¡Qué suerte!

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Me refugie en su pecho,
percibiendo el aroma de su piel,
abracé intensamente su figura,
y olvidé el mundo;

¡Qué suerte!

aquí estás,
pegadito a mí,
haciéndome feliz,
abrazándome,
con sus brazos fornidos,
cautivándome con una sonrisa;
mirándome con mansedumbre,
apretando mis mejillas con suavidad;
amándome sin reproches,
y haciendo de esto,
La pura realidad.

¡Vaya!

Ya tenerte,
no es necesidad,
porque te tengo,
y sin duda alguna,
curaste mi ansiedad.

 Corazón CorazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora