Fueron tantas las cosas que hicieron esa mañana en el jardín que sólo en el último momento Mary recordó a Colin.
—Dígale a Colin que no puedo ir a verlo hasta más tarde —dijo a Martha—. Estaré ocupada en el jardín.
Martha se asustó.
—¡Señorita Mary! Se pondrá de muy mal humor.
A Mary no le importó. Ella no era una persona que se sacrificara por los demás.
—No puedo quedarme —contestó—. Dickon me espera.
La tarde fue aún más entretenida que la mañana y trabajaron muy duro. Dickon trajo su propia pala y enseñó a Mary a usar sus herramientas. El zorrito y el cuervo estaban tan ocupados como ellos y el petirrojo y su compañera volaban de un lado a otro como pequeñas líneas luminosas. En varias ocasiones el cuervo con sus negras alas voló desde la copa de los árboles para hablarle a Dickon, tal como lo hacía el petirrojo. En una ocasión, como el muchacho no le contestó, Soot se paró sobre su hombro y con su largo pico gentilmente le torció la oreja.
Cuando quisieron descansar, se sentaron bajo un árbol y el niño tomó la flauta y tocó suaves y extrañas melodías que atrajeron a dos ardillas. Solamente cuando los rayos del sol poniente traspasaban los árboles del jardín, decidieron regresar a sus casas.
—El tiempo estará espléndido mañana —dijo Dickon—. Empezaré a trabajar de madrugada.
—Yo también —contestó Mary.
Ella corrió a la casa. Quería contar a Colin detalles sobre el zorrito, el cuervo y lo que estaba sucediendo con la llegada de la primavera. Mas, al abrir la puerta de su dormitorio, la esperaba Martha muy afligida.
—¿Qué sucede? —preguntó Mary—. ¿Le dio mi recado a Colin?
—¡Cómo desearía no haberlo hecho! —exclamó Martha—. Casi le dio una rabieta y nos ha costado mucho entretenerlo. No hace más que mirar el reloj.
Mary se mordió los labios. Ella, al igual que Colin, no estaba acostumbrada a considerar a las otras personas. No comprendía por qué un niño de mal genio pretendía interferir con lo que a ella le gustaba. Mary no sabía cuan dignas de compasión son las personas que no pueden controlar su enfermedad y nerviosismo y cuánto hacen padecer también a los demás. Cuando en la India ella sufría de dolor de cabeza, hacía lo posible porque los que la rodeaban también lo sintieran. En esa época ella creía que actuaba bien; ahora, en cambio, no aceptaba la actitud de Colin.
Al entrar en la habitación del niño, éste estaba tendido en la cama y no se volvió hacia ella. Mary se disgustó, y con su expresión más altanera se acercó.
—¿Por qué no te levantaste?
—Esta mañana me levanté, pero al saber que no vendrías me volví a acostar. Me duele la espalda y la cabeza. ¿Por qué no viniste?
—Estaba con Dickon trabajando en el jardín —dijo Mary.
Colin frunció el ceño y condescendió a mirarla.
—Si te vas con él, en vez de visitarme, no dejaré que ese niño venga.
A Mary le dio una rabia tremenda. Sin importarle las consecuencias le dijo:
—Si echas a Dickon, no volveré más a esta habitación.
—Si yo lo quiero, lo harás —dijo Colin.
—¡No lo haré!
—Te obligaré —dijo Colin—. Te arrastrarán hasta aquí.
—Podrán arrastrarme, pero no me pueden obligar a hablar. Me sentaré con los dientes apretados y ni siquiera te miraré —contestó Mary cruelmente.
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El jardín secreto
General FictionMary Lennox, una niña feúcha y mandona, vive en la India donde su padre trabaja para el gobierno inglés y su madre pasea su belleza de fiesta en fiesta. A sus nueve años de edad, Mary se dedica solo a hacerle la vida imposible a las criadas nativas...