#36

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Todos empezaron a soltar gemidos de preocupación pero ninguno tuvo la iniciativa de intentar detener la pelea. Sólo yo me dejé caer torpemente al suelo, de rodillas prácticamente me arrastré hasta rodear con los brazos la pierna de Jeno, deteniendo su avance.

- Suéltame. - dijo. Negué con la cabeza. - Muñeco…

- Déjalo. Llévame a casa, por favor… quiero salir de aquí. - me dio una arcada. Me reprimí como pude. ¡Pero si ni siquiera era capaz de levantarme! - Voy a vomitar… no puedo más… - tosí. Dejé la cabeza apoyada en el suelo unos segundos, sin soltar su pierna. Jeno se movió, se agachó. Me zarandeé un poco intentando alzar la cabeza y antes de que pudiera decir nada, ya tenía sus brazos aprisionándome fuertemente el cuerpo y alzándome del suelo, cargando por completo conmigo. Me colgó al hombro como un saco de patatas.

- Esto no se va a quedar así. Ya no. La próxima vez que te vea no voy a esperar a tener una razón para matarte. Sólo verte un pelo de la cabeza rondando cerca de mi Muñeco por casualidad y te enviaré a hacerle compañía a los gusanos bajo tierra. - su tono era el más amenazador y cargado de rabia contenida que le había oído nunca. Incluso superaba al de aquella vez de cuando le dejé como un perro fuera de casa y yo me encerré en ella.

Tragué saliva repetidas veces, con los ojos cerrados, luchando por contener el vomito cuando Jeno empezó a andar hacia fuera y mi cabeza quedó boca abajo, colgando de cintura para arriba de su hombro. Pude ver las expresiones asustadas de la gente, cediéndonos el paso en silencio. La música y los gritos venían de abajo y lo sollozos de mi izquierda. Sollozos que me sonaban de algo. Sollozos que me hicieron abrir los ojos entrecerrados y observar con atención a esa persona rodeada de chicas intentando calmarla en vano. Una persona acurrucada en el suelo, con las manos en la cabeza casi totalmente calva, rapada al cero con violencia, como si se le hubiera podado el cabello con un cortacésped con toda la maldad del mundo.

La gran mata de pelo caía a sus pies. Yeji. Cruelmente rapada al cero. Casi totalmente desnuda con sólo las bragas y el sujetador medio desabrochado de encaje negro que, irónicamente, le había regalado yo para Navidad el año pasado. Llorando a lágrima viva sobre el suelo, estrujando los mechones de cabello entre sus finos dedos. Me miró y por una vez en la vida, fue ella quien bajó la cabeza, horrorizada y avergonzada por su decrépito aspecto.

𝕄𝕌ℕ̃𝔼ℂ𝕆 || 𝐍𝐨𝐌𝐢𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora