siete, traiciones.

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—¡Eres una hija de perra!

El grito del ruso me sacó de mis pensamientos dejándome descolocada por unos segundos, en mi mente la imagen de Arthur convulsionando se repetía una y otra vez sin parar; la abundante espuma blanca saliendo de su boca, su cuerpo temblando repetidamente y sus ojos blancos sin la presencia de sus pupilas era una de las cosas más horribles que había visto en mi vida. 

Nada de lo que he visto durante toda mi corta vida se compararía a lo que he visto en esta noche, ni siquiera a aquellas películas de horror y gore que Leroy nos hacía ver cuando teníamos nuestras noches de películas. Y es que a pesar de que todo parecía sacado de una mala película de terror, la realidad era aún más horrible y perturbadora. 

Que daría yo por volver a una de esas noches, donde todo se componía a base de risas y de insignificantes discusiones, discusiones por chismes inútiles o malentendidos sin sentido. 

Aún recordaba cuando alguien le fue con el chisme a Aria de que yo estaba coqueteando con Erwin, recuerdo como me insultó la mexicana y como yo pensaba que no había nada más horrible que aquello, pensaba que mi vida se había acabado. En estos momentos me llega a causar gracia lo banal de mis tormentos de esa época. 

Decidí dejar de comerme la cabeza y resignarme, de todas formas iba a morir ¿no? Ya nada iba a importar más.

Me enfoqué en la pelea del ruso y de la argentina, mientras él la insultaba diciéndole que como podía haberle hecho algo como eso, ella lloraba y le discutía que realmente no quería hacerlo pero que no tenía otra alternativa. 

—Dios, Piero, cállate.— alegó Sinyeon.— Tú casi sacrificas a Leslie por salvar tu propio trasero que es aún peor. 

—¡Pero terminé por no hacerlo!— se defendió él.— ¡Pero ésta perra decidió matarme por sobre un casi violador!

—¡Pero no moriste!— grité yo y raramente todos se callaron.—¡Dejen esta mierda porque de todas formas vamos a morir todos y no hay nada que podamos hacer al respecto!

Pensé que se mantendrían callados por otro rato, pero no, al contrario todos empezaron a gritar aún más. Todos estaban discutiendo como niños pequeños como si ignoraran el hecho de que nos estaban asesinando uno por uno. 

De repente, un estruendo sonó, lo que provocó que todos nos callásemos instantáneamente, nadie sabía que había sido y lo único de lo que estábamos seguros era que todos lo habíamos escuchado.

mrbubble: Cállense ya, son horriblemente exasperantes. 

mrbubble: Ginevra, tu turno. 

Suspiré, debía de suponerlo, había atacado a casi todos y yo era una de las que restaban. Aún así no podía pensar en con qué cosa podía atacarme o qué horrible reto podría hacerme. Debido al miedo, solo pude articular débilmente una sola palabra.  

—Verdad.

mrbubble: Di un secreto. 

mrbubble:  Pero no tuyo, eso no sería lo suficientemente interesante.

mrbubble: Di un secreto de alguno de los que quedan, sé que sabes muchos. 

Mi expresión se desfiguró, Olivia me conocía muy bien y sabía que había dado en el clavo, ella sabía que no iba a tener problema alguno con revelar mis secretos porque nunca había hecho algo que me avergonzase en extremo, sin embargo sabía que el problema real estaba en traicionar la confianza de las otras personas. 

La gente solía confiar en mí con facilidad, era buena escuchando y aconsejando; no por nada estaba estudiando psicología. La gente sabía que me llevaría sus secretos a la tumba. 

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