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La noche anterior había sido todo menos un éxito. Había ido a casa de Conway con un objetivo claro en mente y al final había terminado dormido, de nuevo, en su maldito sofá.

La idea era tener sexo, no terminar durmiendo tan juntos en una intimidad demasiado reconfortante.

A penas unos minutos después de salir el sol se despierta sobresaltado. El cuerpo del Superintendente le estaba aplastando y era una postura demasiado incómoda para dormir. Su brazo izquierdo hormigueaba por el peso que había ejercido el cuerpo del hombre sobre él y le dolía el cuello por tener la cabeza del hombre apoyada en ese lugar.

Sentía los suaves ronquidos del contrario en su nuca, haciéndolo estremecer. Podría ser eso lo único positivo de la situación en la que estaba.

—Conway, despierta. —llama con voz calmada mientras que se mueve con la esperanza de que eso consiga despertarlo.

La respuesta ante esas palabras es un pequeño gruñido. No es hasta casi un minuto después que abre los ojos lentamente. La imagen del Superintendente es demasiado pacífica, a opinión de Gustabo. Demasiado relajado, más de lo que nunca lo había visto y es innegable que poder presenciar eso es algo increíble.

Otro hecho que al rubio no se le pasa por encima es el olor de la colonia que utiliza Conway. Ese olor invade sus fosas y es más predominante que la fragancia propia.

—¿Quieres continuar por donde lo dejamos?

Gustabo no responde con palabras. Más bien, lo hace dándole un beso rápido en los labios aunque es algo más que un pico.

—Vamos a la cama —murmura Conway levantándose del sofá.

El hombre camina a oscuras por el pasillo mientras el contrario imita sus pasos. Gustabo piensa en que había hecho ese mismo camino la vez anterior y estaba tan desesperado que ni siquiera recordaba que existiera tanta distancia entre la sala y la habitación. En ningún momento del camino encienden las luces por lo que intenta no caminar demasiado despacio para evitar un tropiezo indeseado. Una vez que llega hasta su destino el Superintendente ya está de espaldas quitándose su camiseta.

La tensión en el ambiente es palpable y el rubio siente la necesidad de hacer algún comentario para aligerar el momento, pero su mente queda en blanco. Traga saliva cuando Conway se da la cuenta para mirarle fijamente. Es una mirada intensa, que podría hacer temblar sus rodillas si no fuera el jodido Gustabo García y se permitiera ese tipo de sensaciones.

Sus labios se vuelven a unir con desesperación, incluso chocan sus dientes involuntariamente en el camino. Ninguno de los dos estaba dispuesto a perder más tiempo.

Conway lleva sus manos hasta el culo del contrario y presiona sus dedos en la tela de esa zona mientras lo atrae más hacia su cuerpo. Esa acción hace que el rubio suelte un pequeño jadeo. Los besos se vuelven cada vez más desesperados.

La temperatura en la habitación sube junto a la de ambos cuerpos que se frotan. Gustabo coloca sus manos en la cintura del Superintendente y lo empuja hacia abajo para que este caiga hasta la cama.

—Joder —suelta en un jadeo mientras se apoya sobre sus codos, mirando divertido a Gustabo mientras este se quita la camisa que llevaba puesta.

Con mucho menos cuidado del que debería de tener, Gustabo se coloca sobre el contrario colocando sus piernas a cada lado de su cintura y pegándose todo lo que es humanamente posible al otro cuerpo.

Conway le mira con una expresión de confusión que hace al rubio detenerse por completo y mirarlo arqueando una ceja.

—¿Vamos a follar?

Errores | intenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora