Alice y el Prisionero de Azkaban [AIH #3]

26. Antes de las vacaciones.

Las cosas entre Harry y Alice parecían seguir igual, pero para Alice, la conexión entre ambos había ascendido a un nivel inexplicable, un nivel que, en su mente, estaba mucho más allá de una simple amistad. Y aunque Harry no notaba cambio alguno, para Alice, eran ahora mejores amigos, en el nivel más alto y profundo de todos los mejores amigos, algo único e incomprensible.

A finales de noviembre, Hogwarts vibraba con la emoción del partido entre Ravenclaw y Hufflepuff. Las gradas estaban a reventar, y el frío del aire solo hacía que los ánimos estuvieran aún más encendidos. Diana, la temible cazadora de Hufflepuff, volaba con una velocidad y precisión que dejaba a todos boquiabiertos. Su estilo de juego era tan implacable que cada lanzamiento parecía una flecha lanzada directa a la portería, y ella misma era como una flecha dorada surcando el aire. Su potencia era intimidante, y en el campo, Diana daba una imagen de fuerza absoluta, una cazadora que nadie quería enfrentar.

Pero en el otro lado del campo, estaba Cornelia, la cazadora de Ravenclaw. Si Diana era fuerza y potencia, Cornelia era precisión y gracia. Volaba ligera y ágil, como si flotara, y tenía una habilidad para los pases y ataques que parecía imposible de contrarrestar. Cada pase que lanzaba parecía caer en el lugar exacto y en el momento exacto, y aquellos que intentaban detenerla se daban cuenta rápidamente de que era como intentar detener una pluma en el aire; elegante, pero mortalmente efectiva.

El juego fue feroz y emocionante, aunque la habilidad implacable de Cornelia llevó a una derrota monumental de Hufflepuff. Y aunque el resultado fue claro, para Gryffindor fue una pequeña victoria: sus posibilidades de ganar la copa de quidditch seguían intactas. Esto significó que Oliver Wood recuperó su chispa de obsesión y comenzó a entrenar al equipo de Gryffindor con su característico ímpetu, empujándolos a dar lo mejor de sí en cada entrenamiento.

Los entrenamientos se convirtieron en una rutina de esfuerzo extremo, cada uno más duro que el anterior, todo bajo la llovizna fría y persistente de diciembre. Alice se quejaba cada vez que llegaban al campo, asegurando que no había ninguna razón en este mundo para que alguien entrenara a esa hora y bajo ese clima. Pero allí estaba, con las mejillas rosadas por el frío, tiritando y lanzando miradas suplicantes a Oliver, esperando en vano que disminuyera la intensidad.

Harry, por su parte, compartía sus quejas, pero en el fondo parecía disfrutar esos momentos al ver a Alice gesticulando, temblando y refunfuñando. Ella, sin darse cuenta, hacía pucheros al frotarse los brazos y ajustarse la bufanda, como si eso fuera suficiente para escapar del frío.

—¡Wood, voy a convertirte en cubito de hielo si seguimos así! —gritaba Alice después de un rato, mientras Oliver la miraba con una mezcla de resignación y diversión.

—Alice, cada minuto cuenta —respondía él, aunque su tono tenía una pizca de diversión—. Además, ¡piensa en la gloria de la copa!

—¡La gloria no sirve de nada si pierdo la nariz congelada en el proceso! —replicaba, moviéndose en el sitio mientras lanzaba una mirada significativa a Harry, como si esperara que él también hablara en su defensa.

Harry solo sonreía y encogía los hombros, sabiendo que su intento de ablandar a Oliver era inútil. Pero en el fondo, la imagen de Alice en pleno invierno, envuelta en bufandas y gorros, sin dejar de quejarse pero sin perder el ánimo, era un espectáculo que hacía que cada entrenamiento bajo la llovizna valiera la pena.

Alice había asumido que Diana sería su mayor desafío, la fuerza imparable a la que tendría que enfrentarse. Pero pronto se dio cuenta de que se había equivocado. El verdadero obstáculo que no había anticipado estaba mucho más cerca de lo que imaginaba. En medio de un entrenamiento pesado, notó a Maxen más distante, con una expresión pétrea y los labios apretados. Ya no era el Maxen seguro y decidido que recordaba; parecía un extraño, un muro frío e inquebrantable.