Emori abrió los ojos muy despacio, observando la madera de la pared pegada a su cama. Una gruesa manta la tapaba hasta el cuello, guardando la calidez de su cuerpo y repartiendo el calor que las llamas de la chimenea emanaban por toda la habitación. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba, después de hacer un gran esfuerzo para reconstruir lo ocurrido, era haber cerrado una gran grieta. Y la explosión, sí, también recordaba eso. Nada más, sólo oscuridad, sin saber cómo había llegado a esa cama ni dónde estaba. ¿Seguiría siendo prisionera? ¿Habría escapado de alguna forma y alguien la había acogido? La angustia invadió su pecho ante la incertidumbre.
Se incorporó en la cama, estremeciéndose cuando sus brazos desnudos quedaron expuestos a la diferencia de temperatura de la habitación, a pesar de la chimenea el ambiente seguía siendo algo frío. Dolorida, apoyó los pies en el suelo y se levantó despacio, procurando que no le fallaran las piernas. Cuando estuvo segura de poder andar con paso firme, avanzó hasta encontrarse con un espejo y lo que vio la horrorizó: ojeras inmensas, rasguños por la cara y el cuello, la piel pálida y casi transparente... ¿Cuánto tiempo llevaba así?
Mientras se pasaba los dedos por esa tez que parecía sacada de las historias de terror que los niños de su clan se explicaban las noches sin luna, la puerta se abrió suavemente y una joven elfa cruzó hacia el centro de los aposentos.
—¡Por el Hacedor! Yo... no sabía que estabais despierta, lo siento mucho, de veras—exclamó la chica preocupada mientras se arrodillaba ante ella.
Emori se horrorizó ante tal muestra de sumisión, o de... ¿veneración?
—No te preocupes, levanta por favor.
—Yo... Disculpadme. Estáis de vuelta en Refugio—comentó, de nuevo asustada—. La señora Cassandra me pidió que le dijese, cuando despertara, que la estaría esperando en la Capilla. Yo... he de avisarla sobre que ya está en pie. Si... si quiere, tiene una bañera preparada.
La elfa salió a toda prisa de la habitación, dejando a Emori desconcertada, pero al menos ahora sabía que la habían rescatado del Templo tras sellar la grieta. Si seguía siendo prisionera o no, eso lo averiguaría en un rato.
Emori se quitó el camisón que llevaba puesto y probó el agua de la bañera que le habían preparado, estaba un poco fría así que la calentó con un sencillo hechizo. Dentro de la bañera pudo examinar más detenidamente las heridas de su cuerpo, estaba llena de ellas y la peor era la que tenía en su costado derecho; el morado se extendía por toda la zona de las costillas y ahora que había recuperado fuerzas podía notar el dolor con cada gesto. Se hundió un poco más en el agua y pensó en todo lo acontecido: en cómo su vida había cambiado por completo y en que cuando se despidió de su clan no sabía que despertaría días después con una marca en su mano que presagiaba una maldición que la acompañaría y le drenaría la vida.
De nuevo con una sensación de angustia en el pecho, la maga terminó su baño y se puso la ropa que habían preparado para ella encima del escritorio. Pasó las yemas de los dedos por encima de la tela, pues no estaba acostumbrada a ese tipo de material tan áspero en la ropa, y se vistió en unos minutos. Se peinó con una trenza ante el espejo que había al lado de su cama y se dirigió a la puerta, intentando calmar su corazón con respiraciones profundas antes de abrirla.
Un viento gélido azotó la cara de Emori en cuanto cruzó la puerta, por los dioses, ¡qué frío hacía en ese sitio! Se llevó las manos ante los ojos para intentar protegerse de la luz que se reflejaba en la nieve, que cubría todo como un manto, como si las nubes hubiesen querido tapar todo lo que estaba ocurriendo. Cuando pudo centrar su vista el corazón le dio un vuelco: un grupo de unos 30 soldados creaban un pasillo desde la cabaña por la que había salido, manteniendo una postura rígida pero mirándola de reojo cuando la elfa empezó a avanzar con precaución, sin saber qué ocurriría a cada paso que daba. Al alzar la vista vislumbró el edificio que parecía la Capilla y puso rumbo en esa dirección mientras decenas de personas la señalaban, se arrodillaban o simplemente asomaban sus cabezas tras los muros y ventanas para observar, con asombro, a la que susurraban "la Heraldo de Andraste".
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Volverás con la brisa de otoño (Cullen x Lavellan) - Dragon Age Inquisition
FanfictionEl mundo de Emori Lavellan se desgarró en el mismo momento en el que puso un pie en el Cónclave. Desde aquel entonces, una maldición en su mano la puso en el punto de mira de muchas personas. Ahora Emori tenía que volver a encontrar su lugar en la h...