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El primer error

Había sido una buena idea que su mejor amigo Horacio se encargara de organizar una fiesta por su incorporación al cuerpo nacional de policía. Lo era, incluso cuando llevaba dos días de fiesta y estaba tambaleándose de vuelta a casa.

Sus amigos seguían en aquella increíble fiesta. Probablemente se debía de haber quedado allí bailando y bebiendo como si lo único que importase fuera eso, pero no podía. Sus pies no daban para dar ni un solo paso más y había bebido mucho. Demasiado. Afortunadamente, su salvador en esta ocasión había sido Conway, el cual estaba ahí para sostenerlo y llevarlo hasta el ascensor. Jack estaba mirándolo preocupado mientras tiraba de su cuerpo, aunque eso lo único que causaba en él era risa: ese hombre nunca se relajaba, ni siquiera cuando había bebido tanto o más que él.

Al final no solo sus amigos y conocidos policías habían acudido a la fiesta, sino que media ciudad había aparecido allí. De ahí, la explicación que llevarán dos días de fiesta. Conway en cuanto se había percatado de el ambiente en comisaría debido a todo eso, había acudido a la fiesta también. De alguna forma que Gustabo desconocía, alguien había convencido a ese hombre para que bebiera y disfrutara un poco.

Ahora Conway lo acompañaba hasta su casa.

—¿Te has divertido? — pregunta Gustabo después de que ambos hayan entrado en el ascensor, rumbo a su hogar.

—Muchísimo. —responde el hombre con tono serio y obvia ironía en su tono de voz.

—Me alegro. —sonríe levemente mientras vuelve a mirar, con demasiado atención, a su superior.

Hasta llegar al piso octavo, donde se encontraban sus habitaciones el silencio reina en ese diminuto lugar. Gustabo apoya su cabeza en una de las paredes del ascensor sintiéndose terriblemente. Estaba en ese momento de la borrachera donde por su mente solo pasaban pensamientos negativos.

—Hemos llegado —comenta colocando una mano sobre el hombro del chico que estaba inmerso en sus pensamientos mirando la pared del ascensor. En realidad, era una escena algo cómica.

García, sale del ascensor arrastrando sus pies e intentando no tambalearse por ese pasillo mientras caminaba hasta su querida casa. Irremediablemente, su vista se posa en Conway. Su cabello gris estaba revuelto, sus ojos se notaban cansados y el lucía desaliñado, mucho más de lo que estaba acostumbrado a que fuera. La camisa del hombre estaba desabotonada casi en su totalidad y dejaba muy poco a la imaginación de su fornido abdomen.

¿En qué momento de la fiesta había terminado por desabrocharse la camisa? Quién sabe.

Sería tan fácil desabotonar ese par de botones, que de repente, era una necesidad hacerlo.

—Superintendente—le llama con voz ronca.

El hombre se gira para mirarle. Con resignación, fija la vista en García, que camina hasta el con algo de dificultad. Luchando no tropezarse con sus propios pies. Cuando está demasiado cerca, se siente un poco intimidado. La mirada en el rostro de su jefe está cargada de algo que no sabe descifrar.

Aunque no es hasta que coloca sus grandes manos sobre el pecho del contrario que siente pánico se apoderarse de él. Maldito Superindigente.

—¿Qué haces? —su voz suena claramente divertida, intentando ocultar el pánico.

—Quitarte esta camisa fea. —murmura simplemente de forma atrevida.

En realidad, no era una camisa fea. Era una camisa blanca básica que no tenía mucho misterio. El misterio para Gustabo estaba más bien en lo que había debajo de esa tela. Por eso, desabrocha un botón más dejando prácticamente expuesto el pecho del otro. Podía ver a la perfección sus pectorales y parte de su abdomen. Realmente todo ese trabajo persiguiendo a criminales se manifestaba a simple vista.

Conway se queja un poco cuando el botón es desabrochado. Gustabo decide girarse rápidamente para abrir la puerta de su habitación. El tirón que le da a Jack no es nada sutil, pero tampoco pretende que lo sea cuando lo hace para que este entre en su casa. No tenía planeado nada, pero cuando el hombre le mira de nuevo a los ojos cerrando la puerta es consciente de que está jodido.

El superintendente lo acorrala en cuanto cierra la puerta y está tan cerca que puede ver con claridad la pequeña cicatriz de su nariz. Desafortunadamente, no puede apreciar cada detalle de ese rostro porque, de repente, se estaban besando con intensidad. Los labios de Conway eran suaves, en contraste con su personalidad y eso lo estaba volviendo loco.

¿Qué cojones estaba pasando? ¿Por qué ese viejo besaba tan bien?

Cuando se separan no es capaz de alzar la cabeza para mirar al contrario. Gustabo nota sus labios hinchados y siente al sabor al ron favorito de Conway en su paladar. Una extraña sensación se instaura en su pecho mientras decide tomar algo de autoridad en la situación y empuja a Conway hacia el sofá de su sala. Justo después de hacerlo, se arrepiente ¿Y si había sido demasiado brusco con el papu?

—¿Qué haces, capullo? —se queja con un tono autoritario. Probablemente sí que se había pasado

—Me he emocionado.

El ambiente se vuelve tenso después de eso. Conway estaba sobre el sofá con la camisa abierta y su mirada penetrante fija en Gustabo mientras este pensaba en lo que debía de hacer. De repente, toda esa situación se veía como una locura entre toda la neblina del alcohol y la sensación extraña que se había instaurado en su pecho al besarse con ese hombre.

—¿No tienes sueño? Los hombres de su edad están dormidos a esta hora.

La expresión del Superintendente era indescifrable. Probablemente quería reír y llorar a la vez, dándose cuenta de que había tomado una mala decisión con ese beso. Ni siquiera estaba molesto por que le había llamado de nuevo viejo, aunque minutos antes estaba quitándole la camisa y besándole con desesperación. Estaba vez, lo dejaría pasar.

Un error.

—Tienes razón. —se pone de pie, abrochando  su camisa con rapidez. No estaba avergonzado, pero quería salir de ese lugar lo más rápido posible. Con suerte, al día siguiente no se acordaría de nada.  —Buenas noches, Gustabin.

Conway abre la puerta y se marcha a paso ligero dejando al muchacho ahí, confundido.  Miles de pensamientos atormentan a Gustabo mientras se deja caer en el sofá donde segundos antes estaba el Súper y abraza el cojín en el que se había sentado: extrañamente, olía a la colonia de Conway. Con esos pensamientos, se queda dormido.

Errores | intenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora