Capítulo 8. Sinfonía de rubíes

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Disclaimer: Los personajes no son de mi propiedad ni autoría.

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Todo fue espontáneo, tan natural, que a ninguno de los dos nos pareció nada raro que, de pronto mi mano estuviera en su mano y que nos miráramos a los ojos como dos tontos.

- Mario Benedetti

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Seis meses atrás. Día después del aniversario. 1 a.m.

—¿Recuerdas la vez que le regalaste un pony? —bromea Risgby.

Alcohol era igual a diversión, una perfecta ecuación si agregabas a un grupo de agentes que se pasaba la vida entre cadáveres.

La caída de la noche no hizo nada más que obligarlos a mover su improvisada celebración a un nuevo lugar, pues según Lisbon, no era profesional y ético continuar bebiendo frente a respetables policías; misma razón por la que ofreció su departamento para continuar.

Había comida regada por montones sobre la mesa de madera vieja: infinidad de tipos de pastas, alitas cubiertas de múltiples salsas y varios snacks de restaurantes de comida rápida, todo a petición del agente castaño y patrocinado por la cartera del consultor. Las chicas habían ordenado pollo y ensaladas, aunque, cediendo a las súplicas del rubio y a su evidente estado de curda, se habían lanzado a los postres.

—Ella creyó que había olvidado su cumpleaños —Jane ríe—, ¡no pude haberlo hecho!

—Tu actuación fue muy convincente. —Se defiende la pelinegra—. ¿Alguna vez consideraste ser actor?

—De seguro serías un pésimo actor. —Le dice Cho.

Era difícil en un día común, o tal vez en una vida entera, lograr que el agente surcoreano se dejara llevar y mostrara su reluciente sonrisa; esa vez fue la excepción.

—Tal vez. —responde el rubio.

Alternaban las copas de vino con toda clase de productos que consiguieron en algún bar clandestino, gracias a la ventaja que proporcionaba portar un arma y poseer una placa.

Variedad de cervezas, whiskey, ron y vodka derramados por todo el apartamento de Lisbon.

—¿Por qué no ponemos algo de música? -sugiriere VanPelt a la vez que vierte un poco más de Le Pin en su copa, pues no siempre se da la oportunidad de disfrutar de un vino de 4000 euros sin haber gastado un solo centavo.

—Lisbon solo tiene vinilos de las Spice Girls. Ella cree que no sé, pero, después del trabajo le encanta escucharlos y bailar por toda la casa. —El de ojos azules susurra a su equipo.

—Entonces Wannabe está bien para mí —Wayne habla en un tono que pareciera que su oración va enserio, recibiendo la mirada de sus compañeros con el rodar de sus ojos—, ¿qué?, ¡yo solo sugería!

—Si claro. —Cho ríe de nuevo; ha batido récord.

Después de tararear y jugar con un acapella improvisado, Lisbon deja su lugar en la mesa y se dirige hasta su tocadiscos.

—Pondré una de mis canciones favoritas. —exclama.

—Déjame adivinar —el rubio gira sobre su silla y se toca la barbilla mientras finge pensar—, ¿who do you think you are?

—Tu siempre aciertas en todo, ¿no es así Jane? —La agente se inclina para buscar entre su colección.

—Siempre cariño.

Caos de heridas | Jisbon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora