Capítulo 47: Pesadillas

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Llegamos al fuerte de Orión.

Durante el camino han mencionado que me tienen una sorpresa en su fuerte principal que está a dos días. Echan a Ácrux y a los hermanos, alegando que ya no necesito nada de ellos.

Desatan mis manos y las marcas ensangrentadas que me ha dejado la cuerda, arden. Me estrellan contra la tierra y empiezan a pisotearme y patearme de forma salvaje mientras ríen. Una lluvia de dolor se expande por mi cuerpo, algunos golpes me sacan en aire, y otros no me dejan recuperarlo.

Sinfonía grita desde algún costado que me dejen, pero empeora. Alguien ha agarrado algún tubo metálico y ha empezado a golpearme también.

Por un instante, el pensar en mi amada, en sus sonrisas, en la forma en la que me llamaba, alivia levemente el sufrimiento.

—Suficiente —ordena Orión—. No queremos que se adormezca y deje de sentir dolor.

Los demás asienten entre burlas.

Respiro de forma agitada. Intento ponerme de pie, pero sólo logro quedar a gatas con dificultad, toso y escupo sangre. Trato de respirar un poco más hondo, pero no puedo. Sinfonía llora y aprieto los dientes.

—Déjala ir —murmuro—. Ella no tiene por qué ver esto...

—Cierto. Disculpe, jovencita —le dice con regocijo—. Y gracias por guiarnos. Llévenla.

—¡No! ¡No lo maten! —chilla ella— ¡No, Sirio! ¡Sirio!

Oigo que la arrastran en contra de su voluntad mientras chilla mi nombre sin parar. Perfecto, también la he lastimado.

—Altair —oigo que le recrimina—, ¿en qué tanto piensas?

Lo escucho caminar y cojear un poco, aún no sana del todo, obviamente.

—Me retiraré, señor.

Alzo un poco la vista y los veo frente a frente, mirándose de forma desafiante.

—¿Cuál es el problema ahora? —gruñe Orión.

—Sirio no me mató, así que no colaboraré con su muerte. —Da media vuelta y empieza a alejarse.

Los otros ríen un poco y Orión también.

—Déjenlo. Me encargaré de él. —Se cruza de brazos y me mira—. Te crié como a un hijo. Me has decepcionado. ¿Tanto te ha cambiado una humana?

Jadeo y lo miro de forma retadora.

—No te equivoques —gruño—. Sigo siendo el mismo, aquel que entrenaste desde que era niño para ser una bestia, y no le tengo miedo a la muerte. Te reto a ponerme a prueba.

Orión frunce el ceño. Lo que más odia es que lo reten, y yo no voy a dejar que me vea derrotado en ningún momento.

Los hermanos Apus y Antares aparecen en mi campo de visión, con una vara metálica cada uno.

—¿Ya te sientes mejor? —pregunta el primero.

—No exageren —interrumpe Orión—. Sigo esperando la carta de los ancianos. Voy a darme el gusto de leerla frente a él para que recuerde todas sus faltas.

Bajo la cabeza y por fin puedo respirar hondo. La segunda ronda de golpes me viene encima.


***

Me hallo atado a dos postes, mi cuerpo duele de forma terrible. Tengo múltiples cortes por todos lados y el suelo está manchado de sangre seca. Siento cómo la piel de mi espalda se desgarra al contacto con la afilada hoja de un cuchillo, pero aprieto los dientes y me aguanto el grito.

Ojos de gato Sirio [La versión de él]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora