La fiesta de navidad de la familia Harrington era legendaria por su increíble espectáculo de fuegos artificiales, música en vivo y comida fantástica. Todo era perfecto a oídos del pueblo, pero cuando la totalidad de la adorada comunidad de Night Hill se enteró de que este año no habría fiesta, fue de lo único que se habló por casi todo un mes...
Solo había asistido a dos de esas famosas fiestas cuando vivía aquí, y una de esas veces fue cuando era una niña. Quise ir la última navidad antes de irme a la universidad para complacer a mi padre, y no estuvo mal, es decir, una fiesta no podía ser algo malo, mucho menos cuando la organizaba una de las familias más ricas de todo el vecindario.
Esta era la primera navidad que pasaba en casa desde que me había ido hacía ya cinco años, y honestamente me sorprendió escuchar como algunas mujeres en el supermercado se quejaban debido a que no tendrían nada más que hacer la noche de la víspera de navidad y necesitaban buscar un plan B. Incluso yo lo llegué a pensar cuando salí del supermercado, pero por suerte, no fue necesario.
Una de las cosas que solía escribir siempre en mi lista de metas en año nuevo, era presenciar algo fantástico. No me importaba realmente el que presenciar, pero era algo que desde hacía años me había estado dando vueltas en la cabeza y creo que con el tiempo solo se volvió una costumbre más que un sueño. ¿Cuándo ocurriría? ¿Cuándo podría finalmente tacharlo de la lista?
Esa era, básicamente, la razón por la que cuando mi abuela, Nana, me comentó la idea de visitar las montañas nevadas de la ciudad de Midwest para pasar las festividades allí, acepté sin pensarlo. Por supuesto, Horacio vendría con nosotras, y eso aseguraba que sería un viaje de todo menos aburrido, y es que, ¿cómo podría aburrirme con alguien como Horacio? Él era más mi hermano que mi tío, y siendo solo dos años mayor que yo, el lazo afectivo entre ambos era casi indestructible.
Horacio, o como él prefería y lo había llamado toda mi vida, Hoz, —H por Horacio y, Oz simple y exclusivamente por su mago favorito— nos acompañaría junto a su obsesión con la ciudad esmeralda, que era realmente impactante, cabía mencionar. Con Hoz nunca se pasaba un mal rato, hasta que comenzaba a fastidiarte de verdad.
— ¿Tienes frío?
Negué hacia Hoz con un leve movimiento de cabeza mientras él solo volvió a poner en su lugar sus audífonos innecesariamente grandes.
Para tener cinco años de no verme, hizo un excelente trabajo no hablándome durante todo el trayecto desde Night Hill.
Mi tío tenía una buena cantidad de mantas acumuladas en su regazo, y es que la abuela nos había traído a un lugar cuyo invierno era literalmente eterno, y no había más que un bosque interminable por kilómetros. Aunque el clima en Night Hill nunca se había caracterizado por ser espantoso, al ser una comunidad relativamente pequeña, todos se conocían, y las fiestas de invierno solían ser siempre la excusa perfecta para saber lo que ocurría con las demás personas, aunque te estuvieses muriendo de frío, nadie dejaría pasar un buen chisme. Por mi parte, y al llegar a la estación, me sentía lo suficientemente cómoda con mi abrigo, y mi bufanda favorita.
El viaje en auto desde la estación del tren había sido tranquilo, y hasta ahora solo con la vista que me proporcionaba mi asiento era suficiente para sentirme emocionada. Si bien Midwest era uno de esos lugares con climas de película bastante interesantes, venir en invierno a una ciudad que parecía solo tener invierno podía significar una única cosa: nieve, muchísima nieve.
Doce minutos después, el auto se detuvo frente a una residencia clásica digna de estos paisajes; madera de pino, grandes ventanales, y muchos árboles a su alrededor, sin mencionar la exuberante cantidad de nieve que realmente era basta por todas partes.
—Mamá, ¿tu amiga del Cricket sabía que hoy llegábamos? —preguntó Hoz mientras Nana pagaba el costo del traslado al taxista quien amablemente nos ayudó a sacar las maletas de la parte trasera del auto.
—Por supuesto que sí, la llamé en el momento en que salimos de la estación. La última vez que visitó Night Hill no tuvimos mucho tiempo para vernos y eso fue hace dos años, estaba bastante emocionada al teléfono —le respondió la abuela en cuanto estuvimos frente a la residencia de la señora Ivonne Brunnete, una de sus amigas desde hacía años, y compañera en el grupo de veteranos del Cricket antes de mudarse de manera permanente a las montañas de Midwest.
— ¡Evana querida!
Ivonne era una mujer alta, increíblemente alta, de impecables modales y dueña de una fortuna que parecía no querer dejar en manos de nadie. Aunque tenía hijos, ellos no parecían muy preocupados por la forma en la que su madre gastaba el dinero, como por ejemplo comprar villas y casas exóticas en lugares desolados, en donde solía desaparecer por una cierta cantidad de tiempo suficiente como para que las personas preguntasen por ella y, con mucho orgullo en su voz, decirles donde se encontraba.
Ella apareció bajando las escaleras de la entrada principal con una sonrisa gigantesca en su rostro. Su cabello blanco hacía juego con su gran abrigo gris aterciopelado y en el momento en que abrazó a mi abuela, ambas comenzaron a reír.
Hoz me miró sin saber qué era lo que sucedía, y al mismo tiempo guardó su iPod en uno de sus bolsillos.
— ¿Recuerdas a mi hijo menor, Horacio? —Nana nos miró sonriente al igual que Ivonne, mientras asentía.
—La última vez que lo vi corría por todo el campo de Cricket con tus zapatos rojos diciendo que lo llevarían hasta la ciudad esmeralda —Hoz se sonrojó mirando sus pies, y un par de risas se me escaparon a mí al mismo tiempo.
—Y a mi nieta Astrid, ¿la recuerdas? —automáticamente sonreí de manera amable hacia la señora Brunnete.
—La hija de Arthur, por supuesto. Estás muy hermosa, querida.
—Gracias —mis mejillas se tornaron un poco carmesí, aunque no tanto como las de Hoz.
—Será mejor que entremos, se está poniendo más frío aquí.
Ayudé a Hoz con las maletas que dejamos a un lado del corredor principal. La vista desde la sala de estar era impresionante... en realidad lo era desde todos los ángulos. Las ventanas de vidrio daban paso completo a un mirador natural. Las montañas se veían tan cerca que llegaban a intimidar, y desde el otro lado de la casa se podía apreciar perfectamente la entrada a un bosque.
Un leve ladrido se escuchó detrás de nosotros haciendo que tanto Hoz como yo nos sobresaltáramos. Mi mano hizo un rápido recorrido desde la manija de la maleta hasta el lado izquierdo de mi pecho, sintiendo mi corazón acelerarse.
Debajo de nosotros un pequeño Golden Retriever cachorro nos miró detenidamente con su lengua afuera y una pequeña pelota al lado de sus diminutas patas.
—Hola —saludó Hoz, agachándose para poder tocar al pequeño animalito.
—Veo que le agradaste a Alaska, no suele hacer muchos amigos por aquí —Ivonne nos sonrió mirando a su cachorra y tomándola en brazos acariciando su pelaje.
—Es adorable —comenté, tocando la pequeña cabeza de Alaska.
—Ama salir y enterrarse en la nieve. Tengo que secarla al menos unas cuatro veces por día, es bastante agotador.
Nunca había sido una persona de animales, no había tenido un perro ni un gato, ni siquiera un pez. No era una experta, pero la cachorra se veía bastante amigable, tranquila y cariñosa.
Volteé mi vista de nuevo al gran ventanal y a las majestuosas montañas en donde ahora se encontraba una hermosa puesta de sol. Siempre pensé que los paisajes fríos embellecían más las cosas, en Night Hill era bastante común encontrar un paisaje invernal, pero no uno perfecto, por lo que aquella vista no solo me llenó de una abrumadora calma interna, sino también de una especie de emoción extraña que no podía explicar del todo.
—Magnífico.
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El Corazón de Phillip
Short StoryAstrid y Jonah no tenían absolutamente nada en común, al principio con mucha dificultad se toleraban, pero todo llegó a ser distinto entre los dos desde el día en que encontraron aquella vieja caja abandonada cerca del lago en el bosque de Midwest...