Emily a duras penas podía creérselo. Estaba claro que la noticia se había movido con rapidez por la pequeña comunidad. Pero, un momento; ¿cómo había conseguido Eric su número de teléfono? Entonces recordó que Daniel había mirado el teléfono la noche anterior cuando ella le había dicho que no tenía muy buena señal. Debía de haber visto el número y lo había memorizado con el plan de dárselo a Eric. Emily dejó de lado todo su orgullo; a duras penas conseguía contener su alegría.
―Sí, eso sería maravilloso ―contestó―. ¿Cuándo puede venir?
―Bueno ―contestó el hombre con la misma voz nerviosa y del todo avergonzado―. De hecho ya estoy en el camión y estoy de camino.
―¿Está de camino? ―tartamudeó Emily, sin poder creerse su suerte. Le echó una rápida mirada a la hora que mostraba su teléfono; no eran ni siquiera las ocho de la mañana. O bien Eric se levantaba muy temprano siempre, o estaba haciendo aquel viaje especialmente por ella. Se preguntó si el hombre que la había acercado a la casa la noche anterior podía haberse puesto en contacto con su empresa en su nombre. O bien había sido él... o había sido Daniel.
Apartó aquel pensamiento de su mente y volvió a centrar toda su atención en la conversación telefónica.
―¿Podrá llegar? ―preguntó―. Hay mucha nieve.
―Usted no se preocupe ―respondió Eric―. El camión puede arreglárselas con la nieve. Sólo tiene que asegurarse de despejar un camino hasta la tubería.
Emily se revolvió los sesos intentando recordar si había visto una pala por alguna parte de la casa.
―De acuerdo, lo intentaré. Gracias.
La línea se cortó y Emily entró en acción. Corrió de vuelta a la cocina, comprobando todos y cada uno de los armarios; no había nada que se pareciese siquiera a lo que necesitaba, así que probó suerte con los armarios de la alacena y después pasó al lavadero. Allí por fin encontró una pala para la nieve apoyada contra la puerta trasera. Nunca hubiese pensado que se entusiasmaría tanto de ver una pala, pero aun así se aferró a ella como si le fuera la vida, tan feliz que casi se olvidó de ponerse unos zapatos. Ya tenía la mano sobre el cierre de la puerta trasera cuando vio sus deportivas asomando de una bolsa que había dejado por allí. Se las puso rápidamente y abrió la puerta de un tirón, sujetando con fuerza su preciada pala.
Al instante resultó más que evidente la profundidad y fuerza de la tormenta. Ver toda la nieve por la ventana había sido una cosa, pero verla con su casi metro de altura frente a ella como un muro hecho de hielo era otra muy distinta.
No malgastó ni un segundo. Hundió la pala en la pared de nieve y hielo y empezó a abrir un camino que saliese de la casa. Era difícil; al cabo de unos minutos ya notaba el sudor bajándole por la espalda y le dolían los brazos, y estaba segura de que para cuando hubiese acabado tendría ampollas en las manos.
Empezó a encontrar el ritmo tras limpiar el primer metro de nieve. Había algo casi catártico en aquella tarea, algo en los movimientos necesarios para apartar la nieve. Incluso la parte física más desagradable pareció importar menos en cuanto empezó a ver cómo se veían recompensados sus esfuerzos. En Nueva York su deporte favorito había sido correr en la cinta, pero encargarse de la nieve era un entrenamiento más duro que cualquier otro en el que hubiese participado.
Consiguió abrir un camino de unos tres metros por la propiedad hasta la parte trasera de la casa.
Pero se sintió abrumada al alzar la vista y ver que la válvula de las tuberías todavía estaba a unos buenos doce metros de distancia. Y ella ya estaba agotada.
Intentó no caer en la desesperación y descansar por un momento para recuperar el aliento. Al hacerlo su mirada se posó en la casa del casero, situada más allá en el jardín y que quedaba oculta tras unos pinos; un pequeño hilo de humo se alzaba desde la chimenea y una luz cálida asomaba por las ventanas. Emily no pudo evitar pensar en Daniel, que debía de estar dentro tomando té y completamente calentito. No le cabía la menor duda de que la ayudaría si le pedía que le echase una mano, pero quería demostrar que era capaz de hacerlo por sí misma. Daniel ya se había reído de ella la noche anterior, y lo más seguro es que hubiese sido él el encargado de llamar a Eric. Debía de verla como una dama en apuros, y Emily no quería darle la satisfacción de comprobar que tenía razón.
Pero el estómago empezaba a gruñirle de nuevo y estaba agotada, demasiado agotada como para continuar. Se puso en pie en la zanja que había abierto, repentinamente superada por la situación, demasiado orgullosa para pedir la ayuda que necesitaba y demasiado débil para llevar a cabo lo que debía hacerse por sí sola. La frustración empezó a crecer en su interior hasta convertirse en unas lágrimas ardientes, lágrimas que la enfurecieron todavía más consigo misma por ser una inútil. Se regañó a sí misma en su mente cegada por el fracaso y, del mismo modo en que lo haría una niña petulante y cabezota, decidió volver a su hogar tan pronto como se derritiese la nieve.
Dejó a un lado la pala y regresó a la casa con las deportivas completamente empapadas. Se las quitó de una patada en la puerta y volvió al salón para calentarse junto al fuego.
Se dejó caer en el sofá cubierto de polvo y recogió su teléfono, preparándose para llamar a Amy y contarle la noticia que su amiga ya debía estar esperando de que había fallado en su primer y único intento de ser autosuficiente, pero el móvil no tenía batería. Emily ahogó un grito y lanzó el inútil aparato contra el sofá, dejándose caer después de costado, completamente derrotada.
Oyó un sonido parecido a un arañazo por el encima del ruido de sus sollozos, proveniente de algún lugar del exterior. Se irguió, se secó los ojos y corrió hacia la ventana para asomarse. Distinguió a Daniel al instante, con la pala que ella había abandonado entre las manos y apartando la nieve, continuando con la tarea que Emily no había conseguido terminar. Le resultó difícil creer la velocidad con la que Daniel estaba encargándose de la nieve, lo versado que era en ello y lo adaptado que estaba para hacerle frente, como si hubiese nacido para trabajar con la tierra. Pero su admiración duró poco; en lugar de sentirse agradecida con Daniel o complacida de ver cómo conseguía limpiar un camino hasta la válvula de las tuberías, se sintió furiosa con él, dirigiendo toda la impotencia que sentía hacia sí misma contra él.
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