XIII. Soy Colin

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A la hora de comida, Mary mostró a Martha el dibujo de Dickon.

—¡Eh! —dijo Martha muy orgullosa—. No sabía que mi hermano fuera capaz de dibujar en tamaño natural un tordo en su nido.

Al oír esto, Mary supo que el dibujo era un mensaje: significaba que Dickon mantendría el secreto. Su jardín era su nido y ella era como el tordo. ¡Cómo le gustaba ese niño, a la vez extraño y sin complicaciones!

Esperando verlo al día siguiente, se quedó dormida. Pero en Yorkshire el tiempo puede variar mucho, especialmente en primavera. Esa noche Mary despertó con el ruido de las gotas de lluvia al caer sobre las ventanas. Llovía a torrentes y el viento soplaba en las esquinas de la vieja casa y dentro de la chimenea. Mary se sentó en la cama sintiéndose muy desdichada y enojada.

—La lluvia es más antipática de lo que yo era —dijo—. Vino porque sabía que yo no quería que lloviera.

Furiosa se tiró sobre las almohadas enterrando la cara en ellas. No lloró, pero se quedó tendida odiando el ruido de la lluvia y el viento. Las grandes goteras golpeaban fuertemente la pared.

"Suena como si alguien llorara y estuviera perdido en medio del páramo", pensó.

Por cerca de una hora se dio vueltas en la cama sin lograr dormir. De pronto, algo la hizo sentarse en la cama.

Escuchó atentamente.

—Ahora no es el viento —dijo en un murmullo—. Es diferente, es el mismo llanto que escuché antes.

Como su puerta estaba entreabierta, se pudo dar cuenta de que ese llanto quejumbroso provenía de la parte más alejada del corredor. Mientras más escuchaba más se convencía de que tenía que saber quién lloraba. Esto le pareció más extraño que el jardín secreto o que la llave enterrada. Quizás su propia rebeldía la hizo sentirse intrépida.

—Iré a ver —dijo—. Todos están en cama y no me importa lo que diga la señora Medlock.

Tomó la palmatoria de su velador y sin hacer ruido, salió de su habitación al corredor largo y obscuro.

Creía recordar dónde tenía que doblar para encontrar la puerta cubierta por la tapicería, tras la cual caminaba el ama de llaves el día que ella se encontraba perdida. El sonido provenía del pasadizo. Alumbrándose con la vela, trataba de hallar el camino, mientras su corazón latía tan fuerte que le parecía poder escucharlo. Como el llanto continuaba, le fue fácil guiarse por él, aunque en varias ocasiones titubeó sin saber qué camino tomar. Por fin se encontró frente a la puerta con la tapicería. La empujó suavemente y cerró tras ella. Ahora podía oír con claridad el llanto: procedía de detrás de una puerta situada a su izquierda, bajo la cual se vislumbraba una luz. Alguien muy joven lloraba en esa habitación.

Mary abrió la puerta y se detuvo. Era una enorme pieza con bellos muebles. El fuego resplandecía desde la chimenea y una luz de vela iluminaba una cama con cuatro pilares de la que pendían cortinajes de brocado. En ella, un niño lloraba quejumbrosamente. Mary se preguntó si se encontraba en un lugar real o estaba soñando. El niño tenía una cara aguzada de delicado color marfil, con unos ojos que parecían demasiado grandes. Una gran mata de cabello le caía en mechones sobre la frente, lo que le empequeñecía aún más la cara. Tenía aspecto de niño enfermo, pero no parecía llorar de dolor sino, más bien, de cansancio y de rabia.

Mary, de pie en el umbral, contuvo la respiración. Luego dio unos pasos dentro de la pieza y, a medida que se acercaba, la luz atrajo la atención del niño. Este volvió la cara y la miró fijamente con sus grises ojos tan abiertos, que se veían enormes.

—¿Quién eres? —le preguntó en un murmullo asustado—. ¿Eres un fantasma?

—No, no lo soy —contestó Mary, también en un murmullo, aunque algo menos asustada—. ¿Es que tú lo eres?

El jardín secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora