a California con un tipo, me pidió que los acompaña. Pero lo que conocía de ese sujeto no me gustaba, por lo menos no lo suficiente como para mudarme a otro país. Así que dejé la escuela y salí a buscar trabajo.
El primer lugar que visité fue el taller de autopartes de Gill, a unas cuantas cuadras del departamento en el que vivíamos mi madre y yo. Allí había trabajado mi padre hasta que nos dejó. El viejo capataz seguía ahí. Era vecino del mismo edificio, así que me conocía y, apenas vio que asome la cabeza entre las puertas de atrás de la tienda, se me acercó.
El capataz me llevó a una oficina pequeña y desordenada, y le dijo al gerente que mi padre había sido uno de sus mejores trabajadores y que recomendaba mi contratación. Me contrató, pero en lugar de darme el antiguo trabajo de papá en la cadena de ensamblaje, me encontré en medio de la cafetería, sirviendo sopa y manejando la lavadora de platos. Prometieron que me pondrían en el taller tan pronto como hubiera una vacante, pero antes llegó un contratista de alimentos que se hizo cargo de la cafetería y el negocio comenzó a caerse, de manera que me despidieron.
En cuanto conseguí el trabajo, le dije a mamá que no se preocupara, que se fuera, que podia cuidarme solo. Para ser honesto, creo que fue un alivio para ella que no quisiera ir a California. Por otra parte, irme con ella hubiera sido una manera de abandonar a Daniel.
Pero, sin trabajo, el dinero que mamá me dejó en una cuenta bancaria se terminó pronto. Había pasado las últi mas semanas revisando anuncios de empleo en los periódicos, pero para cuando llegaba al lugar, alguien ya había ocupado el puesto. Hasta pagar la tarifa del metro se estaba convirtiendo en un problema.
En la oficina de empleos tuve que esperar algunas horas antes de que me entrevistaran, no podia dejar de ver un gran reloj que colgaba en la pared de la sala de espera, preocupado porque no llegaría a tiempo al hospital a la hora de visita. Por fin, una entrevistadora con lentes y zapatos bajos gritó: "¡Shawn Mendes!". La seguí a un vil hueco entre paredes donde apenas cabían un escritorio y dos sillas.
Anotó todo lo que le dije.
—No trabajaste el tiempo suficiente como para acreditarte —me dijo. Y se me quedó viendo a través de los lentes hasta que me dio vergüenza y comencé a leer los anuncios engrapados en la pared. "Busca trabajo o solicita asistencia social", decía uno de ellos.
—Lo mejor que puedes hacer es regresar a la escuela —me dijo muy decidida.
Quería decirle que era papá, pero me contuve.
—¡Nada de escuela! Lo que necesito es dinero para vivir. Como dice ahí: "trabajo o asistencia".
—Se supone que debes estar un año sin ir a la escuela antes de poder solicitar capacitación, pero puedo preguntar.
De esa manera recibes un seguro de desempleo mientras vas a la escuela. A lo mejor se puede hacer una excepción. ¿Tienes algún interés en especial? —me preguntó. No se me ocurrió nada que contestar.
—En la escuela tuve buenas calificaciones en ciencias —logré decir.
—Es un principio. Voy a investigar y te hago una cita para la semana que entra. Mientras, sigue buscando trabajo y pide asistencia social si la necesitas —y dio por concluida la entrevista
Salí de allí bastante deprimido. En la cartera sólo traía diez dólares, y la renta se vence al final de la semana. En alguna ocasión había escuchado a unos hombres de la pensión que hablaban de una misión en la calle Queen, donde si te formabas te daban comida caliente. Así que fui para allá.
Cuando llegué, vi a unos tipos que arrastran los pies sobre la acera; borrachos, viejos y sin dientes, unos; otros, jóvenes temblando en camiseta y pantalones de mezclilla, tan delgados que casi se podia mirar a través de ellos. Me di cuenta de que no era parte de ese grupo, por lo menos no todavía. Tenía un pedazo de pan y un frasco de crema de cacahuate en un cajón de mi cuarto, así que decidi regresar. El chino Wong, encargado de la pensión, vivía en un cuarto ubicado justo después de la entrada principal. Siempre dejaba la puerta abierta para asegurarse de que sólo los que habían pagado la renta pudieran pasar.
—Oye, te llegó una carta —gritó tan pronto me vio. Todo el tiempo estaba sentado en una enorme mecedora, mirando hacia la puerta, vigilaba y fumaba una pequeña pipa. Tenía algunos sobres encima de sus piernas. En ese lugar era imposible dejar el correo en la mesa del pasillo. Me entregó un sobre.
Era de mamá. Lo supe por el remitente, pero sólo asenti con la cabeza y dije:
—Gracias.
Esperé para abrirlo hasta que estuve en mi cuarto, con la puerta cerrada. La última vez que le escribo no le dije que había perdido el trabajo, sólo le conté que me mudé y le di mi nueva dirección.
Dentro del sobre había dos billetes de cincuenta dólares canadienses y una carta en la que me decía que el clima era maravilloso, y que ella y su esposo tenían un bonito departamento; que buscaría un empleo, que el tipo con el que se había casado estaba jubilado y recibía una pensión. Intui que se estaba cansando de cargar con él todo el tiempo; sin embargo, no me pedía que fuera.
Yo sabía que en mi caso también debería conseguir un trabajo; guarda el dinero en la cartera y fui al hospital. Des pués de ver a Sky, pensé en regresar a casa, pero cambie de opinión y bajé al cuarto de Daniel.
Su madre estaba allí. Se me olvidó que el lunes era su dia libre. Cuando vi a la vieja bruja sentada junto a la ventana, sostenida por unas piernas gruesas como troncos y con las manos cavando dentro de la bolsa negra que llevaba en el ragazo, casi me di la media vuelta. Pero no estaba en mi naturaleza huir del peligro. Nunca he olvidado cómo huyó papá, y supongo que debo demostrarle yo no estoy dispuesto a hacer lo mismo.
—Has estado aquí todos los días a mis espaldas? —dijo manera de saludo
—¿Acaso Daniel me acusó? —le contesté.
—No tienes derecho legal de estar aquí. Si se te ocurre pasar por la casa cuando me la lleve, llamaré a la policía. —Daniel estaba sentada en la cama, en pantalones y una camiseta. Se notaba de mal humor porque ninguno de los dos le estamos poniendo atención.
—Te pueden acusar de abuso —amenazaba con su perorata la señora Mitchell.
—Aja, sí, ya so me lo dijo su hija —murmuré entre dientes. Intentaba concentrarme.
Probablemente esta era mi la oportunidad de arreglar las cosas para no perder Sky. Aunque no me dejaran verla, si la señora Mitchell se quedaba con ella, por lo menos sabría dónde estaba.
De hecho, le sonreí.
—¿Ha visto a la bebé? —le pregunté—. Tiene una nieta adorable. Sus ojos se parecen a los de Daniel —yo hacia realmente un gran esfuerzo
No tardó en reaccionar, por el gesto que hizo hasta se hinchó, cualquiera hubiera dicho que alguien la estaba inflando con aire.
—Jamás pondré mi mirada en un niño que le causó tantos problemas a mi pequena —gruñó— Y tampoco te quie to ver a ti.
Dirigir la mirada hacia Daniel, que se pintaba las uñas de color rojo sangre.
—¿No se lo quiere quedar? —le dije a la señora . Yo lo mantendré, Daniel podria quedarse en casa un tiempo y cuidarlo; después yo pagaré una guardería —las palabras salieron como si llevara horas pensándolas. Odiaba el tonode súplica en mi voz, pero no me detuve—. No las molestaré, será sólo para saber dónde vive y que está bien cuidado.
Soltó una carcajada.
—Eres más tonto de lo que pense —se burló— Voy a hacer todo lo posible por olvidarme de la existencia de ese bebé y Daniel hará lo mismo.
Las dejé. Prefería estar muerto antes de permitir que esa mujer me viera llorar.
—Adiós, Daniel —fue lo único que alcance a decir y salí disparado rumbo al elevador.
Aún subiré un capítulo más
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Mi pequeño ángel ||S.M||
FanfictionShawn y su novia van a tener un bebé. Ella piensa que la mejor opción es darlo en adopción. Shawn deja la escuela y no puede encontrar un trabajo. Entonces nace Sky; y cuando Shawn ve a su hija recién nacida el mundo cambia para siempre.