Amaneceres

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Acariciaba su espalda descubierta, la piel blanca resplandecía con los primeros rayos del sol que atravesaban la ventana; donde aquella luz cálida tomaba sentido por primera vez en años, él había sido eternas noches de lunas llenas de soledad, en medio de días de soles vacíos; y entre roce y roce, una sonrisa dulce se dibujaba, dándole vida mientras las yemas de sus dedos delineaban la silueta femenina.

—Siempre he amado verte sonreír — era un sueño, su mente se lo repetía con cada sonido de su respiración tranquila entibiando su pecho, aquel aliento cálido meciendo su corazón.

Podía sentirla, respirarla, impregnarse en esa esencia que amaba hasta la locura y un poco más allá; en sus ojos que llevaban años taciturnos, la imagen de su reina entregándose sin medidas a su piel lo hacía sentir en el cielo, un cielo que debía guardar siempre en su memoria.

Por su rostro corrió una lágrima, amaba tenerla ahí; pero debía dejarla ir; comenzaba a olvidar detalles de ella que tenía en su mente guardados celosamente — no puedes dejarme solo por doscientos años... yo mismo desaparecería — le susurraba mientras ella dormía aún.

Había un sueño que pronto mutó en una pesadilla; fue solo unos segundos, la tenía fuertemente apretada en su abrazo, ella reía mientras el viento mecía su cabello como una llama ardiendo...

... Pero se esfumaba... todo lo que quedaba en su lugar era una incesante lluvia, tierras infértiles y su mirada buscándola en el horizonte negro de Obsidia...

Entendió que no había sido una pesadilla... era un recuerdo; uno que perdía...

—Perderá la razón... y terminaré perdiéndote también — egoísta, rió con un rastro de ironía y algo de melancolía; ella era con lo único que siempre sería un egoísta; pero amarla, amarla era también cuidarla de todo... incluso de él...

Año 620 del Calendario del Imperio Humano

En las afueras de Centoria

Octubre, 26

Se había levantado, lavaba su cara, mirando el reflejo en el espejo, había llorado por tenerla y perderla, aunque ella no lo supiese — vale cada lágrima — pensó mirándose; no se imaginaba lo feliz que podía llegar a hacerlo tenerla, solo para entender en el mismo momento que debía dejarla partir a los brazos de otro hombre.

Y sonrió burlesco en su propio reflejo — ese otro hombre eres tú... eres un idiota —

Por la esquina del espejo, pudo ver la silueta hermosa de la mujer de ojos color de las avellanas, la miró a través del cristal, con una mueca de ternura; llevaba su vestido ligero y solo lo miraba en silencio.

— ¿Sabes que reconozco en tus ojos cuando algo te preocupa? — guardó silencio y volvió a mojar su cara — Kirito kun... mi Kirito kun — abrazó su cintura y besó su espalda — encontraremos el modo — él besó sus manos pequeñas.

—Debemos luchar una vez más Asuna... tengo algo para ti — volteó y tomó sus mejillas para besarla antes de caminar a un armario que parecía ser viejo; entre una tela gruesa y de blanco pulcro, ella lo siguió con su mirada, destapó con suavidad el contenido entre las telas — Radiant... —Sí — el bello estoque que era su instrumento sagrado — ¿cómo?

—Realmente no lo sé... — hizo una pausa — no debió quedarse aquí cuando... — volvió a silenciar.

—No importa cómo — hum — asintió con una mueca, la miró desde su posición de rodillas frente al armario, era realmente bella, su corazón respondió a su vista acelerándose, la piel de sus hombros era tersa y blanca, sus labios estaban húmedos y él no podía apartar sus ojos de ella.

Sabor a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora