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I. Los Elegidos

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La fresca mañana se alzaba por sobre la pequeña y pacífica ciudad de Arcadia, las nubes viajando con tranquilidad y sin prisa, anunciando a cada ciudadano, que ese día iría por el buen camino, que traería muchas sorpresas. Unas buenas, quizá otras malas, pero así es la vida y hay que aceptarlas con alegría.

Al menos así lo habías leído, en uno de los muchos libros en los estantes de tu habitación. Preferías creer que todos los días eran iguales de malos, ya que al positivo la vida siempre se encarga de tomarlo desprevenido y patearlo hasta que no se levante. Mejor esperar lo peor.

¡Otro gran estúpido, aburrido y monótono día en Arcadia!

Eran a penas las 7:05 a.m, las clases iniciaban a las 8:30, sin prisas. La escuela no era tan mala desde tu perspectiva, nadie se metía contigo y tú con nadie, pues todos siempre preferían mantenerse alejados de ti por ser alguien cercano al bully del lugar, Steve. Tampoco es como si fueran los mejores amigos, sólo amigos de la infancia separados por el tiempo y que optan dejar las cosas así, no te metías con Steve y el tampoco contigo.

Tenías pocos amigos, uno de ellos entraría ese año a la secundaria, aunque tampoco era para tanto. Después de todo, solías verlo todos los días cada tarde.

Checaste el reloj despertador en la mesita al lado de tu cama, notando que habían pasado 7 minutos y ahora eran las 7:12. Rodaste los ojos y tomaste el reloj Digital de muñeca para colocarlo en su respectivo lugar. Hiciste un par de estiramientos, los que siempre se hacen al despertar, y procediste a hacer tus necesidades y cambiar tu pijama por la ropa que usualmente usabas.

Te detuviste justo frente a la puerta, donde en un largo mueble de madera, se encontraba un pequeño marco con una de las fotografías más preciadas para ti. Tomaste el objeto entre tus manos con una expresión deprimida y nostálgica, acariciando suavemente con tus dedos pulgares la superficie del vidrio. Suspiraste, dejando el marco en su lugar para bajar a la primera planta de aquella linda casa.

Estando en el penúltimo escalón, desplazaste tu mirada neutra por toda la sala y lo que se podía ver de la cocina, buscando tortuosamente algún signo de movimiento, alguna otra presencia o vida inteligente en el lugar. Hiciste una mueca al comprobar tu soledad en ese espacio, estabas acostumbrado y te lo esperabas, pero dentro de ti aún había algo que te decía que todo mejoraría, aunque la ignorabas.

Prendiste la luz de la cocina, dirigiendote al refrigerador y escoger los ingredientes que utilizarías en tu desayuno, haciendo aparte un almuerzo que guardaste en una bolsa de papel, con un post–it pegado fuera y lo dejaste dentro del refrigerador.

Lavaste tus dientes en el baño más cercano y saliste al garage por su respectiva puerta, observando aquella Vespa que jamás utilizabas porque no sabías cómo y porque nunca salías y tu muy amada bicicleta. Abriste la puerta del garage y tomaste la bicicleta después de revisar tu reloj de muñeca, que marcaba las 7:26. La puntualidad era algo que te solía distinguir, eras rápido, objetivo y directo.

La secundaria y tu casa no estaban muy alejados, pero tampoco podrías decir que estaban tan cerca. Por lo tanto, te permitías entretenerte por las banquetas o rampas naturales y artificiales que se te cruzaban por el camino, jugando y paseando entre obstáculos improvisados que mantenían tu mente ocupada.

Una vaga sensación familiar te llegó de repente e involuntariamente, frenaste las bicicleta. Se sintió como si se tratara de algún tipo de Déjà vú. Confundido por la sensación, buscaste aquello tan familiar con la vista, volteando sutilmente la cabeza. Cuando decidiste ignorar aquello y seguir tu camino, una interesante corriente de viento que parecía ser azul, pasó justo enfrente de ti.