Capítulo 4

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Julia

Estaba caminando por la plaza con Ana, disfrutando de un día soleado. Ella se reía de un chiste que le acababa de contar, y su risa era contagiosa. Sentía que, por un momento, podía olvidar todo lo que había pasado, sumergida en la normalidad que tanto anhelaba. El parque estaba lleno de vida, los niños corrían, las parejas paseaban de la mano, y todo parecía estar en orden.

Pero entonces, el viento comenzó a soplar de manera inusual, levantando las hojas caídas del otoño. El cielo se oscureció ligeramente, como si una nube pasajera lo hubiese cubierto, y de repente, el bullicio de la plaza desapareció. Al darme cuenta, la gente que estaba a nuestro alrededor ya no estaba. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Giré para buscar la mano de Ana, pero ella había desaparecido. La desesperación se apoderó de mí.

—¡Ana! —grité su nombre mientras giraba sobre mis talones, buscando su rostro entre la nada. El silencio que me rodeaba era ensordecedor.

Caminé rápidamente por la plaza, sintiendo la angustia crecer en mi pecho, hasta que finalmente la vi. Estaba parada detrás de un estante vacío de lo que parecía ser un puesto de flores abandonado, pero no estaba sola. Un nudo se formó en mi garganta cuando vi que Carlos estaba allí, sosteniéndola. Su brazo rodeaba el cuello de Ana, y con la otra mano le apuntaba con un arma directamente a la cabeza.

—Julia... por favor, ayúdame —susurró Ana con la voz quebrada, su mirada llena de pánico se cruzó con la mía.

—Carlos... —murmuré, incapaz de creer lo que estaba viendo.

Él levantó la vista, y nuestros ojos se encontraron. No había expresión en su rostro, y esa falta de emoción me resultaba aterradora. Esbozó una sonrisa que solo podía describir como cruel, una sonrisa llena de cinismo que me heló la sangre. Sin dudarlo, apretó el gatillo, y el disparo resonó en el aire.

Intenté gritar, pero ningún sonido salió de mi boca. Mis piernas flaquearon, y caí de rodillas al suelo, sintiendo que mi alma se rompía en mil pedazos al ver el cuerpo de Ana desplomarse, con su sangre extendiéndose en un charco que parecía interminable. Quise levantarme, correr, hacer algo, pero estaba paralizada por el horror.

Carlos se acercó lentamente, como un depredador que se deleita con el terror de su presa. Se agachó frente a mí, sosteniendo mi rostro entre sus manos. Su toque, que alguna vez había sido suave y reconfortante, ahora me causaba repulsión. No podía hacer nada, mis músculos no respondían. Lo odiaba con cada fibra de mi ser, pero estaba paralizada. Se acercó y, con ternura retorcida, me besó en los labios. Sentí algo frío presionando mi estómago; era el cañón de su arma.

Cerré los ojos, esperando el disparo que acabaría con todo. Pero el disparo nunca llegó. Cuando volví a abrir los ojos, estaba en mi habitación, sudando y temblando. Todo había sido un sueño, una pesadilla horrible que parecía tan real que me costaba respirar.

Intenté levantarme, pero mi cuerpo no me respondía. Era la maldita parálisis del sueño otra vez. Podía escuchar las voces de mi hermana y mi mamá en la casa, pero no podía gritar para pedir ayuda. Sabía lo que venía a continuación, las alucinaciones.

—Julia... —una voz familiar susurró en mi oído, y mi cuerpo se llenó de pavor. Era Carlos. —Julia... mi amor... — La voz sonaba más clara, como si estuviera a mi lado. Sentí un toque frío en mi mejilla, y supe que era su mano. —Nunca vas a poder olvidarme, no importa cuánto lo intentes— dijo, su voz cargada de una amenaza sutil, pero devastadora.

—¡Callate!— grité en mi mente, pero la voz no se detuvo.

—Ambos sabemos que fue un error dejarme ir... ahora te va a tocar sufrir las consecuencias— Su tono se volvió más oscuro, más siniestro. Sentía que mi mente se rompía bajo el peso de sus palabras.

Insane For You (#YBC 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora