Hacían falta exactamente cinco días para la mañana de navidad, y si no fuese por lo increíblemente temprano que anochecía en este lugar, probablemente ya lo hubiese recorrido por completo.
La mañana había estado acompañada de una mesa completamente llena de apetitosas delicias, y una Alaska demasiado hiperactiva para mi gusto. Al parecer, me había equivocado totalmente con respecto a su tranquilidad...
—Alaska, por el amor a Dios, compórtate. Estás asustando a Astrid —Ivonne le advirtió mientras hacía su entrada, utilizando un delantal negro sobre su ropa —. Buenos días, querida, ¿dormiste bien?
—Muy bien, gracias.
Los ladridos de Alaska comenzaron a hacerse cada vez más fuertes y chillones. Para ser solo una cachorra, sus pulmones parecían estar en excelente forma y ser demasiado potentes.
—Amaneció algo inquieta —mencioné, mirándola correr de un lado a otro.
—Solo quiere salir un rato, mi hija estuvo aquí el mes pasado y solía llevarla a dar un paseo todas las mañanas. ¡Ahora no Alaska, compórtate!
—Si no te molesta, yo la puedo llevar.
— ¿Segura? ¿No quieres desayunar algo primero?
—Descuida, es algo temprano para comida. Además, creo que Hoz sigue dormido y mi abuela se ha de estar duchando. Así también de paso, conozco un poco más del lugar.
—Está bien. El resto de los invitados llegan hoy, y necesito arreglar muchas cosas, no tengo mucho tiempo para sacarla, muchas gracias. Alaska, ve con Astrid —Ivonne le ordenó a la cachorra y ella pareció entender, porque unos segundos después corrió directo a la puerta esperando que esta le fuese abierta —. Gracias, de verdad.
Sonreí como respuesta, y le coloqué la correa a Alaska.
—No es nada, vuelvo en un rato —comenté poniéndome el abrigo y la bufanda, junto con un gorro negro que Hoz había dejado abandonado sobre un sofá.
— ¡Ten cuidado!
Le abrí la puerta a Alaska, y ella salió disparada directo a la nieve. Bajé las escaleras y caminé por un costado de la casa de Ivonne, intentando mantener calmada a la cachorra, quien comenzaba a jalar un poco más fuerte de lo que, me parecía a mi, era normal para alguien de su tamaño.
En el momento en que entramos al bosque, quedé completamente anonadada.
Los árboles eran tan altos que hacían que me sintiera demasiado pequeña, pero justo en el centro, todo desaparecía. Un gran espacio vacío se presentaba ante mis ojos, rodeado de escarcha, azules y blancos.
Solté la correa de Alaska, y ella corrió y saltó sobre la superficie resbalándose más de una vez, lo que al parecer hacía que se asustase, y se detuviese de inmediato.
— ¡Ven, Alaska! —tomé a la cachorra en brazos, y caminé en medio de lo que creía era un enorme lago congelado, o al menos una gran parte de él lo estaba.
Me moví con cierto cuidado observando mis pies y la superficie resbaladiza bajo estos. No había más que nieve a mi alrededor, y muchas rocas que reposaban a los lados del lago.
Al llegar al otro lado con Alaska en brazos, volví a soltar a la cachorra, quien corría animadamente de un lado a otro de nuevo, y yo solo tomé asiento en las rocas mirando la majestuosidad y grandeza que se presentaba frente a mí. Las montañas empinadas me causaban escalofríos, y a la vez me generaban una enorme curiosidad por saber lo que sería subirlas, lo que sería simplemente estar ahí.
El aire se respiraba de una forma diferente en el lugar, era frío y limpio. El silencio a kilómetros tendría que haberme calmado, pero solo el viento chocando con las ramas de los arboles bañados en capas de nieve hacía que mi corazón se acelerase, y un miedo extraño se apoderase de mí.
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El Corazón de Phillip
Short StoryAstrid y Jonah no tenían absolutamente nada en común, al principio con mucha dificultad se toleraban, pero todo llegó a ser distinto entre los dos desde el día en que encontraron aquella vieja caja abandonada cerca del lago en el bosque de Midwest...