9. «Anne»

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Me levanté gracias a los gritos de Simon y los gritos de alguien más. Reconocería esa voz donde sea y cuando sea. Refregué mis ojos con mis manos, apoyé la espalda en el respaldo de la cama y bostecé mientras estiraba mis brazos hacia arriba.

—Cinco... —comencé a contar en voz baja—, cuatro..., tres..., dos..., uno. —Mi puerta se abrió de repente y dos personas saltaron a mi cama haciéndome rebotar.

—Buenos días, pedazo de loca —dijo Lucy muy contenta, abrazándome.

—Es hora de levantarse —anunció Austin—. Te extrañamos —admitió lanzándose sobre mí para abrazarme con fuerza. Me reí y lo rodeé con mis brazos.

—Déjenme en paz —pedí bufando cuando se separó de mí—. Son las... —miré el reloj—, siete y cuarto de la mañana, ¿puedo dormir un rato más? —pregunté con un tono de queja. Carcajeé cuando ambos negaron con la cabeza y se tiraron encima mío—. Yo también los extrañé, y mucho.

—Qué bueno, porque no te dejaremos dormir más, holgazana, nos enteramos cómo vas con Harold a través de Sophie y queríamos saber la historia completa —pidió ella entusiasmada sentándose frente a mí.

—Sí, vamos, suelta la lengua —siguió él mientras se acomodaba, sentándose a mi lado y apoyando su espalda como yo.

Reí porque los dos a la vez juntaron sus manos e hicieron puchero en señal de súplica. Les conté absolutamente todo, excepto detalles innecesarios, como por ejemplo la manera en que comenzaba a sentir cosas por él. Tampoco les conté sobre todo lo que hablamos, cosas que él me había revelado en confianza. A pesar de ser un juego, sabía guardar secretos.

Mi tío trajo una bandeja con comida y los tres desayunamos mientras me contaban de sus vacaciones en la playa las últimas tres semanas y media. También me contaron sobre el embarazo de Layla, la madre de Lucy.

—¿Y a qué hora debes ir por él? —preguntó mi amiga mientras masticaba un hotcake. Recordé que debía llamarlo. Miré la hora, que marcaba las ocho y media, y pensé en que seguro ya estaba levantado.

—Olvidé llamarlo —admití encogiéndome de hombros.

—Qué mala novia —se quejó Austin, negando con la cabeza mientras fingía estar decepcionado, lo que nos hizo reír. Agarré mi teléfono y le marqué.

—¿Hola? —Escuché una voz ronca y adormilada.

—¿Estabas dormido? —pregunté.

—Mmm, creo...—reveló, haciéndome reír—, ¿cómo estás, preciosa?

—Bien, gracias. ¡Hey! Quería decirte que pasaré por ti en un rato, estate listo, ¿sí?

—Sí, seguro, te espero. ¿Cómo debo vestir?

—Como quieras.

—¿Eso quiere decir que puedo ir vestido de gatito? —preguntó con tono neutro. Reí.

—Como quieras —repetí.

—Está bien, nos vemos... Te quiero, Tess —murmuró con voz profunda. Me congelé por un segundo, pero logré reaccionar.

—Yo también, adiós —dije rápidamente. Corté y suspiré mirando mi celular—. Me dijo que me quiere.

—Uh, que mal —dijo Austin siseando con los dientes.

—Lo sé —me quejé para después soltar un gruñido de frustración—. Y lo peor es que creo que también lo quiero —acepté a regañadientes—. ¿Cómo voy a hacer para soportar el te amo si es que llega a pasar? —cuestioné preocupada.

La Apuesta | h.s | (2da EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora