XXII. Al caer el sol

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Entretanto Mary corría a encontrar a Ben, Dickon, que continuaba sosteniendo a Colin, lo observaba con mirada aguda. Mas el niño no demostraba huellas de flaqueza.

—¡Puedo pararme! —dijo orgulloso, con la cabeza en alto.

De repente, Colin recordó algo que Mary había dicho sobre la magia de Dickon.

—¿Estás haciendo magia? —preguntó bruscamente.

Dickon hizo una mueca divertida.

—Tú mismo produces la magia —contestó.

Colin le propuso caminar unos pasos y esperar a Ben de pie apoyado contra un árbol. Aunque el tronco lo sostenía, a primera vista esto no se advertía y así en esa posición lo vio Ben al entrar. Mary murmuró una y otra vez:

—Puedes hacerlo. Te dije que podías hacerlo.

Ella quería a toda costa que Colin se mantuviera de pie. No soportaba la idea de que fuera a caer frente a Ben. Pero el niño no se dio por vencido y Mary quedó impresionada de lo atractivo que se veía a pesar de su flacura.

Fijando los ojos en Ben, el niño le ordenó con voz imperiosa:

—¡Mírame bien! ¿Acaso soy un jorobado o tengo las piernas torcidas?

Ben, que todavía, no se reponía de la impresión, contestó con su acostumbrada franqueza:

—¡Claro que no! Pero ¿cómo ha permitido que la gente piense que está inválido o medio tonto?

—¿Medio tonto? —dijo Colin enojado—. ¿Quién dice eso?

—Muchos. El mundo está repleto de burros que no hacen más que mentir. Pero no entiendo por qué se encerró.

—Porque todos creían que iba a morir —dijo el niño secamente—. ¡Pero no moriré!

—¡Morir! Claro que no —dijo Ben, jubiloso—. Cuando vi lo rápido que se levantaba de la silla, supe que estaba bien. Y ahora, señor, siéntese en esa manta, que estoy a sus órdenes.

El joven raja condescendió a sentarse bajo el árbol preguntando a Ben cuál era su trabajo.

—Cualquiera —contestó el jardinero—. Me aceptan porque saben que ella me quería.

—¿Ella? —preguntó Colin.

—Su mamá —contestó Ben Weatherstaff.

—¿Mi mamá? —dijo Colin mirando a su alrededor—. ¿Entonces éste era su jardín?

—Claro que lo era y a ella le gustaba mucho —contestó Ben, abarcándolo con la mirada.

—Ahora es mi jardín y, como me gusta mucho, vendré cada día —dijo Colin—. Pero tiene que ser un secreto. Mi prima y Dickon han trabajado para hacerlo revivir. De vez en cuando lo haré llamar para que nos ayude, pero tendrá que hacerlo a escondidas.

—He venido en varias ocasiones y nadie lo ha advertido. La última vez hace dos años.

—¡Pero si por diez años nadie ha entrado! —gritó Colin—. No había puerta.

—Subí por el muro. El reumatismo me impidió volver a intentarlo.

—¡Ahora entiendo quién podó! —exclamó Dickon.

—Ella era una joven tan hermosa y quería tanto el jardín —dijo Ben—, que en una ocasión me pidió que, si se enfermaba o tenía que partir, yo me hiciera cargo de sus rosas. Cuando ella partió, cumplí la orden y por eso venía de vez en cuando a trabajar aquí.

—Me alegro de que lo hayas hecho —dijo Colin—. Sin duda sabes mantener un secreto.

Mary había dejado su herramienta cerca del árbol, y al verla Colin la alcanzó y empezó a excavar la tierra. Su delgada mano estaba débil, pero con perseverancia logró remover la tierra.

—Dijeron que no podría caminar y lo he hecho. Ahora estoy cavando. En un comienzo pensé que me incitaban a hacerlo para contentarme, pero hoy es sólo mi primer día.

—¿Le gustaría plantar algo? —le preguntó Ben—. Le puedo traer una rosa.

—¡Tráigamela rápido! —dijo Colin entusiasmado—. ¡Rápido!

Ben corrió olvidándose de su reuma. Dickon ayudó a cavar un hoyo profundo, mientras Mary se apresuró a buscar un tarro con agua.

—Quiero plantarla antes de que el sol desaparezca por completo —dijo Colin.

Ben volvió muy entusiasmado con una rosa del invernadero. Colin esparció la tierra como hacen los reyes al inaugurar un lugar. Entretanto Mary lo observaba inclinada y Soot se adelantaba a ver qué sucedía. Nut y Shell parloteaban desde un cerezo.

—Terminamos, y el sol aún se desliza por el horizonte —dijo Colin riendo—. Ayúdame, Dickon, a tenerme en pie. Quiero estar frente a él cuando desaparezca.

El jardín secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora