Mis pecados

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Mi vida, cómo las paginas de un torpe cuento sobre la mala suerte, está plagada de tantas y tan rebuscadas ironías, que si bien algunas pasan desapercibidas, otras muchas hacen eco en el vacío, golpeando tanto y tan fuerte que dejan grandes abolladuras en el alma, cicatrices muy profundas en la moral que sabes bien; jamás sanarán. He intentado, desde que tengo memoria, dejar el pesimismo de lado, convenciéndome a mi mismo de que no todo puede ser tan malo; mientras que en mi marchito paisaje no existían más que deslocalizados recuerdos tirados en el suelo. Siempre detesté las excusas sentimentales pero jamás aprendí a vivir sin ellas, como un círculo vicioso, como un camino plagado de dolores pasados y futuras angustias, un triste recorrido por el mal chiste de mi legado.

Desde el inicio supe que la soledad era mi karma, el precio a pagar por olvidarme, por enterrarme en lo que me quedaba de conciencia. Los días se desperdician mientras me engaño intentando huir de la mala fortuna, corriendo contra el azar, escondiéndome del abandono. Hace tiempo entendí que, sin importar cuánto avance ni a donde vaya, cuando en el silencio me encuentro desolado en la madrugada e inevitablemente redunde en mi pecho el insomnio acumulado, estaré aquí de nuevo.

Llevo tatuados mis pecados en lo más profundo de mi mente, apretándome el pecho, remordiéndome el corazón. La muerte tiene un sabor tan dulce ahora que he probado todo lo amargo, un piadoso final para una tan lacerante existencia.

Un joven melancólico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora