Es un regalo

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Me encuentro sentada en el suelo del baño, en la baldosa blanca reluciente que recubre todo el piso.
Logro apreciar una pequeña mancha escarlata que recorre la separación entre cada baldosa, pasando mi mano temblorosa por mi rostro y percato que por mi nariz recorre un hilo pequeño de sangre, suficiente para sentir un pungente olor a hierro.

Un poco aturdida, escucho a lo lejos como alguien golpea la puerta con una fuerza indescriptible, es tan fuerte que es capaz de tirar al suelo las toallas pegadas a los ganchos que están firmes en la puerta.

Intento recobrar la compostura y tratar de volver en mí, la parte más difícil es ponerme de pie, ya que al segundo que intento levantarme, mi cabeza da mil vueltas alrededor del baño y vuelvo a caer de rodillas al suelo.
La luz brillante que se posa sobre mi me hace querer cerrar mis ojos, y poder sentir que estoy acostada sobre mi fría y tosca cama.

Los gritos y los golpes cesaron detrás de la puerta, mi cuerpo vuelve a calentarse y puedo sentir como recorre nuevamente la sangre por todo mi cuerpo, consigo ponerme de pie sin titubear, me miro al espejo y no logro reconocer mi rostro.

Doy paso al agua del fregadero y con las yemas de los dedos intento limpiarme cada herida con delicadeza, pero mi cara está tan acostumbrada a tener ese tono amarillento y luego morado oscuro, que ya que se entumece con cada vista de una mano alzada que viene en cámara lenta a acariciarme de manera poco inusual. Recojo mi cabello, intento peinarlo, "está algo desaliñado" pienso, me lo arreglo con una coleta que tengo guardada en la llave de la ducha.

Estoy de pie mirándome por última vez al espejo, observando cada rincón de mi cuerpo y rostro, tratando de buscar alguna imperfección, poniendo todo en su lugar.
Tengo que verme perfecta "¿acaso no es ese el fin de una mujer?"
De un momento a otro mis rodillas empiezan a temblar nuevamente, siento como me late el corazón fuertemente, casi puedo oír los latidos, como si mi corazón estuviera conectado a unos parlantes muy potentes.

De pronto mis ojos deleitan unos brillantes puntos, como si alguien hubiera esparcido escarcha brillante sobre mi rostro, mi cuerpo se vuelve helado, siento un frío que viene desde mis pies hasta mi garganta, casi como si me hubieran tirado un balde de agua fría.
En ese instante cerré mis ojos y sentí como caía sobre un manto de plumas, me sentía en las nubes, por primera vez en tantos años sentí paz, nada de dolor y sobre todo feliz. Volví a ser la muchacha sin marcas ni cicatrices.


Normalmente cada vez que existía una diferencia de opinión ambos me daban ese cariño violento y luego solían desaparecer. Era nuestra rutina de cada día; yo terminaba un poco lastimada, corría al baño para poder retocarme y así los pequeños no me vieran tan desaliñada.

Debo admitir, estos días que hemos tenido que pasar juntos no han sido fáciles, pero para mí es lo más maravilloso que hay, pasar el tiempo con mi preciada familia es un regalo.

O eso solía decir mi abuela, la que ahora llora sobre mi cuerpo helado y delicadamente arreglado, acomodado en cuatro estrechas paredes de color marrón, cubiertas por un manto de tierra húmeda.

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⏰ Última actualización: May 16, 2020 ⏰

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