7. Timothy

4.3K 177 96
                                    

Martes 2 de diciembre del 2014

Fiorella estaba en el jardín, recogiendo las hojas secas que caían por otoño. Una hoja, dos hojas, tres, cuatro, cinco… Perdió la cuenta, y las tiró al aire. Estas volaron rápido, y después fueron cayendo lentamente, balanceándose de un lado a otro, como si fuera una pequeña balsa en la marea.

Contó las que caían. Una, dos y tres, cuatro, cinco. Cinco hojas secas, naranjas y crujientes. Las aplastó para escuchar su sonido. Como si estuviera aplastando una fritura.

No sabía exactamente por qué estaba haciendo eso, pero era tranquilizador. El frío no se sentía, el viento no soplaba, los pájaros no cantaban. Era simple: silencio.

Pero ese silencio se rompió en pedazos como si fuera un jarrón que se ha caído al piso: sin darse cuenta y de repente. Escuchó gritos desesperados, pisadas fuertes y cómo las hojas crujían una y otra vez.

Regresó a ver. Era Lia y estaba llorando. Tenía la boca sangrando, y las gotas de sangre se le derramaban por las comisuras. ¿Qué le pasaba?

―¡Auxilio! ―pidió.

Fiorella se acercó a ella corriendo, e intentó sostenerle de los hombros para calmarlas, pero su cuerpo traspasó. Lo volvió a intentar, pero no pudo.

―¡Lia! ¿Qué pasa? ¡Estoy aquí!

―Ayuda… ―sollozó, tirándose sobre el pasto.

―¡Lia! ―gritó Fiorella, pero no era su voz. No era una voz que reconociera tampoco.

Más allá apareció una figura. ¿Era hombre o mujer? No se podía distinguir. De repente una neblina espesa se alzó desde el suelo, cubriéndole el rostro a la persona. ¿Quién era y qué quería de su hermana?

La persona se acercó más, pero su rostro seguía siendo indistinguible. Fiorella se acercó, pero fue como si no lo hubiera hecho, porque aun cuando corrió, siempre permanecía en el mismo sitio.

Se escucharon tres disparos y nuevamente todo era silencioso. La neblina desaparecía poco a poco, mientras que la figura desapareció como por arte de magia, en menos de un segundo.

Fiorella se acercó corriendo a Lia. Tenía dos disparos en el estómago y uno en el hombro. Le habían dado, justo donde necesitaban para matarla.

Un charco de sangre se hizo sobre el suelo, pero la hierba y la tierra lo absorbían para no dejar más que una mancha. Lia cerró los ojos y dejó de respirar.

*    *    *

Fiorella abrió los ojos de golpe, despertando del horroroso sueño. No había soñado con algo así desde hacía semanas, y volverlo a hacer no era para nada agradable. Lia en peligro, Lia muriendo, y ella imposibilitada de ayudar. Era horrible, de verdad.

Se levantó de la cama sobre una pierna, y estirándose un poco, alcanzó las muletas y se dirigió al baño. Ahí pudo darse cuenta que había estado sudando, pero no tenía calor, sino un escalofrío irritante.

Se sentó en el váter a hacer pipí. La pierna aún le dolía por el disparo, pero cada vez iba recuperándose más. Le habían hecho una cita con el doctor para el viernes para quitarle la venda, así que no se había visto la herida aún. ¿Era profunda? ¿Se notaba mucho? ¿Era fea? No lo sabía.

Se limpió y se subió de nuevo sus pantalones de pijama. Se miró al espejo, y al darse cuenta de su aspecto desgreñado, se recogió el cabello en un moño y salió de su habitación, para dirigirse al comedor. Eran apenas las ocho de la mañana con veinte minutos, y se escuchaban cubiertos chocar contra platos, así que supo que aún estaban desayunando.

Mafia Femenina 2: Presencias y Ausencias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora