A la mañana siguiente, luego de la intensa lluvia tuvieron mucho que desmalezar, porque si bien la lluvia es beneficiosa para las flores, también lo es para las malezas. Había que sacarlas rápidamente para que sus raíces no se afirmaran en la tierra. Colin era tan diestro en esta tarea como cualquiera de los otros niños, e incluso como Ben que les ayudaba. Al mismo tiempo era capaz de hablarles seriamente.
—La magia actúa mejor cuanto más se la ayuda —les dijo—. Esta mañana la puedo sentir en mis huesos y músculos.
Dejando de lado su desmalezador, se puso de pie y con los brazos extendidos y expresión jubilosa gritó:
—¡Mary, Dickon! ¡Por favor, mírenme!
Dejando sus herramientas ellos lo miraron con detención.
—¿Recuerdan el primer día que me trajeron aquí? —les preguntó—. Hace un momento cuando cavaba lo recordé. Tuve que levantarme para convencerme de que lo que hago es real. ¡Y es real! ¡Estoy bien, he mejorado!
—¡Claro que sí! —dijo Dickon.
A pesar de que Colin lo sabía y continuamente pensaba en ello, en este preciso momento lo alcanzó una corriente de entusiasmo junto al convencimiento de que lo que le sucedía era real. Por ello quiso expresarlo en voz alta.
—¡Viviré para siempre! —gritó con fuerza—. Igual que Dickon, conoceré miles de cosas sobre las personas, las criaturas y todo aquello que crece. Siento la necesidad de dar las gracias con alegría.
—Si quiere, puede cantar un himno de acción de gracias —sugirió Ben con un gruñido seco.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Los que se cantan en la iglesia —dijo Dickon.
—Deben de ser muy bonitos, pero no los conozco —repuso—. He estado muy enfermo para asistir a la iglesia. ¿Por qué no cantas tú, Dickon?
Dickon sencillamente y casi por instinto natural entendía mejor que el mismo Colin lo que le sucedía. Se sacó la gorra y en medio de los rosales entonó un himno de acción de gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
—Es una canción preciosa —dijo Colin—, y significa lo mismo que cuando agradezco a la magia cuanto ha hecho por mí. —Se quedó un momento pensativo y continuó—: Quizás sean la misma cosa.
En ese momento Colin vio algo insólito.
—¿Quién es? —dijo rápidamente—. ¿Quién viene?
La puerta del jardín se había abierto dando paso a una señora que los escuchaba inmóvil y cuya repentina presencia no pareció indiscreta. El sol que atravesaba los árboles daba de lleno sobre su capa azul e iluminaba su encantadora y sonriente cara. Parecía salida de una ilustración de algún libro de Colin. Sus ojos bellos y afectuosos abarcaban cuanto la rodeaba.
—¡Es mamá! —gritó Dickon, corriendo a recibirla. Colin y Mary caminaron hacia ella sintiendo que el pulso les latía fuertemente. Colin le extendió la mano con timidez, mas sus ojos la devoraban con la mirada.
—Incluso estando enfermo deseaba conocerla —le dijo.
La emocionada cara del niño la hizo enrojecer y sus ojos se nublaron.
—¡Querido muchacho! —dijo temblorosa como si le hablara a su propio hijo.
—¿Le sorprende verme tan bien? —le preguntó Colin.
Puso las manos sobre los hombros del niño y le dijo:
—¡Claro que lo estoy! Eres tan parecido a tu mamá que me emocionas.
—¿Cree usted que mi papá me querrá? —le preguntó algo incómodo.
—¡Por supuesto que sí! —le contestó dándole una suave palmada en el hombro—. Él debe volver cuanto antes a casa.
En ese momento el viejo jardinero se acercó a la señora Sowerby y le dijo:
—¿Qué le parecen las piernas del muchacho? Hace dos meses eran como dos palillos e incluso se decía que las tenía torcidas.
—En poco tiempo más será tan fuerte como cualquier muchacho de Yorkshire —dijo Susan, riendo—. Debemos dar gracias al Señor.
A su vez puso las manos en los hombros de Mary y, mirándola como una madre, le dijo:
—Y tú también, querida niña. Estoy segura de que te pareces a tu mamá que, según me han dicho, era muy hermosa. Cuando seas mayor serás como una bella rosa encarnada. ¡Dios te bendiga!
Mary no había tenido tiempo de pensar en el cambio de su cara, sólo sabía que se veía diferente. Ahora feliz escuchaba decir que se parecería a su madre, a quien siempre admiró.
La señora Sowerby había enviado un canasto de provisiones que Dickon sacó de su escondrijo. Se sentaron a comer, mientras la madre observaba encantada cómo devoraban su comida. Los hizo reír con sus historias e, inclusive, les enseñó nuevas palabras del dialecto de Yorkshire.
—Hay algo que me preocupa —dijo Mary—. Si Colín sigue comiendo como hasta ahora y su cara se redondea como la luna, ¿qué haremos?, ¿cómo podremos seguir ocultando la verdad?
—No tendrán que seguir actuando por mucho tiempo —dijo la señora Sowerby—. El señor Craven tendrá que volver pronto a casa. De lo contrario se le romperá el corazón al saber por otra persona de tu recuperación. Supongo que sería terrible para ti, ¿no es verdad?
—No podría soportarlo —dijo Colin—. Cada día imagino nuevas formas de decírselo, pero hasta ahora creo que lo más apropiado será correr a su habitación y comunicárselo.
—Será estupendo para él. Por eso debe volver.
Ese día también planearon una visita a la casa de Dickon. Viajarían en coche a través del páramo cubierto de brezo, conocerían a los doce niños, almorzarían al aire libre y sólo volverían cuando se cansaran.
Susan Sowerby se levantó para volver a su casa. Además, era tiempo de que Colin fuera trasladado en su silla de ruedas. Antes de partir, él fijó sus ojos llenos de adoración en ella y tomando su mano le dijo:
—Usted es exactamente como la imaginaba. ¡Cómo me gustaría que fuera mi mamá, así como lo es de Dickon!
Al oír esto Susan se inclinó y, atrayéndolo hacia su pecho, lo arrebujó bajo su capa como si fuera hermano de Dickon. Con los ojos húmedos le dijo:
—¡Querido muchacho! Estoy segura de que tu mamá está en este jardín, ella jamás podría abandonarlo. Tu papá volverá pronto, ya lo verás.
ESTÁS LEYENDO
El jardín secreto
Fiksi UmumMary Lennox, una niña feúcha y mandona, vive en la India donde su padre trabaja para el gobierno inglés y su madre pasea su belleza de fiesta en fiesta. A sus nueve años de edad, Mary se dedica solo a hacerle la vida imposible a las criadas nativas...