En Saint Michael todo el mundo tenía férreas opiniones. Unos creían que la sangre de losBellerose jamás debió mezclarse con la de los Dancaucer; y otros que tal mezcla fue un ultraje a la memoria. Unos creían que la hija de los Collingwood debería haber tomado mejores decisiones; y otros que los Young deberían haber actuado con más cabeza, porque seveía desde millares que la hija de los Collingwood solo iba a traerles problemas. De Marty ySierra, mejor era incluso no opinar, aunque las opiniones seguían dándose, por supuesto: unos creían que Marty tuvo la culpa; otros que fue Sierra, que siempre fue demasiado lista para su propio bien.
Lo cierto fue que la mañana del cuatro de mayo, Roma Bellerose no esperaba encontrarse aquella carta.
Conocía la dirección del remitente, pero eso no significaba nada: no había una sola dirección que no conociera en todo Saint Michael, todo el mundo conocía a todo el mundo . También conocía a la persona que había enviado la carta, pero no había vuelto a ver a la señora Bryant desde aquella Navidad, cuando Sierra volvió, y volvieron a reunirse en el viejo salón.
Las manos no le temblaban cuando sacó con cuidado la carta del sobre, pero comenzaron a hacerlo cuando leyó el mensaje. Sintió las lágrimas bañarle los labios; y la alianza de matrimonio se sintió fría en su mejilla al intentar apartar una lágrima. Solo fue capaz de pensar una cosa: mierda, el treinta y tres.
Sierra Bryant tenía dieciséis años, y siempre llevaba mal anudada la corbata del uniforme del Instituto para chicas de Saint Michael . Marty acababa de saltar el muro que llevaba de vuelta al patio del Instituto para chicos de Saint Michael , después de otra de sus peleas. Sierra se dejó caer en el banco en el que ya estaba Roma, le quitó con esos finos dedos un trozo del sándwich y dijo:
-Ay, Bellerose, te prometo que si cuando cumpla treinta y tres no controlo mi vida amorosa,me pegaré un tiro.
Roma creyó que bromeaba. Claro que bromeaba, Sierra siempre hacía aquel tipo de bromas. Salvo que ahora no era una broma, Sierra Bryant estaba muerta. Y, exactamente una semana antes de su trigésimo tercer cumpleaños, se celebraría su funeral.
El sol de las nueve de la mañana sobre la fina decoración del comedor de la Mansión Bellerose trajo a Roma de vuelta a la vida actual. Sierra y ella se conocieron con doce años,cuando Sierra entró en el instituto privado en el que ella ya llevaba toda su vida académica, la señora Bryant - con su férrea opinión sobre la educación de su hija -, tras ganar una considerable suma de su reciente divorcio, quería ofrecerle todas las posibilidades posibles a su única descendiente. Ya entonces, la señora Bryant le provocaba escalofríos a Roma, tan diferente a su propia madre; tan diferente a su hija. La Señora Bryant era disciplina y normas,protocolo: organizaba todos los eventos de Saint Michael, y no había ni un solo detalle del pueblo que escapara de su control. Sierra era un descontrol, la mezcla perfecta de sarcasmo e impaciencia, en un cuerpo de uno setenta, con una larga melena oscura; sonrisa picaresca y ojos pillos.
Roma no entendía como simplemente podía haber dejado de existir . La idea de Sierra, etérea e impersonal, siempre había estado ahí: la vuelta en vacaciones, el relato de un viejo amante en Nueva York, la lluvia de estrellas que vio cubriendo aquel reportaje en Camboya. Con la tensión acumulándose entre las sienes, a pesar de que el día acababa de empezar y amenazaba con ser muy muy largo, se preguntó por qué había amanecido, un día más, con ese sol tan típico del mes de mayo, si Sierra no estaba buscando emoción en algún remoto lugar del globo.
Luego, escuchó las pisadas que se acercaban; acompañadas del correteo rápido de unos pies descalzos; y pensó que debía contárselo, a los demás . Porque el misterio de Sierra Bryant no le pertenecía únicamente a ella.
Cameron entró en el comedor siguiendo los pasos del pequeño Hunter (Hunter Bellerose -Dancaucer, demasiado peso en hombros de un niño de un año).
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El efecto Sierra Bryant.
Short StorySeis amigos reunidos de nuevo en su pueblo natal. ¿La razón? Un funeral. Portada hecha con fotos obtenidas de Unspalsh. Fotografías de: Helena Lopes, Roya Ann Miller, y Mike Enerio. Autoras: @izzyherondale98 y @daphmckinnon