Magnífico.
Esa era la única palabra que podía encontrar dentro de mi vocabulario capaz de describir a Jonah Harrington, al menos a esta nueva versión de él, y no la antigua versión averiada que solía ser en la secundaria.
— ¡Deja de reírte! —exigí, golpeando levemente su ancho hombro sin siquiera moverlo un centímetro.
—Lo siento, es solo que me resulta increíblemente divertido. No puedo creer que me lo ocultaras.
—No es sencillo admitir que te gusta alguien cuando esa persona en cuestión se la pasaba coqueteando con todos los especímenes femeninos de la comunidad estudiantil y, además, se burlaba de ti en todas las ocasiones que pudiese encontrar.
—Ya me disculpé por eso, era un imbécil, lo admito, y no sabía como funcionar dentro del círculo social escolar. Mi única arma mortal era ser el atractivo rompecorazones sin sentimientos. Me salía muy bien ese papel.
—Ni siquiera te da vergüenza.
Jonah volvió a reírse, esta vez ocultando su rostro con sus manos
— ¿Cómo puedo ganarme tu perdón? —preguntó de la nada, y de un pronto a otro de nuevo se encontraba prácticamente rozando sus labios con los mío.
Jonah Harrington no era nadie para mi, y al mismo tiempo de un momento a otro, lo era todo.
Había estado algo obsesionada con él en la escuela, y durante los años de secundaria me convencí a mi misma de que no valía la pena sufrir por un chico que era demasiado idiota como para merecer el respeto de nadie. Decidí olvidarme de él, o de la idea de él cuando supe que perder mi tiempo con el patán rey de la escuela no me daría mi admisión a la Universidad de St. Clair, así que con pequeñas miradas de vez en cuando y alguno que otro encuentro mínimo, mantenía a raya mi secreto.
Jamás llegué a pensar, ni siquiera en mis más locos sueños, que tendría al idiota más grande del mundo, el que solía molestarme cada dos por tres, frente a mi, observándome como si fuese lo más preciado en su vida.
—Si estuviésemos en 1947 y me encontraras a punto de caer al lago, ¿qué hubieses hecho?
Jonah observó sobre su hombro las altas rocas a la orilla del enorme lago congelado, el mismo lugar donde había sucedido tanto en aquellos años, en donde Phillip había encontrado a Olive, en donde la había salvado.
—No lo sé, tal vez hubiese intentado correr lo más rápido para llegar a tu lado, o tal vez, si no lo hubiese logrado, saltaría dentro del lago. Intentaría ayudarte de alguna forma, la que sea, pero al menos sí sabría que hacer después de eso.
— ¿Qué cosa?
—No te dejaría ir nunca.
❄️
Nuestra última semana en la casa de Ivonne había pasado velozmente y mi temor de no lograr terminar el diario a tiempo me carcomía viva.
Phillip fue una persona soñadora, y sensible. Creo que por eso nunca logró congeniar con su padre. Él tenía un alma y un corazón muy valioso, su amor por Olive era tan fuerte, que juro que podía sentirlo al pasar cada página.
Durante casi toda la última semana nos la pasamos más tiempo en el lago de lo que habíamos permanecido antes. Los dos queríamos saber qué había sucedido con Phillip y Olive, y las respuestas, a diferencias del centenar de preguntas que se formulaban en nuestra cabeza al final de cada página, eran muy pocas, pero también queríamos estar juntos, y robarnos uno que otro beso de vez en cuando.
9 de agosto, 1947
Han pasado cerca de tres meses desde la última vez que la vi, y no ha pasado un solo día en que no visite el lago, esperando encontrarla desde entonces.
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El Corazón de Phillip
Short StoryAstrid y Jonah no tenían absolutamente nada en común, al principio con mucha dificultad se toleraban, pero todo llegó a ser distinto entre los dos desde el día en que encontraron aquella vieja caja abandonada cerca del lago en el bosque de Midwest...