LA RAREZA ME INVADE

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No quise contarle nada sobre la carta, aún no estaba preparada para contarle a nadie. Tenía miedo. ¿A qué? No tengo ni la menor idea, pero el solo hecho de pensar que mi vida no es realmente la que he estado viviendo me asusta, y eso es algo que quiero conservar para mí.

Luego de comer, fuimos de vuelta al hospital. No quería dejar sola a mi abuela, aunque no soy doctora ni nada por el estilo, quería estar informada en todo momento de su estado.

Hablamos mucho sobre ella. Lo alocada y liberal que es para una señora de su edad. Esa es para mí, una de sus mejores cualidades.

Hablamos y hablamos hasta que nos quedamos dormidos.

Cuando amaneció salí del hospital, empujando la silla de ruedas en la que iba mi abuela. Escuché un 'pst pst', no sabía muy bien de dónde provenía. Pero era algo insistente. Pensé que era Ricardo, pero ¿por qué haría él esa clase de sonido sin mostrarse?

Busqué por unos cuantos segundos, pero no había nadie. Así que seguí caminando hacia la calle para tomar un taxi, y nuevamente ese sonido.

—¿Escuchaste eso abuela? —pero la abuela no se movió para nada.

El sonido molestaba mis oídos y me angustiaba tremendamente. De pronto comencé a sentir una sensación de fatiga, buscaba desesperadamente que alguno de los taxis que pasaban se detuviera para que salgamos de ese lugar; sin embargo, ninguno tenía intenciones de parar.

Frente a esta situación, la abuela Pam no hizo ninguna clase de argumento, algo que desconozco en ella. Me agaché para verle el rostro y ¡Dios Santo!, no tenía rostro. Retrocedí un par de pasos, porque ella intentaba agarrarme, en ese momento tropiezo con un señor de traje que, al igual que ella, tampoco tenía rostro. Miro hacia mi alrededor, nadie tenía rostro, y todos venían hacia mí. Sin saber qué más hacer, salgo corriendo, pero tropecé y caí al suelo, dando lugar a que me alcanzaran.

—Eufi ¿estás bien?

Era la voz de Ricardo, por suerte todo había sido un sueño, lo comprobé luego de mirar el rostro de todas y cada una de las personas que pasaban para confirmar que todos tenían uno.

Qué sentimiento más feo, hacía mucho tiempo que no tenía una pesadilla de esa clase. Es más, la mayoría de mis pesadillas las vivía sin estar soñando, cuando me pasaba algo que me hacía notar frente a las demás personas, provocando que me miraran y echaran a reír.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Ricardo.

—Sí, está bien, todos tienen rostro.

—¿Qué cosa? —dijo haciendo una mueca para acentuar su falta de entendimiento frente a mi mensaje.

—Nada —respondí, cayendo en cuenta de la incoherencia de lo que dije.

En ese momento apareció el Señor Lustan, tan lleno de detalles y apresurado, como siempre.

De todos los esposos que tuvo mi abuela, y debo recalcar que fueron muchos, sin duda cinco es un gran número, el señor Lustan es el que mejor me cae, cuando estaban juntos realmente veía cómo mi abuela brillaba por amor.

Nunca supe a ciencia cierta por qué ella decidió darle fin a ese matrimonio, pero desde entonces el señor Lustan ha intentado estar presente en todos los acontecimientos importantes.

—¡Eufi, querida!, me acabo de enterar, ¿por qué no me llamaste?, sabes que siempre estoy para ustedes.

—Lo siento, no, no, no se me ocurrió —respondí, con la verdad.

—¿Qué no se te ocurrió? ¡Pero si es casi como si fuera tu abuelo!, ella fue mi esposa y el amor de mi vi...

—Sí, usted y unos cuantos más están en la misma situación —dijo Ricardo en tono de burla.

El señor Lustan miró de manera fulminante a Ricardo.

—En fin, ¿cómo está ella? —preguntó dando la espalda a mi amigo.

—Sufrió un infarto, por su arritmia. Creo que mañana le darán el alta.

—¿Quién es el doctor? —preguntó mientras movía la cabeza, por si es que pasaba por ahí.

Con lo nerviosa que estaba ni me había tomado la molestia de preguntar el nombre del doctor que la atendió, así que el señor Lustan, con su casual elegancia, la misma que a veces causa gracia, preguntó todos los datos en la plataforma de informaciones.

De alguna u otra manera, desde el momento en que el señor Lustan llegó, sentí algo de tranquilidad y esa sensación de que no estoy sola. Ya lo sé, deben pensar que estoy loca si Ricardo me había acompañado toda la noche, pero me refiero a no estoy sola familiarmente hablando.

Después de unos cuantos minutos llegó el doctor y nos indicó que podíamos pasar a verla. Ahí estaba ella, postrada en la cama, llena de cables, pero con sus ojos abiertos de par en par.

El doctor le indicó al Señor Lustan, que le daría de alta el día de mañana y que debía guardar reposo absoluto.

Inmediatamente él salió de la habitación, el señor Lustan se apegó a ella haciéndome a un lado, tomó su mano y comenzó a decir.

—Me mudo con ustedes querida, hasta que estés totalmente fuera de peligro —la abuela intentó decir algo, pero el señor Lustan no la dejó— no te preocupes, aún conservo la llave, ahora mismo voy a empezar el traslado de mi ropa, hasta más tarde mi querida —dijo haciendo una reverencia para besar su mano.

La abuela me miraba como si quisiera que hiciera algo, pero, verdaderamente ¿qué podía hacer? Ella sabía lo testarudo y sin oído que era el señor Lustan, además, quién mejor que él para que me dé una mano con ella.

La abuela me miraba como si quisiera que hiciera algo, pero, verdaderamente ¿qué podía hacer? Ella sabía lo testarudo y sin oído que era el señor Lustan, además, quién mejor que él para que me dé una mano con ella

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⏰ Última actualización: May 14, 2020 ⏰

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Eufi, el secreto mejor guardadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora