II. Mary parte a Inglaterra

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Como Mary apenas conocía a su madre, era difícil que le tuviera mucho cariño; y ahora que ella no existía, no le hacía falta. Seguramente una niña mayor se habría inquietado al quedar sola, pero Mary era muy pequeña. Además, estaba acostumbrada a tener a su alrededor personas que cuidaban de ella y dio por descontado que continuarían haciéndolo. Como era una niña ensimismada, al encontrarse sin familia centró más que nunca su interés en su propia persona. Su mayor preocupación era saber si en la casa en la que iría a vivir encontraría gente amable que le diera todo lo que ella pidiera, como sucedía en tiempos de su aya y de los sirvientes hindúes.

Desde un comienzo, ella supo que su estancia en casa del pastor inglés, adonde la habían conducido, sería corta. No le gustó el lugar. El pastor era pobre y tenía cinco hijos más o menos de la misma edad que peleaban continuamente entre sí. Además, Mary odiaba el desorden que había en la casa. Se comportó en forma tan desagradable que, a los dos días, los niños ya no querían jugar con ella.

Al finalizar la semana, uno de los niños le dijo que había escuchado a sus padres decir que la llevarían a Inglaterra a casa de su tío Archibald Craven. La noticia la alegró, a pesar de que no sabía nada acerca de él.

—Mis padres dicen que vive en una enorme y desolada casa de campo —dijo el niño—. No recibe visitas y tampoco quiere ver a nadie. Es un jorobado horrible.

—No lo creo —respondió Mary; le volvió la espalda y se tapó los oídos para no escuchar nada más sobre el asunto.

En los días que siguieron ella pensó mucho en su futuro en casa de su tío. Sin embargo, el día en que le anunciaron que navegaría a Inglaterra, fingió no interesarse por lo que decían. Su actitud desconcertó a la familia del pastor. La señora procuró mostrarse cariñosa con la niña e incluso quiso darle un beso de despedida, pero Mary le quitó la cara.

Es probable que, si sus padres se hubieran interesado en ella, Mary habría aprendido a comportarse con quienes la rodeaban. Pero la indiferencia con que siempre la trataron y el mismo hecho de que muchas personas ni siquiera conocieran su existencia habían marcado su carácter.

Mary efectuó la larga travesía hasta Inglaterra al cuidado de una señora inglesa que llevaba a sus hijos al colegio. En Londres la esperaba la señora Medlock, ama de llaves del señor Craven, en cuya compañía haría el viaje hacia el campo. La señora Medlock era una mujer corpulenta, de mejillas rojas y vivos ojos negros. A Mary no le simpatizó, lo que no era de extrañar, porque en general no le gustaba ninguna persona. A su vez, al ama de llaves tampoco le entusiasmó la niña.

Entretanto Mary sentía enorme curiosidad por saber detalles acerca de su tío y sobre la casa adonde se dirigían. ¿Qué clase de lugar sería? ¿Le gustaría? ¿Qué era ser jorobado? Ella no conocía a ninguno o quizás no existían en la India.

Desde que Mary vivía en casas ajenas y no contaba con su aya, se sentía muy sola. A menudo le venían a la mente preguntas que antes nunca se le habían ocurrido. Se preguntaba por qué, a diferencia de otros niños, sus padres jamás le habían demostrado cariño. Sólo contaba con los sirvientes, comida y vestidos, pero a nadie le importaba ella.

Al subir al tren que las llevaría al campo, Mary se sentó en una esquina del compartimiento con expresión aburrida y preocupada. No tenía nada para leer, por lo que juntó sus pequeñas y enguantadas manos sobre la falda. Su vestido negro la hacía verse aún más amarilla que de costumbre y su pelo claro sobresalía flácido bajo su negro sombrero.

"Pocas veces he visto a una niña de aspecto tan malhumorado", pensó la señora Medlock. Ella no estaba acostumbrada a ver que niñas de la edad de Mary se sentaran rígidas y quietas sin hacer nada. Al fin, cansada de observarla, el ama de llaves habló con voz dura, pero animadamente.

—Supongo que debo prevenirla —dijo—. La llevo a un lugar bastante extraño.

Mary no contestó y la señora Medlock se desconcertó ante la aparente indiferencia que demostraba la niña. Luego de una pausa, continuó:

—En cierto modo es un lugar grandioso, pero deprimente. El señor Craven está muy orgulloso de su propiedad y la quiere, aunque de una manera más bien melancólica. La casa, situada al borde del páramo, fue construida hace seiscientos años. Tiene cerca de cien habitaciones, aunque la mayoría está cerrada con llave. Hay valiosas pinturas y hermosos muebles antiguos que han estado allí por años. A su alrededor se extiende un enorme parque con flores y árboles cuyas ramas en ocasiones rozan la tierra.

La señora Medlock hizo una pausa y repentinamente dijo:

—Pero no hay nada más.

Sin querer, Mary había escuchado. La descripción de la casa le interesó, puesto que difería de todo cuanto ella había conocido hasta el momento. Además, lo nuevo siempre la atraía. Pero no quiso demostrar el interés que sentía y continuó muy quieta. Su aparente indiferencia era una de las características más desagradables de su temperamento.

—Bueno —dijo la señora Medlock—. ¿Qué le parece?

—No lo sé —contestó la niña—. No conozco esa clase de lugares.

La explicación hizo reír a la vieja señora.

—¡Por favor! —exclamó—. Parece el comentario de una persona mayor. ¿Es que no le interesa?

—La verdad es que no importa si me interesa o no —dijo Mary.

—Tiene razón —repuso la señora Medlock—. No entiendo por qué la han traído a vivir a Misselthwaite Manor, a no ser que para el señor Craven sea la solución más sencilla. Él no se molestará por usted, se lo aseguro; jamás se ha incomodado por nadie.

Repentinamente se detuvo como si recordara algo que no debía mencionar.

—Él tiene la espalda torcida —dijo, finalmente—. Eso hizo de él un joven amargado, a pesar de su dinero y de su enorme casa. Sólo cambió cuando se casó.

Aun cuando Mary no quería demostrar interés por lo que la señora Medlock le contaba, la miró con sorpresa. Jamás pensó que el jorobado fuera casado. Al advertir su mirada de atención, el ama de llaves continuó su relato. A ella le gustaba hablar y ésta era una buena manera de acortar el trayecto.

—Era una dulce y preciosa mujer y él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Nadie creyó que esa joven se casaría con él, pero lo hizo. Incluso hubo personas que pensaban que se casaba por su dinero, pero yo estoy segura de que no fue así. Cuando ella murió...

Mary dio un salto involuntario.

—¡Ah, falleció! —exclamó sin quererlo. En ese momento la niña recordó un cuento que había leído. Este trataba de un pobre jorobado y de una princesa, por lo que Mary sintió mucha pena por el señor Craven.

—Sí, murió —contestó la señora Medlock—. La muerte de su esposa lo convirtió en un hombre muy extraño. Ahora no le interesan las personas, ni quiere ver a nadie. Se pasa la mayor parte del tiempo viajando, y cuando está en Misselthwaite se encierra en el ala oeste de la casa y no deja entrar más que al viejo Pitcher, quien lo cuidó de niño y conoce su manera de ser.

Parecía una historia salida de un libro y la niña quedó muy deprimida. La perspectiva de vivir en casa de su tío habría sido más alentadora si la hermosa señora aún viviera.

—No espere ver al señor Craven, porque le apuesto diez a uno que no lo verá —continuó la señora Medlock—. Tampoco confíe en que encontrará personas con quienes hablar. Tendrá que jugar sola. Se le indicarán las habitaciones a las que puede entrar, pero el jardín es suficientemente grande para usted. Además, no podrá deambular ni husmear dentro de la casa, el señor Craven no lo aceptará.

—Yo no tengo intenciones de husmear —dijo la pequeña Mary con amargura. En un momento determinado había sentido compasión por su tío, pero ante las explicaciones del ama de llaves dejó de tenerle lástima y pensó que bien se merecía lo que le había sucedido.

Resentida, dio vuelta la cara hacia la ventanilla del tren sobre la cual azotaba una lluvia gris. Ante sus ojos, el paisaje se volvía cada vez más obscuro, y al observarlo fijamente, sus ojos se fueron cerrando hasta que se quedó dormida.

El jardín secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora