37. Disturbio en la montaña.

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Long respiraba profundamente mientras avanzaba hacia el templo, sus músculos tensos y su postura alerta. Podía sentir el hedor del Ki maligno en el aire, tan denso que parecía adherirse a su piel como una segunda capa. Sabía que Alice estaba detrás de él, aunque había intentado mantenerse varios pasos por delante para evitar que ella se involucrara más de lo necesario.

Cuando finalmente llegaron al templo, Long evaluó rápidamente la escena. El humo verde emergía de una esquina, cubriendo parcialmente las ruinas de una pared completamente destruida. El suelo estaba rajado, con surcos profundos que parecían las marcas de un monstruo arrastrándose por allí. Era un caos total, y Long sintió cómo su mandíbula se apretaba al reconocer el origen del desastre.

A su lado, Alice se tambaleaba ligeramente, su rostro pálido y sus ojos entrecerrados mientras intentaba controlar su respiración.

—No me siento bien —murmuró, llevándose una mano al estómago mientras parecía a punto de doblarse.

Long giró hacia ella con una mezcla de preocupación y reproche.

—Te dije que te quedaras atrás —dijo con firmeza, aunque su voz reflejaba más inquietud que enojo.

Alice, a pesar de su evidente incomodidad, levantó la mirada hacia él y esbozó una sonrisa débil pero genuina.

—Me iba a perder —dijo, encogiéndose de hombros—. Además, el lugar más seguro aquí es junto a ti.

Long parpadeó, desconcertado por la sencillez de su respuesta, pero no pudo evitar sentir cómo su tensión disminuía ligeramente al verla sonreír. Sin embargo, sabía que la situación estaba lejos de ser segura.

—Kai —dijo Alice de repente, señalando con un sobresalto hacia la esquina opuesta del templo.

Long siguió la dirección de su dedo y encontró a Kai recostado contra una pared derrumbada. Su cabello largo y oscuro estaba suelto y desordenado, cayendo en mechones salvajes alrededor de su rostro. Su ropa, rasgada y cubierta de cortes, goteaba el mismo líquido oscuro que Long había soltado en una batalla reciente. Su ojo rojo brillaba con una intensidad febril, pero su postura inclinada dejaba claro que estaba gravemente herido.

Alice dio un paso hacia él, pero Long la detuvo de inmediato, colocándose frente a ella con una mano firme en su brazo.

—Es peligroso —advirtió, su tono grave mientras señalaba con la cabeza hacia la fuente del humo verde.

En medio de la neblina, una figura emergió lentamente. Era una mujer alta y esbelta, de cabello blanco que caía como una cascada helada sobre sus hombros. Su piel grisácea contrastaba con los dos cuernos oscuros que sobresalían de su cabeza, curvándose hacia atrás con una gracia amenazante. Vestía una capa negra que se mezclaba perfectamente con las sombras, y sus uñas largas y afiladas parecían garras listas para desgarrar. Cada vez que exhalaba, un chorro de humo verde salía de su boca, haciéndola parecer aún más inhumana.

—Se ve muy mal —murmuró Alice, apretando la manga de Long mientras miraba a Kai con preocupación—. Ayúdalo, Long. Por favor.

Long no apartó la mirada de la mujer, aunque respondió con un tono cortante.

—Si lo ayudo, te quedarás sin protección.

Dicho esto, comenzó a buscar frenéticamente un arma entre los restos esparcidos, sabiendo que no podía enfrentarse a Mei Ling, la mujer frente a ellos, desarmado. Alice, sin embargo, no se dejó intimidar.

—Me esconderé —anunció, señalando una mesa cercana que todavía permanecía en pie entre las ruinas.

Long la miró de reojo, claramente poco convencido por su idea. Pero al final, la empujó ligeramente hacia la mesa, aceptando su plan con un gesto brusco.

Alice y el Prisionero de Azkaban [AIH #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora